El solidarismo ha sido, sin duda alguna, uno de los logros más importantes del país en la segunda parte del siglo XX en el orden económico y social. Establecido hace unos 60 años, con base en el Plan Martén, e impulsado con ímpetu y visión, hace unos 30 años, gracias a la labor de la Escuela Social Juan XXIII en la zona atlántica y en diversas empresas del área metropolitana, el movimiento solidarista ha alcanzado niveles insospechados.
De acuerdo con los datos suministrados en este periódico el jueves pasado, el solidarismo costarricense tiene 335.000 afiliados en todo el país, lo que lo convierte en la organización social más poderosa del país, equivalente al 40 por ciento de los trabajadores que cotizan a la CCSS y en un 24 por ciento de la masa laboral del país. Su capital asciende a 946.125 millones de colones, que aumenta, en forma sostenida, cada año. Actualmente, se han documentado 1.600 asociaciones solidaristas, la mayor parte de las cuales están afincadas en el sector privado. El resto se encuentran en el sector público. Esto quiere decir que el solidarismo cubre, geográficamente, todo el territorio nacional y, económicamente, todas las áreas, agrícola, industrial, comercial y sector público.
De Costa Rica, además, se ha expandido a otros países del istmo. Sus beneficios sociales y económicos son dignos de nota: además de su vigoroso capital, fruto de la concurrencia de trabajadores y empresarios, sus actividades han abarcado el campo del accionariado, la constitución de empresas, la construcción de viviendas para los trabajadores (3 por cada 10 construidas en el país), la concesión de préstamos y la distribución de excedentes, además de proyectos culturales, en el campo de la salud y la de la educación, y compensaciones económicas para los asociados.
Ante estos datos cabe preguntarse sobre las razones de su ascenso y penetración. En primer lugar, su filosofía. El solidarismo no se inspira en la confrontación o en la violencia, sino en el diálogo, en busca de la paz social, base de la democracia y del desarrollo del país. Ha continuado así las mejores tradiciones de Costa Rica. En segundo lugar, el solidarismo se inspira en valores y principios, pero, a la vez, los combina con obras concretas, con resultados económicos y sociales. En tercer lugar, el solidarismo es un movimiento de colaboración entre trabajadores y empresarios, un lugar de encuentro por el diálogo y por la cooperación mutua, gracias al aporte de los empresarios y al ahorro de los trabajadores, sobre los cuales se erige su fortaleza financiera. De aquí ressulta la gran diferencia con el movimiento sindical. Mientras los sindicatos continúan apegados a principios y prácticas añejas, inspiradas en la confrontación y la lucha de clases, el solidarismo, como hemos venido expresando, se inspira en el diálogo, la cooperación y el beneficio directo de todos los trabajadores. Esta diferencia conceptual e ideológica explica la animadversión que suscita en el seno del sindicalismo, que se siente sobrepasado, así como entre los sindicatos de Estados Unidos y la propia OIT, que, por miopía y prejuicios, no reconoce al solidarismo costarricense.
Estas divergencias explican, asimismo, la posición negativa del sindicalismo frente a toda propuesta de cambio económico, social o político, y la apertura y visión del solidarismo. De esta manera, mientras este respalda los tratados de libre comercio y la inversión extranjera, como oportunidades y desafíos, el sindicalismo defiende el statu quo. Frente a los retos del presente y del futuro estas distinciones deben valorarse.