Hoy se presenta una situación coyuntural en el país en relación con el TLC: por un lado, el deseo del Gobierno y de una mayoría superior al 40% de la población que votó en las elecciones pasadas, de aprobarlo; y, por el otro, la preocupación de un sector de la población por presuntas consecuencias negativas.
Como académicos del Instituto Tecnológico de Costa Rica, como formadores de los futuros ingenieros y administradores de empresas que atenderán el sector productivo del país, debemos analizar sin pasión el desarrollo de nuestra economía, con TLC o sin él. En mi caso, como académico que se desempeña en el campo de la ciencia e ingeniería de materiales, tengo la obligación moral de contribuir a este debate, puesto que esta área del conocimiento se visualiza como un nicho de oportunidades para el país. Y esto lo hemos visto claramente con la presencia de Intel en Costa Rica y con la producción de cantidad de materiales que son utilizados en el país o en el exterior y en donde el sello de Costa Rica queda muy en alto.
El mundo está globalizado y Costa Rica ocupa un lugar preponderante como país para invertir, en especial en empresas de servicios, junto a la India y la China. Queramos o no, nos encontramos frente a circunstancias muy diferentes de las de hace unas décadas. Debemos aprovechar las oportunidades que se nos presentan. Cada decisión que se toma implica un riesgo, y debemos analizarlo considerando nuestras circunstancias.
¿Qué hacer? ¿Si el TLC con EE. UU. fuera con algún país europeo o con China, o con Venezuela, estaríamos tan opuestos? Si consideramos que el TLC es tan negativo, ¿qué deberíamos hacer como país, si al final se aprueba, pese a la oposición de algunos, para tratar de obtener provecho? ¿Nos vamos a quedar con los brazos cruzados porque ya se firmó, y esperar que nos llegue el “maná” del Norte? Y los que están a favor, ¿qué están haciendo si no se firma?
Debemos apostar como país a un proceso de formación de ingenieros y científicos que puedan reconvertir los procesos productivos, haciéndolos más eficientes y de calidad. Una de las ventajas de nuestros reconocidos profesionales en estas áreas es su capacidad para incorporarse rápidamente a los cambios tecnológicos, gracias a una formación fuerte en la parte científica y sobre todo ingenieril, pero, además, a una buena formación humanística.
Sin desmerecer otras profesiones, debemos incentivar la formación de ingenieros y científicos en todos los niveles, fortalecer los postgrados en ingeniería e invertir en laboratorios. Si deseamos firmemente ese desarrollo, requerimos de recurso humano competente. Muchos problemas del sector productivo podrían resolverse en las universidades mediante investigaciones y tesis financiadas por empresas. Invertir en ciencia y tecnología es el camino que nos permitirá, con o sin TLC, para que Costa Rica vaya por la senda del desarrollo.
El círculo virtuoso. El círculo virtuoso es inversión pública en estas áreas; mayor cantidad de científicos e ingenieros, y mejor nivel de investigación por parte de las instituciones de educación superior; mayor y mejor productividad del sector empresarial y, por tanto, también inyección de dinero a la educación superior y a las arcas del Estado. Apostar por esta fórmula implica apostar al desarrollo del país con rostro humano, con equidad, pues el sector productivo podrá tener más empleados y mejor pagados.
Otro factor fundamental es una actitud y aptitud hacia la innovación. No debemos solo tener excelentes ingenieros y científicos, sino, a la vez, excelentes innovadores, los cuales puedan visualizar las oportunidades que se presentan para crear nuevos procesos y nuevos productos con mayor valor agregado. Esto es una ventaja comparativa para atraer grandes inversiones de empresas foráneas y para crear nuevas empresas, formar parte de la cadena de suplidores de las grandes empresas o elaborar nuevos productos para ser exportados y así generar mayores divisas al país.
Debemos fortalecer la apertura de empresas pequeñas y medianas, que proceden de una “idea de negocio”, incubar empresas, invertir en capital semilla para crearlas. Costa Rica en este sentido es privilegiada pues tiene una banca estatal vigorosa. Pero esta labor implica un riesgo, el cual se debería minimizar con el apoyo del sector académico, apadrinando esas nuevas ideas de negocios, a través de sus centros de investigación y desarrollo, para convertirlas en empresas con un intensivo grado de conocimiento.
Aquí el círculo es, otra vez, el Gobierno apoyando en ideas de negocios con capital semilla; el sector académico, ayudando para que esas ideas de negocios sean empresas vigorosas, y el sector empresarial tradicional respaldando la creación de estas empresas. Nuevamente, el Estado volverá a tener los réditos de este proceso.
El ITCR de alguna manera viene contribuyendo, desde su creación, en ese proceso de formación de ingenieros y técnicos, que rápidamente se involucran en el sector productivo, y también apoyando esas ideas de negocios para formar empresas costarricenses. Además, tiene un Centro de Incubación de Empresas, el cual se ha fortalecido en los últimos años y acompaña a nuevas empresas, muchas de ellas con un sello en tecnología. Sin embargo, habrá que fortalecer aún más este proceso con nuevos postgrados en ingeniería y más ingenieros, con mayor vinculación con el sector productivo, y apoyando más empresas en su proceso de incubación. Así, se contribuye certeramente en el desarrollo económico y social de Costa Rica.