“Tú sabes cómo es nuestra justicia, cuesta mucho que haya una justicia buena y verdadera, hay mucha intriga. Si uno sabe que la gente no lo quiere, es mejor irse hasta que pase la marea”. Así no más, el padre Antonio Quetglas, vicario de la Iglesia Católica hondureña, justificó que el padre Enrique Vásquez –acusado por supuestos abusos sexuales contra un niño de diez años que se desempeñaba como su monaguillo– huyera de las autoridades costarricenses y se refugiara en Honduras. Yo no sé si el padre Vásquez es o no culpable, pero las acusaciones son graves, y, ante ellas, su reacción ha sido desconcertante: pagando primero por el silencio de sus supuestas víctimas para, luego, escapar de la justicia y refugiarse en el extranjero. “Si alguien hace caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le sería que le amarraran al cuello una piedra de molino y lo tiraran al mar”.
Si las acusaciones y la conducta posterior del padre parecen graves, más grave ha sido la reacción de la Iglesia que, en lugar de mostrar consternación y vocación pastoril, se ha hecho de la vista gorda y, al evidenciarse su omisión, ha pasado a la ofensiva como si se tratara de defender a como haya lugar a ‘uno de los suyos’. Ante la pregunta de ¿por qué no avisó de su paradero si conocía de su estancia en un centro de rehabilitación en México?, nuestro respetado obispo Ángel San Casimiro contestó: “Cuando la fiscal me manda las dos cartas, le respondo que no sé dónde está; nunca dice que cuando sepa dónde está, avíseme. Yo fui formado para ser pastor no para ser un investigador privado”. Y sobre su apoyo financiero al prófugo el Obispo agrega que el pago “fue para que atendieran a un enfermo. Yo lo ayudo no para que evada la justicia, sino para que pueda enfrentarla con un poquito de dignidad.” “Si alguno escandalizara a cualquiera de estos pequeños que creen en mí, mejor sería para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo echaran al mar”.
Lo más grotesco ha sido la reacción de la Iglesia hondureña que, por boca de su vicario Ovidio Rodríguez, se ha dejado decir sin prueba ni sonrojo que “lo que hay detrás de la acusación son intereses económicos terribles” y que “el trasfondo es sacarle dinero al pobre sacerdote”, para insinuar luego, en un giro patético, que de lo que se trata es de desprestigiar al cardenal Óscar Rodríguez y dañar sus aspiraciones papales. El propio Cardenal se hizo eco de esta triste línea argumental cuando reconoce haber pensado no en los niños, sino “en la mezquindad de algunos medios que han ventilado un escándalo en las últimas semanas, haciendo de ello una práctica común: el linchamiento de las personas”, por lo que lanza una amenaza divina a esos periodistas, recordándoles que también ellos “necesitarán un sacerdote el día que Dios los llame y les pida cuentas por juzgar y condenar a los demás” ¿Qué niño o niña, qué joven, qué familia se atreverá a dar el duro y difícil paso de denunciar el abuso sexual por parte de un religioso cuando sabe que la Iglesia defenderá al presunto ofensor con todos los medios a su alcance? “Sería mejor para él que lo echaran al mar con una piedra de molino colgada al cuello, antes que haga caer a uno solo de estos pequeños.”