Hizo mal el Presidente al asegurarles a los niños de la Escuela José Figueres que antes de 1948 se gastaba más en armas que en escuelas. No solo no es cierto, sino que les presentó nuestro civilismo como una invención de don Pepe y no una honda tradición nacional.
Figueres tiene el mérito innegable de no haber instituido, con su gente, un nuevo ejército. Pero cuando convirtió el Cuartel Bellavista en Museo no hizo nada nuevo: ya mucho antes don Ricardo Jiménez había convertido un cuartel en escuela, justo la actual Juan Rafael Mora. Además, el debilitar el ejército en favor de la educación y la policía fue un objetivo político deliberado de nuestros grandes liberales, como don Cleto y don Ricardo, que sentaron las bases del civilismo costarricense.
Para l948 el ejército se reducía a la Unidad Móvil, con unos 750 efectivos; y, paradoja de paradojas o traición de traiciones –el jefe del Estado Mayor de entonces, por su caballerosidad de graduado militar en Chile, nunca me lo quiso aclarar–, en plena guerra civil ese miniejército fue disuelto por decreto, y se dejó el peso de la guerra en las milicias de Vanguardia Popular.
La eliminación del militarismo no fue una ocurrencia según la pintó el Presidente, sino el resultado de un largo proceso que se prolongó bien después de 1948. Porque donde hoy está el Colegio Napoleón Quesada estuvo por años una escuela militar; existió una reserva nacional que desfilaba con rifles, ametralladoras y cañones; don Frank Marshall contaba con una cohorte armada; y en La Lucha hubo siempre un arsenal –del que se nutrió hasta Fidel Castro–, mientras sectores calderonistas soñaban con el retorno armado “del Doctor”.
El Cardonazo, con que se intentó derrocar a don Pepe, mostró a los vencedores, los vencidos y la élite opuesta a la reforma social que un nuevo ejército era una amenaza: para los vencedores, porque podía atentar contra sus gobiernos y reformas; para los vencidos, porque instauraba el ejército de sus adversarios; y para la élite conservadora, porque sería un poder armado de socialdemócratas y reformistas. En la Constituyente la mayoría que proscribió al ejército era ulatista, no figuerista.
Sin restarle méritos a don Pepe, no se vale maleducar a los niños y jóvenes con simplismos y mitologías. El militarismo fue vencido con más escuelas que cuarteles y más maestros que soldados gracias a una herencia liberal a la que don Pepe supo sumarse; y a que el régimen electoral se institucionalizó sobre una sólida cultura política democrática. Abolir el ejército y acabar con el militarismo no son, y no podían ser, el acto subjetivo de un caudillo. La historia hay que respetarla.