Opinión

Tener sosiego

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Soy amigo, de muchos años atrás, de Robert Bruce. Amistad de lejos porque ahora ya casi no hay amistades cercanas. Desde que nos cambiaron los valores por las cosas y la tertulia familiar por la televisión, las amistades se fueron perdiendo, como que descuidadamente las archivamos. Nos sentimos amigos, nos recordamos y, de vez en cuando, pensamos que sería agradable volver a encuentros periódicos y comunicar experiencias, todo lo que nos aconteció sin la presencia de los amigos.

De asuntos como estos hablaba recientemente con Robert cuando coincidimos en un almacén que es, a la vez, ferretería y depósito de materiales para construcción. Él estaba terminando una casa para un nieto, y yo restaurando la cabaña de pino de mi hijo Miguel, que fue atacada sin piedad por el comején. Y allí, en el almacén ferretería, se nos fue el tiempo recordando otras épocas y lamentándonos por todo lo que ha sucedido en esta sociedad que perdió el contacto humano, esa necesaria cercanía espiritual, consecuencia de una vida sencilla y base de nuestra estructura democrática.

Avaros, codiciosos. Meditábamos sobre la prisa que se tiene hoy y las grandes ambiciones por la posesión de las cosas. Es una sociedad que solamente manifiesta interés por adquirir bienes y atesorarlos. Como que, de repente, todos nos convertimos en avaros, tremendamente codiciosos, explotando únicamente nuestra mitad material y olvidando la parte espiritual que en otros tiempos representaba los valores fundamentales, tanto privados como públicos.

Es que ahora, terminó afirmando Robert, nadie tiene sosiego. ¡Qué linda palabra!, le respondí. Tener sosiego es casi una necesidad inmediata para tratar de salir de la vorágine que origina la confusión por el desmedido afán de lucro y la ausencia absoluta de solidaridad social. Encontrar ese conveniente equilibrio, la quietud para comprender y contemplar el justo sentido de la vida.

En ocasiones es providencial que un insecto nos taladre el marco de madera de la casa porque ese acontecimiento nos puede llevar a encontrarnos con un buen amigo y, de paso, con una bella y apropiada palabra. Nadie puede reconstruir valores espirituales si no entiende que, para ello, ha de tener sosiego, esa imprescindible serenidad que nos permite llegar a un mínimo de armonía con la naturaleza y de contento con la sociedad.

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