Tenía gran capacidad de aprendizaje, aunque no había pasado de segundo grado, pero eso le bastó para leer, escribir y para un razonamiento lógico, parte de lo que ahora llaman inteligencia emocional.
Huérfano total a los 7 años, a mediados de 1920, le truncó seguir en la escuela y lo obligó a luchar por su subsistencia en disímiles trabajos, en la soledad rural en Cachí.
Primero fue mozo de limpieza y mandadero en la casa de un señor Vincent, administrador de la hacienda Cachí, pero apenas tenía un tiempo se daba vuelta por el taller mecánico para observar a los operarios en plena labor.
Y mirando aprendió: de mecánica automotriz, de electricidad, de soldadura… después a operar la pequeña planta eléctrica, que permitía realizar las “beneficiadas” de café en la noche y medio iluminar –por horas– al pueblo.
Aquellas habilidades innatas hicieron que se le ascendiera a jefe de taller, donde también extendió su mano generosa para que otros aprendieran.
Del camión a los ataúdes. En esos ajetreos laborales, se incluía manejar camión como “chapulín”, arreglar los aparatos electrodomésticos de la “Casa Grande” de la familia Murray, dueños de la finca-pueblo o pueblo-finca que siempre ha sido Cachí. Era trabajador con disponibilidad de 24 horas, y era común, cuando no estaba de turno, que se le despertara porque había un desperfecto en la planta, o se había muerto un cachiceño, y en aquella planta bajo llave y también bajo su responsabilidad estaban alineados los ataúdes en que se enterraba a la peonada y a sus familiares.
Tenía gran inventiva, lo mismo hacía un descascarador de maní que una ducha de agua caliente, o un juego de luces en una pantalla para las rifas, el que reemplazó por mucho tiempo, en las fiestas patronales de Santa Isabel, a los tradicionales cáñamos.
Disfrutaba ser un servidor comunal, ayudar a la gente a través de sus conocimientos en mecánica, y esas facetas son muy recordadas en su pueblo adoptivo.
Había llegado a Cachí, procedente de Curridabat, viaje en carreta con su madre, Juana, transporte que los dejó en Paraíso y de allí, solos, se enrumbaron por trillos en busca de una mejor vida, que en aquel tiempo era la recolección de café.
Tormentas y marimba. Tuvo la suerte de encontrar en su esposa, Trinidad Coto, el soporte emocional y de cariño que le faltó en parte de su niñez, y muchas de las tormentas que no faltan en la vida las logró superar junto a ella y la “marimba” de hijos que procrearon.
Los “cuarteles de invierno” le llegaron y, todavía cerca de los 80 años, le gustaba estar trabajando.
Un mal día, un derrame cerebral minó a aquel hombre de baja estatura, pero de un espíritu de trabajo gigantesco. Solo sus cansados ojos querían rebelarse ante el designio de Dios, pero hace 6 años no pudo más...; dos años antes había partido su amada esposa, lo que gracias a Dios no sufrió, porque ya había perdido la conciencia de las cosas.
Todos en Cachí le decían Negrito , aunque sus rasgos más bien eran indígenas, los que nos heredó. Sí, porque Rafael Negrito Gutiérrez, fue mi padre...