Tuve la oportunidad de conocer a la doctora Ana Gabriela Ross González en 1986 cuando realizaba mi servicio social en San Rafael de Guatuso. Entonces ella trabaja en la región norte, que tenía sede en Heredia; por lo tanto, la teníamos que ver con frecuencia. Durante ese tiempo logré, además de conocerla como profesional, entablar una relación de amigos que, a pesar del tiempo y la distancia, duró siempre. Su labor en esa zona fue de cara al bienestar de la comunidad, facilitando la labor de los que hacíamos el trabajo de campo directamente con los pacientes y la comunidad.
En 1987, cuando laboraba como médico en Tejar del Guarco, ella fungía como directora de la zona de Cartago. Fue una gran experiencia laborar bajo su supervisión; siempre estuvo atenta la atención de los centros de salud del Ministerio y mostró interés en el desarrollo de comunidades que estaban en el abandono; así logramos llegar a gran parte de la provincia de Cartago. Ella participaba en las reuniones comunales y aportaba directamente a su desarrollo.
A pesar de su gran dedicación al trabajo, siempre tuvo tiempo para cuidar y amar a su hijita, que entonces tendría 7 u 8 años y hoy es ya una profesional.
Parte de la vida. Ana Gabriela ocupo puestos importante tanto en el Gobierno (presidenta de AyA), como en su partido político y en el Colegio de Médicos, al que dedicó parte de su vida, tanto desde la junta directiva como en la parte administrativa. Fue una mujer excepcional, que se entregó a los demás desinteresadamente, que entregó la vida a desarrollar programas para los más necesitados y que, además, tuvo tiempo para querer, cuidar y amar tanto a su hija como al resto de su familia.
Hace unos dos meses estuve en San José y fui al Colegio de Médicos a saludarla, pero me informaron de que se encontraba ingresada en el hospital San Juan de Dios por un cáncer muy avanzado, que se lo acababan de diagnosticar. Mi agradecimiento a aquella mujer excepcional y un sentimiento de recuerdos especiales para ella me motivaron a ir a verla. Nunca imaginé que sería la ultima vez. Apenas pude compartir con ella unos minutos, pues la habitación en el San Juan de Dios estaba llena de personal paramédico y médicos que se identificaban y querían a Ana Gabriela. Pese a eso y sabedora de que venía desde Nicaragua, además de tener 10 años de no verla, se emocionó, me abrazó y me dio al oído gracias por la visita inesperada, me dijo que se alegraba mucho de ver tanta gente querida y que le pidiera a Dios para que se cumpliera su deseo de ver a su hija casada y poder tener a su primer nieto entre sus brazos...
Lucha hasta el fin. Hoy, 16 de septiembre, a las 2:45 p. m., la llamé a su celular para saber cómo estaba. En otra ocasión había llamado y solo me contestaba la maquina. Hoy oí su voz que decía: “Estoy luchando por mi vida, gracias por llamarme, pero no te puedo atender...”.
Acabo de enterarme de que ella partió para siempre, dejando una estela de amor y de dolor, en especial a sus hermanos y a su hija, a quienes desde aquí les digo que Ana Gabriela fue excepcional como médica, como administradora, como mujer y como madre, que vivirá siempre en el corazón de aquellos que aprendimos y compartimos con ella y que la respetamos y quisimos también.
Ana descansa en paz.