Medio Costa Rica y el resto del planeta alucina con Lionel Messi levantando el trofeo, el que le falta, glorioso cierre de mundiales del considerado por muchos “el mejor de todos los tiempos”, en detrimento de Pelé, estrella de un Mundial a los 17 años; de Maradona, autor del gol más surrealista que se haya visto en una Copa del Mundo; y de Cristiano Ronaldo, cuya desventaja es vestir la camiseta de una selección mediana que nunca ha llegado a la final sin él o pese a él.
Entiendo que a estas alturas es mandatorio pedir perdón, so pena de que no baste, si no se ama a Lio Messi. Al menos ya no lo odio, como escribí medio en broma medio en serio a inicios del Mundial, cuando incluso acogí de buena gana el posible resurgir argentino luego de su inicio con derrota. Simplemente, no lo adoro.
Y no se trata del añejo desplante en suelo tico, donde no tuvo la mínima cortesía de ser simpático con 35.000 aficionados defraudados, sin entender la suplencia del 10 durante todo el juego y mucho menos sus escasos, casi nulos, gestos de comunión con la gente.
No es culpa de los 26 goles y 14 asistencias contra el Real Madrid, cuando me creía aficionado del equipo merengue y el clásico español era seguido con fervor en Costa Rica en cada bar o restaurante.
Tampoco lo atribuyo a mi mayor simpatía hacia Brasil -heredada de mi padre y reforzada unos cuantos años después por Zico, Sócrates, Eder, Falcao y Junior-. Aunque habría preferido tener en la final de Qatar 2022 a Francia contra Neymar, Vinicius, Richarlison y compañía, el deseo incumplido no alcanza para explicar por qué no deliro por Messi.
También me niego a afiliarme a la teoría de conspiración, escupida por el portugués Pepe al calor de la derrota ante Marruecos, en juego de cuartos de final dirigido por el árbitro argentino Facundo Tello: “Después de lo que vi hoy, le pueden dar ya el título a Argentina”. No está claro si llevan similar malicia las palabras de Zlatan Ibrahimovic, quien casi siempre domina mejor pelota que las declaraciones (“ya está escrito quién va a ganar, y ya saben a quién me refiero. Creo que Messi levantará el trofeo, ya está escrito”, aseguró, cuando aún no se habían jugado las semifinales). En todo caso, no encuentro en el torneo grandes fallos arbitrales en favor de la albiceleste, muy a pesar del discutible penal contra Croacia (“no puedo creer que se haya pitado”, criticó Luka Modric).
Tampoco es que dude un instante de cuán feliz haría a la FIFA la campeonización de Messi, uno de sus jugadores más laureados, hasta donde recuerdo nunca irreverente con el máximo organismo, pero sobre todo por la feligresía que arrastra. El Mundial que podía ser recordado por la cuestionable escogencia Catar, país intolerante con la diversidad sexual, represor de la mujer y con fama de violaciones a los derechos humanos, sobre todo de los inmigrantes, sin mencionar los fallecidos en la construcción de estadios, sería recordado como el Mundial de Messi. Lo que Pelé es para México ‘70 o Maradona para México ‘86.
Mi recelo ni siquiera se explica del todo con la aclamada versión de Messi poscuartos de final, en la que un encarador 10 se quitó el traje de tímido, como muchos le pedían, gracias a un festejo en mofa al técnico Louis Van Gaal y al “Qué mirás, bobo” dirigido al neerlandés Wout Weghorst.
Yo hace rato entendí que Messi no es Maradona, para exigirle la voz de mando en los momentos difíciles, ni siquiera un Cholo Simeone, para inyectar de coraje al equipo. Lo suyo es ser un genio con la pelota en los pies. Y punto. Lo decía uno de estos días: No tiene por qué ser Messi y el Che Guevara al mismo tiempo.
Pero si algún día iba a inflarse el pecho, había mejores formas que contagiarse de ese estilo encarador. A medio mundo le encantó. A mí no. Como tampoco me encanta el estilo del guardameta Emiliano Martínez, quien ha echado mano a insultos para desconcentrar a lanzadores rivales en tandas de penal (los colombianos saben de qué hablo).
“Si no le gusta eso, vea golf”, me dijo en broma un colega. ¿O lo decía en serio?
Lo siento, pero seguiré viendo fútbol, disfrutando de las jugadas que convierten en leyenda a un jugador (Messi tiene miles). Seguiré admirando su gambeta, su regate, esa capacidad para pararse ahí en la cancha como si tuviera pereza y de pronto arrancar con una genialidad. Seguiré creyendo que la final Argentina - Francia es lo mejor que le pudo pasar a la Copa, una vez dada la eliminación de Brasil.
Yo también puedo disfrutar de Messi. Y festejo su presencia en la final contra Mbappé y compañía.
Estamos, sin duda, ante su mejor versión en mundiales, después de actuaciones muy por debajo de las expectativas en Copas como Sudáfrica 2010, donde ni siquiera anotó, o Rusia 2018, con apenas un tanto y regreso a casa en octavos de final. Este Messi, la versión 2022, es incluso mejor que la 2014, donde también disputó la final y anotó cuatro tantos.
Con la ‘messimanía’ les quedo mal, sin una gran razón mediante, aunque sí varias pequeñas. Quizás me choca un poco que sea casi obligación idolatrarlo o aquello de “quien no quiere a Messi, no quiere el fútbol”, como expresó Jorge Valdano. Yo amo el fútbol, admiro a Messi y más aún al defensa que logre anularlo. Usted téngalo en un altar o disfrútelo como quiera, que para eso es nuestro amado fútbol.
A mí, solo perdóneme, pero le voy a Francia y a Mbappé.