Nien Cheng narra en su libro Vida y muerte en Shanghai la trágica experiencia de su vida durante la revolución cultural china. Publicado inicialmente en 1988 en inglés, el libro ha sido traducido a 19 idiomas y se han vendido más de un millón de ejemplares. La señora Cheng proviene de una familia acomodada e hizo sus estudios en la Escuela de Economía de Londres, donde conoció a su futuro esposo. Luego fueron diplomáticos del gobierno del Kuomintang y decidieron quedarse en China en medio del romanticismo de que la revolución de Mao pudiera erradicar la pobreza y la corrupción rampantes. El señor Cheng fue gerente de la Shell en China de acuerdo con la política del gobierno que en su inicio permitió la inversión extranjera. Al morir su esposo, la señora Cheng pasó a ser la persona de origen chino de más rango en la compañía.
Un libro que atrapa. La llamada revolución cultural definió a la señora Cheng como capitalista y enemigo de clase de los trabajadores y del gobierno. Su voz mesurada, pero elocuente, cuenta una historia, desconocida en Occidente, sobre los abusos y absurdo de la revolución y del maoísmo en general, a partir de su biografía. Por ejemplo, los trenes no salían a tiempo pues esa era una práctica capitalista, al no cumplirse los horarios hubo no pocos choques con muchos muertos. El libro atrapa al lector desde sus primeras páginas. Su exquisita cultura y excelente manejo del inglés le permiten mostrar acertadas intuiciones políticas y económicas, además de un profundo conocimiento de la naturaleza humana. A los sesenta años la apresaron sin cargo alguno y la torturaron durante seis años con la esperanza de que confesara ser espía para los ingleses. Era un peón en el juego de poder en torno a la eventual sucesión de Mao, víctima del bando de la pandilla de los cuatro, presidida por la esposa de Mao.
El testimonio de la señora Cheng, en medio de su desgarrador relato, emerge como un canto a la dignidad humana, una fortaleza de granito de quien, asentada sobre la verdad, nunca fue quebrantada. Su principal motivación para continuar y soportar era su esperanza de encontrarse de nuevo con su hija. Lo peor ocurrió cuando su salud se encontraba muy mal y le dejaron saber que su hija de 23 años había muerto. Suicidio fue la versión oficial. Luego pudo averiguar que murió en manos de sus torturadores, a quienes se les pasó la mano y la mataron.
Muy excepcional. En su acogedor apartamento en Washington D.C., decorado con arte chino, a los ochenta y tres años, espigada y elegante la señora Cheng conversó durante tres horas seguidas con mi hija mayor y conmigo. A su término, los cansados éramos nosotros. Su conocimiento de la actualidad china y mundial es impresionante, mantiene un cúmulo de cifras y fechas en su ordenada cabeza. Con la misma soltura conversa de religión, las más recientes intenciones del gobierno chino, deducidas a partir de la visita del presidente Jiang Zeming a los Estados Unidos y a Rusia, o de las hazañas de Tiger Woods. Las torturas físicas y psicológicas nunca aplacaron su amor a la vida. Su historia es una historia de amor.
Su gozo de vivir es contagioso. Nos reveló que el secreto de su salud es su profundo interés en lo que la rodea. Siempre está leyendo alrededor de diez libros simultáneamente. Escribe entre tres y cuatro horas diarias. Se acuesta a la una de la mañana y se levanta temprano para acudir a su sesión de tai chi a las siete de la mañana. Vive sola, atiende su apartamento, cocina, hace sus compras, maneja su propio automóvil, da conferencias y preside el Fondo Mieping (el nombre de su hija), el cual estableció para otorgar becas para estudios universitarios a estudiantes de bajos recursos.
Con su risa contagiosa, narra divertida episodios surgidos de la aversión de los occidentales a hablar de la edad y de la muerte. ¡Como si se pudieran evitar! Quien ama la verdad, abraza lo ineludible con la mayor soltura y tranquilidad.