Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y la República Dominicana enfrentan un reto que promete beneficios e implica riesgos: la ratificación del Acuerdo Centroamericano de Libre Comercio con Estados Unidos (CAFTA, por sus siglas en inglés). Debido a que este paso determinará el rumbo de sus economías durante décadas, los seis pequeños países, al tomar sus decisiones, deben tener en cuenta los beneficios y costos potenciales.
Para las naciones menos desarrolladas, el CAFTA, negociado a ritmo rápido en el 2003 y 2004, representa una oportunidad de consolidar y mejorar su acceso a la mayor economía del mundo. La mayoría de sus exportaciones a EE. UU. disfrutan ya de ventajas arancelarias conforme a la Iniciativa de la Cuenca del Caribe, pero las preferencias comerciales son más fáciles de revocar que de conceder. De acuerdo con el CAFTA, las concesiones unilaterales inapelables le cederán el lugar a las obligaciones bilaterales, provistas de reglas para resolver disputas.
Desde el siglo XIX. A menudo se culpa a la globalización por los infortunios económicos de Latinoamérica, aun cuando este proceso se ha venido desenvolviendo desde el siglo XIX. El mundo se dirige hacia una mayor liberalización del comercio y niveles de productividad más altos, escenario en el que las preferencias comerciales deben considerarse solo como ventajas temporales. Esta dinámica es imposible de detener. Los países beneficiarios harían mal en aferrarse al statu quo.
Como lo demuestra la historia, las naciones que se abren inteligentemente al mundo son las que más prosperan. En la última década, muchos países latinoamericanos llegaron a esa conclusión. En una puja por convertirse en participantes exitosos en la economía internacional, eliminaron barreras comerciales elevadas y abrieron mercados durante largo tiempo protegidos.
También los socios más pequeños del CAFTA han buscado establecer acuerdos de libre comercio con economías mucho mayores. Tratados como el pacto entre Canadá y Costa Rica compensan las disparidades entre los asociados, y ofrecen al menos desarrollado un período adicional para levantar las protecciones a los sectores socialmente sensibles. Las negociaciones del CAFTA han sido todavía más complejas y exigen un enorme esfuerzo de coordinación de parte de los países pequeños para completar un acuerdo en un período relativamente breve.
El gran reto. ¿Por qué los gobiernos aceptaron este reto? Además de obtener el acceso a su principal mercado externo (las exportaciones centroamericanas a EE. UU. aumentaron más de un 150% en la última década), los países pueden usar los convenios de libre comercio para modernizar sus instituciones y promover las inversiones, la transferencia de tecnología y la creación de empleos. Pueden también actuar como catalizadores de la cooperación regional. El CAFTA les daría a los países más pequeños una ventaja inicial en el proceso de integración del hemisferio occidental que, tarde o temprano, recobrará fuerza.
La apertura de mercados tiene sus costos. Impulsa la competitividad en algunos sectores y saca a luz las debilidades de otros, que requerirán apoyo para adaptarse a las nuevas condiciones. El CAFTA no será una panacea; para aprovecharlo al máximo, los países pequeños deben ocuparse de varios problemas.
La propia integración de Centroamérica debería tener prioridad. Los gobiernos de la región deberían acelerar este proceso para permitir a sus economías combinar más eficientemente sus capacidades y recursos, y llegar a escalas que se necesitan para competir en los mercados mundiales. La infraestructura es parte de la ecuación, porque una de las ventajas que tienen estos países sobre sus competidores asiáticos es el tiempo que les lleva llegar a sus mercados. La modernización de las carreteras, puertos y aeropuertos de la región, al igual que sus sistemas de energía, es una tarea por hacer. Esfuerzos conjuntos como el Plan Puebla Panamá son un ejemplo de cómo pueden los países encarar estos retos.
Una señal inequívoca. Dado el debate que ha generado el CAFTA en sus propias sociedades, los gobiernos deberían suministrar tanta información sobre el acuerdo como sea posible, de modo que sus ciudadanos puedan ver con claridad dónde están las oportunidades y cómo se administrarán los costos. Los acuerdos de libre comercio no distribuyen los beneficios equitativa o automáticamente. Cada gobierno debe establecer políticas y programas para ayudar a los sectores que sufren los reveses más severos.
Las agencias multilaterales como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) están prestas a ayudar a las pequeñas empresas, los agricultores y los trabajadores desplazados, a facilitarles la transición. Ningún acuerdo es perfecto, pero el comercio es más fructífero que el aislamiento. En las naciones más pequeñas, una discusión ilustrada y franca sobre las consecuencias del CAFTA ayudará a crear el consenso necesario para aprovechar al máximo las ventajas del acuerdo y mitigar sus riesgos. La ratificación del CAFTA enviará, más allá de las fronteras de la región, una señal inequívoca de que estos seis países están listos para intervenir en el mundo y son capaces de hacerlo.