El papa Benedicto XVI ¡de veras que metió las patas!Utilizar en el momento presente una cita de un emperador bizantino del siglo XIV, quien claramente descalificaba a Mahoma y al islam, es –cuando menos–desafortunado e, indudablemente, una imprudencia.
Resulta muy difícil de entender que un dignatario con la vastísima formación de la que puede hacer gala el líder de la Iglesia Católica, haya desempolvado expresiones que resultaban comprensibles (no digo, por supuesto, que justas ni ciertas) en un momento y circunstancias específicos.
Manuel II Paleólogo y otros soberanos bizantinos libraron una lucha política y religiosa contra un poderoso enemigo que, a mediados del siglo XV, terminó venciéndolos: el Imperio Otomano.
Fue una contienda por territorios, riqueza y también por la conquista de almas.
Y en este tipo de pugnas lo ideológico n juega; por eso, el Emperador recurrió a destacar supuestas calidades negativas del islam (malo, inhumano) y a censurar el uso de la guerra como medio para propagar la fe.
El Papa se ha esforzado ahora por aclarar que no pretendió ofender a los musulmanes, y es muy posible que así sea.
Empero, el recurso que empleó fue, a todas luces, incoveniente.
Primero porque la Iglesia Católica también se valió de la espada y la sangre para imponer sus creencias y reprimir sin miramientos a quienes no las seguían (recuérdense las Cruzadas, la evangelización de América, la Inquisición...).
Segundo, porque en el contexto de hoy existe un marcado interés de ciertos sectores por presentar al islam como sinónimo de terrorismo.
Esto representa un golpe bajo para dirigentes políticos, intelectuales y autoridades musulmanas que se esfuerzan por distanciarse de los radicales que manipulan la religión para justificar su violencia.
En el momento actual, se impone concienciar a la gente de que, al igual que el cristianismo, el islam ha legado valiosos aportes en campos tan diversos como la cultura, la ciencia, la filosofía, las artes, la historia y otros.
El eco de esos pasajes del discurso de Benedicto XVI ojalá se disipen pronto en aras de que el esfuerzo de diálogo y conciliación de Juan Pablo II sea el norte en los vínculos interreligiosos.
Es prudente y sabio medir palabras para no atizar fuegos.