Quizás sea en la ciencia, producida con la observación y el razonamiento humanos, por la capacidad de pensar y de crear que todos tenemos, que los países pequeños podemos avanzar a pasos agigantados hacia el desarrollo.
Por eso, y porque el instrumento más poderoso contra la pobreza es la educación, el próximo Gobierno debe hacer de ella una prioridad, dando énfasis a la educación científica para promover la tecnología; es decir, el aprovechamiento práctico del acervo científico.
Para materializar este ideal, tenemos que luchar contra la deserción escolar y colegial, y por atraer y mantener en la universidad hasta su graduación a quienes tengan vocación en ciencia.
Si no mejoramos la calidad y la cobertura educativas en el nivel colegial, difícilmente podremos afrontar el reto de promover la ciencia y la tecnología desde el universitario. Pero el cambio que ha de impulsarse en la ciencia tiene que ver no solo con la formación de una generación de científicos capaz de afrontar el desafío en este campo, sino también con cerrar la brecha entre varones y mujeres en ciencia y tecnología, para que las mujeres dejen de estar excluidas no solo del quehacer cotidiano en estas áreas, sino también de los niveles más altos del sistema, en especial de los puestos de decisión.
En la educación vocacional, las cifras del 2002 muestran que las mujeres optaron mayormente por carreras técnicas de corte "tradicional", como contabilidad y secretariado, mientras que en carreras técnicas asociadas al apoyo de las ingenierías se ubicó cerca de 1 de cada 10 matriculadas. Similar situación ocurre en el nivel universitario, donde la mayoría femenina no se encuentra en las carreras de ciencia y tecnología.
Comenzar ya. Así las cosas, crear una generación de jóvenes y talentosos científicos, donde por igual varones y mujeres se dediquen a estas áreas, nos tomará 15 años; pero no podemos cifrar todas nuestras esperanzas en las próximas generaciones.
Con los jóvenes que han aprovechado las actuales oportunidades educativas, podemos y debemos iniciar ya ese nuevo rumbo de desarrollo hacia la ciencia y la tecnología, impulsando regionalmente polos de desarrollo científico, con colegios científicos y con nuevas sedes del Instituto Tecnológico de Costa Rica.
El país debe invertir fuertemente en educación superior del más alto nivel en ciencia y en tecnología; debe revertir la brecha que existe por sexos; debe cerrar el abismo de oportunidades entre zonas rurales y urbanas. Hacerlo posible significará atraer empresas tecnológicas y generar empleo de alta calificación académica.
La agenda nacional para el siglo XXI debe tener un rumbo definido hacia una Costa Rica de justicia social, de generación de empleos, de solidaridad, y desarrollada por la ciencia y la tecnología. Ojalá que, tras los comicios, podamos unir esfuerzos para hacer de la educación una prioridad nacional.