Opinión

Summum ius, summa iniuria

Se requieren humildad y labor colectiva lúcida

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El máximo de literalidad y de rigor en la aplicación de la ley es el máximo daño. Así lo acuñaron los romanos, maestros de la ley y de su aplicación, hace unos dos mil años. Pero quienes, armados de ocurrencias lo miran con desprecio, ignoran que a la ley hay que acercarse con respeto y pensamiento y que, para entenderla, no bastan las buenas intenciones, por lo que terminan estrellándose con su propia autosuficiencia.

Así ocurrió a los asambleístas del PAC, que creyeron que el concepto “los diputados no usarán los carros de la Asamblea Legislativa”, debía entenderse literalmente y de una manera absoluta, y no, como fue obvio para cualquier elector, que se refería –o debía referirse– al uso con propósitos personales. Porque, si de ahorro se trata, pudo el Código de Ética prohibir también el uso de las bancas, los locales, la electricidad o el agua de la Asamblea Legislativa, pues todos son instrumentos de trabajo para que el diputado desempeñe su función, al igual que los automóviles. Pero aludió expresamente a los automóviles, y no a los otros instrumentos o medios de trabajo, porque no se refería al uso, sino al abuso que ordinariamente se produce con aquellos. Por eso, aunque el Código de Ética no lo diga, tampoco pueden los diputados emplear dichos otros medios con propósitos personales. Con aquella misma absurda lógica que todo lo reduce a la literalidad de lo escrito, la prohibición sería para lo que está, no para lo que no está, y se tendría que concluir que dichos otros instrumentos necesarios para la función legislativa, el Código sí permite emplearlos con propósitos personales, dado que no lo prohíbe. Porque, si el mundo empieza y se acaba ahí, lo que en tan absoluta escritura no aparezca prohibido, estaría permitido.

Ofensa inmerecida. Si cualquier elector lo pudo entender como lo digo, tampoco es cierto el argumento de que no se podía prometer una cosa para después hacer otra, porque parte de que el elector es un débil mental, capaz solo de entender las cosas de una manera lineal, lo que sería hacerle una ofensa inmerecida. Por el contrario, creo que, si los electores lo hubieran entendido como lo pretende esa asamblea, no habrían votado por unos candidatos privados de instrumentos para defenderlos y legislar.

Con todo, prefiero estas novatadas, producto de un ciego celo reformador, a las dobleces y astucias que en otras tiendas han convertido a la política en el ejercicio cínico del interés personal.

Pero, independientemente de la intención, este otro extremismo, que es contrario a los valores de la ley, y anula la racionalidad y el juicio, y es, por tanto, igualmente perjudicial, debe ser corregido, porque el PAC nació como producto de una reacción espontánea y hermosa del pueblo de Costa Rica, que en modo alguno puede ser defraudada. Para eso se requiere una dosis de humildad, de conciencia de las propias limitaciones y de que no puede haber un pensamiento ni un salvador únicos. Solo una labor colectiva lúcida y producto de la más vigorosa, ilustrada y desinhibida discusión, que alumbre todos los ángulos en juego, puede sacarnos como cuerpo político del enorme atascamiento en que estamos.

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