
Para ser libres de un modo absoluto, necesitaríamos tener un poder absoluto, pero la realidad es que todos los hombres somos seres limitados y, siendo así, solo podemos aspirar a una libertad compartida en unión con otras libertades. Todos necesitamos de los demás desde que nacemos y, a la vez, estamos en la vida para darnos a los demás, que es la mejor forma de ser felices.
Ni el marido ni la esposa ni los hijos, ni el profesional más exitoso ni el obrero más sencillo estamos en la vida para independizarnos de los demás, para vivir una libertad solitaria. Ahora estamos rodeados de una cultura con muchas defensorías de los derechos y pocas defensorías de los deberes. Pero la realidad es que estamos en el mundo para compartir la libertad sirviendo a los demás. La palabra “servir” está llena de sabiduría.
Ninguna actividad debería conformarse con fines exclusivamente utilitarios. La prensa, por ejemplo, se justifica solo si se concibe como un servicio para el mejoramiento de la sociedad, y no solo en los aspectos económicos, sino también, y sobre todo, en los aspectos éticos y morales. Una prensa escandalosa y pornográfica destruye, aunque goce de éxito económico.
Servir a los demás. Nos dice Benedicto XVI: “La íntima participación personal en las necesidades y sufrimientos del otro se convierte en un darme a mí mismo”. Dar sin perder; más todavía: ganar dando. Libertad para servir. La lucha de clases promovida por Marx y Lenín, enfrentando a unos hombres contra otros, es lo más antitético del modelo de sociedad a la que debemos aspirar.
Juan Pablo II nos decía: “A cada hombre se le confía la tarea de ser artífice de la propia vida”. De ahí se sigue que cada uno puede hacer de su vida una obra maestra para bien de los demás y para el progreso social.
No es suficiente ser libre, la libertad necesita un faro, una luminaria, un para qué, y esto requiere mirar más allá del propio yo, proponernos servir de algún modo a los demás. Madurar en la libertad conlleva romper con los egoísmos del tener, de las diversiones, de los hedonismos, de la pereza. El planteamiento de la sociedad de consumo, del progreso exclusivamente económico, vacío de humanismo y de la trascendencia de la vida humana, es uno de los falseamientos de la cultura actualmente vigente. En cambio, vivir para el bien de los demás, rompiendo el círculo del egoísmo, es el reto propiamente humano.
La alegría de servir. Debemos entregar la libertad, que es como un don recibido con la naturaleza humana, en servicio de quienes nos rodean de más cerca y de más lejos, desde el ámbito de la familia hasta el alcance de la humanidad entera, como el buen deportista que entrega la bola de futbol al que va a meter el gol de la victoria.
La palma de la libertad está en darse en bien de los demás con un planteamiento generoso, con una apertura sin fronteras, generadora de la verdadera alegría de la vida. “De que tú y yo nos portemos como Dios quiere –no lo olvides– dependen muchas cosas grandes” (San Josemaría Escrivá, en Camino , número 755). Entonces, ya no habría odios ni rencores entre pobres y ricos, empresarios y obreros, jóvenes y ancianos, ni luchas entre derechas e izquierdas. Todos hijos de un solo Dios verdadero, Padre y Señor, que nos llama a vivir la fraternidad. La verdad aceptada de nuestra condición de criaturas limitadas nos hará libres.