Lo primero que dijo Otilio Ulate en aquellos aciagos días de 1947, cuando se le confirmó como candidato presidencial de la oposición al régimen que ya había burlado los resultados electorales de 1944 y pretendía burlarlos de nuevo en las elecciones de 1948 fue: "Los débiles y los vacilantes que se aparten".
Mariano Sanz, quien fue amigo íntimo y colega de Ulate, ha publicado recientemente un libro sobre la vida de este político, quien tuvo mucha beligerancia en aquellos años.
Eran tiempos difíciles y es una lástima que Calderón Guardia, promotor del Seguro Social y el Código de Trabajo con la colaboración de monseñor Sanabria, Manuel Mora y Óscar Barahona, se encariñara tanto con el poder al extremo de no querer soltarlo de ninguna manera, ni perdiendo las elecciones. Esto fue lo que empujó al país a una guerra civil de ingratos recuerdos.
Otilio Ulate se distinguió por su honradez y su palabra vehemente al calificar los hechos precedentes a la revolución de 1948.
Intimidades inéditas. Para los amigos de la historia patria, el libro contiene varios pasajes que hasta el momento habían sido desconocidos. Hay intimidades inéditas sobre un hecho que cambió la historia en un sentido positivo: el pacto Ulate-Figueres.
Después de la revolución tuvimos dos héroes: en el terreno cívico, Otilio Ulate y en los campos de batalla, José Figueres. Como Ulate no participó activamente en la lucha armada, algunos de los que sí se jugaron la vida en las montañas pretendieron desconocer la elección de don Otilio y fundar una segunda república llamando a la formación de una asamblea constituyente para aprobar una nueva y moderna carta constitucional. Esto puso al país al borde de otra revolución: unos pedían la entrega inmediata del poder a Ulate (los que no fueron a pelear) y los revolucionarios querían conservar el poder para transformar este país en algo más eficiente.
En aquellos momentos de incertidumbre, los ulatistas montan una manifestación pública para pedir la entrega inmediata del poder a Ulate, y un señor llamado Jaime Solera Bennett, a quien el país le debe un reconocimiento, logra reunir en su casa de habitación a José Figueres con Otilio Ulate y los encierra en una oficina con un pichel de café para que se pusieran de acuerdo en algo.
Grandeza y desprendimiento. Ahí fue donde nació el pacto Ulate-Figueres, que terminó con la incertidumbre gracias a la grandeza y desprendimiento de estos líderes. Después terminaron distanciados, pero el pacto se cumplió al pie de la letra. Figueres gobernó durante 18 meses, en los que propuso una nueva Carta Magna, nacionalizó los bancos, creó el ICE y disolvió el ejército; después entregó el poder a Ulate para que gobernara por los cuatro años para los que había sido elegido.
Hay otra pieza literaria en el libro: es la carta que don Otilio le envía a don Amadeo Quirós cuando este termina sus funciones de contralor general de la República dejando una estela de integridad y honradez digna de imitarse. Es una carta como para ponerle marco.
Todo eso está ahí, en el libro de Mariano Sanz, y, si usted quiere saber más sobre estos hechos, consígalo: no le pesará.