Uno de los mayores peligros que enfrentamos es la grave contradicción de ser un país que predica paz al mundo, mientras internamente la violencia está creciendo, incluso llegando al punto de aceptarla, aunque sea con resignación. Espero que esto sea temporal.
Hace unos años, era impensable que las escuelas y los colegios tuvieran un protocolo que preparara a los niños en caso de balaceras. Qué doloroso es verlos debajo de sus pupitres, algo que antes solo era imaginable en países en conflicto armado.
Los hogares también son centros de creciente violencia, según datos divulgados por la Secretaría Técnica de Género y Acceso a la Justicia del Poder Judicial. El 2023 pasará a la historia como el año con el mayor número de mujeres asesinadas desde que existe registro, con 79 muertes, y aún falta un mes, período en el cual la violencia intrafamiliar tiende a incrementarse durante las festividades.
En cuanto a la seguridad ciudadana, o más bien a la inseguridad ciudadana, el 2023 también dejará su marca. Según datos de la Policía Judicial, hasta la fecha del reporte, se habían producido 830 homicidios dolosos. Resulta incomprensible la actitud del presidente al renunciar al combate contra este grave flagelo. Es crucial recordar al Ejecutivo una lección elemental de filosofía política: la génesis del Estado o Leviatán es la ciudadanía buscando superar el “estado natural de guerra”.
El llamamiento a crear condiciones de paz y seguridad ciudadana también se dirige hacia su modo de gobernar, que es otra fuente de violencia. El acoso forma parte de la dinámica laboral dentro de su equipo, lo cual, además de percibirse, se confirma por declaraciones de muchos exfuncionarios que han comparecido ante la Asamblea Legislativa.
Si esta violencia es una dinámica nunca antes vista entre compañeros de trabajo, también lo es la dirigida a los medios de comunicación y otros poderes del Estado, ignorando la separación de poderes según Montesquieu y conceptos clave del buen gobierno.
Gobernar implica educar al ser referente para futuras generaciones, implica negociar y no destruir puentes, como se ha mencionado, y ejecutar con responsabilidad las acciones que el país requiere; una función indelegable.
La autora es politóloga, miembro del Advisory Board del Wilson Center en asuntos para América Latina.