La alemana Franziska van Almsick no podía dar crédito a lo que veían sus ojos. Por lo menos, la cara que quedó grabada en cientos de fotografías así lo hacía notar.
La campeona mundial de natación parecía petrificada por la sorpresa. En el podio olímpico, por encima de ella y con una medalla de oro colgando de su pecho, estaba la nadadora costarricense Claudia Poll Ahrens.
El Georgia Tech Aquatic Center, de Atlanta, Estados Unidos, estaba a reventar aquel 21 de julio de 1996.
La tica lloraba de alegría inmensa tras el 1:58.16 que le dio a Costa Rica el triunfo y su primera medalla de oro en una olimpiada. Franziska quedó petrificada en las fotografías para la posteridad.
Este ha sido el principal logro deportivo del país en toda su historia, por encima de cualquier otro deporte, incluido el más popular de todos: el fútbol.
Como sucedió ocho años antes con su hermana, Sylvia, el carril cinco le fue asignado a Claudia.
Unas horas antes, la nadadora se había cortado su larga melena rubia como parte de un ritual de motivación olímpico y se hizo rapar ‘CR’ en la parte posterior de su cabeza, reveló una de sus entrenadoras, Monserrat Hidalgo, en una columna que se publicó el día de la competencia.
También colocó una pequeña bandera de Costa Rica, la misma que no se cansó de mostrar cuando las pantallas le enseñaron al mundo que ella había sido la ganadora, la nueva campeona olímpica mundial de los 200.
Mientras el equipo alemán lanzaba su maquinaria desde las graderías, Claudia avanzó sola, con el apoyo incondicional de unos cuantos infiltrados entre el público, que se convertirían en testigos privilegiados de su proeza. Desde las gradas, la acompañó su inseparable entrenador y gestor del triunfo, Francisco Rivas.
Ese 1:58.16 se hizo eterno sobre las aguas, pero cumplió con la expectativa generada luego de años de trabajo en la fría piscina del Club Cariari, con entrenamientos que se iniciaban, todos los días, a las 4 a. m.
Porque sucedió, finalmente, lo que pronosticaban las estadísticas, que tenían a Claudia entre el exclusivo grupo de las mejores ocho nadadoras del mundo.
Cuatro años de entrenamiento previo con la meta fija en esa olimpiada –95% de preparación emocional y 5% física, según contó su entrenador–, dieron su fruto al finalizar la tarde de ese día.
“Una bandera con dos franjas azules , dos blancas y una más gruesa en el centro de color rojo subió hasta el cielo. Al fondo, el himno compuesto por Manuel María Gutiérrez sonaba con una emotividad que nunca antes le había sentido.
”En lo alto del podio, Claudia no paraba de llorar. A su diestra estaba la campeona mundial Franziska van Almsick; a la siniestra, la destronada campeona olímpica, Dagmar Hase (...) Gracias, Claudia, por hacernos tan felices”, registró la crónica periodística de este diario que miles devoraron al siguiente día del triunfo.
Dos décadas después
Claudia tenía 23 años cuando se erigió sobre Atlanta. Cuatro años después, en Sydney 2000, y con 27, esta nadadora de origen alemán le dio al país otras dos medallas de bronce.
“Siento que muchos se olvidan de las dos medallas de bronce en Sydney 2000 y trabajamos más duro para Sydney que para Atlanta, porque una cosa es llegar y ganar una medalla y otra cosa es esperar cuatro años para volver al podio”, comentó en una entrevista al cumplirse los 20 años de Atlanta.
La dorada carrera de Claudia no se quedó solo en títulos olímpicos, también incluyó campeonatos mundiales, impuso un récord del orbe y ganó decenas de pruebas internacionales antes de que en el 2002 una suspensión de dos años por dopaje frenara su carrera. Hoy compite en categoría máster.