Leí en la prensa la desafortunada noticia de que el Poder Ejecutivo giró instrucciones precisas a la fracción de sus diputados para que aprobaran el Proyecto de Presupuesto, sin modificación alguna y sin chistar.
En la democracia se supone que los diputados son personas muy valiosas y preparadas, escogidas por el voto popular –allí reside la soberanía–, y, al contrario, el Poder Ejecutivo es donde uno, solo uno, es electo popularmente pues los demás son simples suplentes. Antes de esta información se creía, por siglos, que la Asamblea Legislativa era el Primer Poder de la República, sin ninguna subordinación al Ejecutivo, que era de inferior categoría pues se limitaba a ejecutar la voluntad parlamentaria.
Hoy es al revés. El Primer Poder de la República es el segundo, y el Ejecutivo, diseñado ahora por el escritor uruguayo Augusto Roa Bastos, es Yo el Supremo (aunque por estrecho margen) y nadie más, pese a que los disminuidos legisladores liberacionistas tienen como cien asesores. Habrá que recordarles la estrofa completa del Himno Nacional que termina entonando “derechos sagrados la Patria nos da”.
En esta época, dicha Asamblea Legislativa gastará, o despilfarró ya, varios millones –para lo cual pagaremos otros impuestos– en instalar un nuevo juguete electrónico con dos lucecitas –una roja y otra verde, de oposición o aceptación– a fin de evitar a los ilustres diputados el esfuerzo de ponerse de pie para votar afirmativamente, o el cansancio de seguir sentados para rechazar una moción.
A la fracción de Liberación Nacional habrá que prenderle la lucecita verde de antemano, antes de que ingrese al salón de sesiones, y el ujier, al tratar de entrar los dichos representantes del pueblo, les repetirá aquella anécdota mexicana: “Pos devuélvanse. Ya todos votaron”.