Johannesburgo. Luis Suárez se tiró por el balón como jugador de voleibol y evitó el gol inminente de Ghana. Era el tanto de la clasificación; a esas alturas (minuto 120) no había tiempo ni de ir a recoger la bola al fondo.
El ala más purista del futbol cuestiona ahora la actuación de Suárez. Para echar más gasolina, el propio delantero habló de “la mano de Dios”, una provocativa comparación con el gol ilegítimo de Maradona en México 86.
A Suárez lo vio el árbitro y de una vez obtuvo la tarjeta roja, aunque en su camino al vestuario tuvo chance de festejar cuando Asamoah Gyan falló el cobro.
No hubo impunidad, como en otras jugadas célebres. Violó el reglamento y pagó la multa. También se perderá la semifinal, otra confirmación de que Suárez recibió su merecido.
En el baloncesto, antes de hacer un saque lateral en los segundos finales, los jugadores que defienden suelen cometer una pequeña infracción (taparle a quien hace el saque) para ver por dónde se mueven los demás. Reciben una advertencia y el juego sigue. La maniobra utiliza el reglamento hasta el límite y es socialmente aceptable en la NBA: es un simple guiño de estrategia y maña.
El futbol es un juego de astucia. Es cierto que los tramposos caen mal, especialmente cuando el juez no los ve y se salen con la suya. Son esos que pegan codazos y ponen cara de yo no fui. Los que se revuelcan en el piso por culpa de una patada invisible, o los que se clavan en trampolín dentro del área, fingiendo un penal.
El caso de Suárez no corresponde a la categoría de los infames. Ningún jugador entra al campo pensando en que va a evitar un gol con la mano. El precio es caro, carísimo, porque la mayoría de las veces el árbitro se da cuenta y el castigo va doble: penal en contra y el equipo se queda con diez.
Sabemos que hay gente dispuesta a lo que sea con tal de ganar. En Uruguay, precisamente, observé hace unos meses una descarada falta al juego limpio. Fue en el repechaje ante Costa Rica: cuando la Tricolor mejor jugaba, funcionarios de la televisora uruguaya montaron un pleito de cantina contra los suplentes ticos, para ensuciar el partido y desconcentrar a la banca.
Lograron parar el juego unos minutos, por el tamaño del zafarrancho. Nunca había visto semejante cosa: camarógrafos y técnicos se pusieron la camiseta para entrar al partido.
Pero lo de Suárez no está contaminado por el desagradable aroma del juego podrido. Le metió la mano a la pelota en un acto de desesperación, como lo hacen jugadores de todo el planeta en todos los partidos. Ángel Di María lo acaba de hacer ante Alemania, para cortar un avance.
Fue un momento particular del juego, es cierto, ese minuto final desquiciado en el que Ghana casi arrolla a los extenuados charrúas. Mas, el delantero no pudo haber pensado, mientras iba en el aire con vuelo de guardameta: “Ahora evito el gol de Ghana, ellos van a fallar el disparo y ganamos en los penales”. Simplemente quiso tapar un gol, el acto de supervivencia más natural de este deporte, y fue juzgado con toda la severidad del reglamento.
Sería indignante que no hubiera salido expulsado. Pero ni siquiera se detuvo a protestar. Minutos después, su corta carrera como portero había dejado una enorme cosecha.
Ahora vienen las críticas y la polémica, como tanto parece gustarle a a FIFA. Un jugador de Ghana, Pantsil, dijo después del partido que ninguno de ellos “hubiera metido la mano para detener la pelota”. ¿Le creemos?