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Como para recordar a nuestros ilusos políticos de todo tamaño y color, que el problema de la democracia en Centroamérica no es asunto concluido sino tarea que recién comienza, los más altos militares de la región han creído llegado el momento para desenvainar nuevamente sus espadas y hacer sentir su prepotencia y deseos de independencia y control.
La ocasión para empezarlo a hacer no pudo ser más engañosa y pérfida: se aprovechó para impulsar una nueva alianza castrense regional, la convocatoria legítima y valiosa hecha por la UNESCO para analizar la temática de los Derechos Humanos, los Militares, la Seguridad y la Democracia en Centroamérica.
Como ya algunos habíamos advertido, cuando se trata de impulsar una nueva cultura democrática, respetuosa de los derechos humanos, al interior de las Fuerzas Armadas el asunto no es de seminarios y conferencias de corte burocrático y administrativo, sino de definición de interlocutores válidos y condicionamientos progresivos, que aseguren que los valores democráticos y los principios del Derecho Internacional de los Derechos Humanos no se van a convertir en hojas de parra para ocultar vergüenzas institucionales, o en cómodo detergente para lavar las caras, aunque quizá ni siquiera las manos, manchadas hasta época reciente con la sangre de víctimas de violaciones innombrables.
El globo de ensayo. Primero los militares lanzaron el globo de ensayo del así llamado Tratado de Seguridad de Centroamérica, que nuestro gobierno, de manera muy prudente, se negó a suscribir en los aspectos militares. Luego, exploraron la posible reactivación del viejo CONDECA, de muy ingrata memoria, cuya última memorable presea fue la haber servido de marco institucional y cálida cuna maternal para que un grupo de oficiales conspiraran, fraguando un frustrado golpe de Estado contra el gobierno legítimo de su país.
Ahora pareciera que se han decidido a desenvainar sus espadas y salir a reclamar por sus fueros y competencias de manera abierta y decidida. El clima les resulta favorable porque tienen que vérselas con unos gobiernos en grave crisis de credibilidad y apoyo político, acusados de ineptitud, corrupción o debilidad, como son los casos de Honduras, El Salvador y Nicaragua. O bien, como es el caso de Guatemala, porque los sectores más recalcitrantes y duros del Ejército, y los más comprometidos con la historia negra de las violaciones a los derechos humanos, recuperaron el poder al interior de las Fuerzas Armadas, forzando la salida del sector institucionalista del Ejército, simbolizado por los hoy desplazados generales Balconi, exministro de Defensa, y Camargo, jefe del Estado Mayor del Ejército.
Las barbas en remojo. La pretendida institucionalización de la Conferencia de Jefes de Ejército de Centroamérica, lamentable y vergonzosamente aupada por los presidentes Carlos Roberto Reina, de Honduras, que mucho me extraña por ser un consecuente y valeroso defensor de los derechos humanos y la democracia; y por Armando Calderón Sol, de El Salvador, que no me extraña para nada pues es un discípulo y admirador desembozado del mayor Roberto D"Abuisson de ingrata memoria, es tanto un serio retroceso en la consolidación democrática en toda la región, como una grave amenaza para la paz y seguridad de naciones democráticas como Costa Rica. Esta tiene que poner las barbas en remojo, porque el ruido de sables en el Norte, siempre es causa de dolor, zozobra y amenaza para toda la región, pero en particular para nuestro país.
Cuando se pensaba que se marchaba a paso firme en la instauración de los Ministerios de Defensa como los órganos jerárquicos superiores de los Ejércitos, en la perspectiva del nombramiento de un ministro civil, los jefes militares le imponen con su bien calculado paso a toda la región, su presencia y control del sitio donde quieren que esté y siga estando el eje real de poder y mando de las Fuerzas Armadas. Con ello, la supuesta jefatura suprema de los presidentes no llega ni a proclama, y mucho menos a ser factor de decisión y de control civil sobre las Fuerzas Armadas.
Por si esto fuera poco, los jefes de los ejércitos nos notifican que sus fines no sólo son los de proteger la seguridad externa y la integridad territorial de sus estados, sino también la seguridad interna, las de protección ecológica, de lucha contra el narcotráfico y el delito internacional, el combate a la delincuencia, etc. Pero eso sí -y que nos quede bien claro- con una competencia que abarca no sólo a sus respectivos países, sino que incluye a todo el istmo. Con lo cual quedamos notificados los costarricenses, y los panameños también, que contamos para nuestra protección con esos ángeles de la guarda, de quienes mejor Dios nos encuentren confesados.
La excusa de Costa Rica. Nuestro Gobierno no se ha referido al tema, escudándose en el hecho cierto de que esa Unión de Jefes Militares es una entidad de nuevo cuño -y, agrego yo, de muy vieja y fea historia antidemocrática-, ubicada al margen del sistema institucional de la Integración. Pero esa excusa diplomática válida y hábil, no es del todo suficiente para la seguridad y los intereses de Costa Rica. Es preciso que la opinión pública se manifieste a plenitud; que los órganos de prensa condenen semejante retroceso y atentado contra la consolidación de la democracia en la región, y alerten a la opinión pública internacional del peligro y significado antidemocrático de tal alianza castrense. Pero sobre todo, se requiere que este ruido de sables sea, a un tiempo, advertencia y prevención a Costa Rica de que con Centroamérica debemos ir paso a paso y sin aceptar retóricas que sólo sirven para agudizar la desnutrición democrática endémica de estos pueblos; y que en esa ruta si bien debemos ir juntos, no lo debemos hacer revueltos.
La experiencia democrática costarricense, para que siga siendo faro de libertad en el istmo, debe evitar verse contaminada con estas maniobras del militarismo regional aún irredento, violador impenitente de los derechos humanos y amenaza constante de las libertades públicas. Ya es hora que nuestros políticos y, en general, los dirigentes de la sociedad civil, se decidan a asumir sus responsabilidades y, sin escudarse en un falso y retórico unionismo político de Centroamérica, se decidan a dar los combates necesarios para que no sean los sables los que brillen y suenen en la región, sino que esta sea la hora de la cultura y la democracia, de la libertad y de la justicia. Al fin y al cabo, la seguridad regional pasa, como condición sine qua non, por el control real y el sometimiento verdadero de las fuerzas armadas al poder civil de la democracia.