Nunca olvidaré aquella noche del 4 de mayo de 2005. Fui a la SapriStore a comprar una camisa de Saprissa y me encontré con mi amigo David Pessoa; ambos asistiríamos al partido de ida de la final de la Concacaf. Recuerdo ir por las calles de Tibás cuando empezaba a oscurecer, y una intensa luz en el horizonte nos anunciaba la proximidad al Ricardo Saprissa.
Entramos a ese maravilloso estadio, al cual me llevaban mis tíos cuando era niño y me daba mucho miedo cuando todos brincaban al mismo tiempo, pero me ponía muy feliz cuando entraba el “Mostro” Morado rubio a bailar a la cancha.
Pero regreso a la noche del 2005, estaba en la gradería Sur con La Ultra cuando la celebración del gol de Cristian Bolaños hizo una ola inolvidable, y la anotación de Gabriel Badilla, al cierre de la primera mitad, nos hizo sentir campeones desde ese momento.
Creo que me he sentado (y he estado de pie) en todos los puntos del “Glorioso” Ricardo Saprissa. Los recuerdos en cada rincón del estadio son innumerables. No puedo decir que pasé momentos felices y tristes en ese estadio, porque sabemos que al ser aficionados del equipo Morado casi todos los momentos son felices.
Sin embargo, con el tiempo, desde la primera vez que fui al estadio hace más de 30 años, el deterioro del lugar se hizo evidente. Las incomodidades de estar sentado en asientos poco espaciosos (y yo mido 1.70 m), las goteras en Sombra, y las dificultades para ver el campo completo desde ciertos puntos, fueron rasgos que marcaron cada una de mis visitas.
Los cables que colgaban y las estructuras de cemento sin terminar eran un recordatorio constante de la necesidad de renovación. Pero pese a las molestias, los momentos de felicidad compartidos con desconocidos durante un gol en la Saprihora o la celebración de un campeonato hacían que todos los inconvenientes pasarán a segundo plano y lográramos ignorarlos.
Estoy consciente de que el amor por el estadio puede hacer que uno olvide sus fallas, pero es claro que Saprissa necesita un nuevo hogar. No se trata de mejoras superficiales, sino de una nueva estructura.
La posibilidad de construir un nuevo estadio plantea dilemas sobre su ubicación. Las opiniones varían, y aunque no soy experto, entiendo las complicaciones de mantener a la Cueva en el mismo lugar.
Despedirse del Ricardo Saprissa será difícil, especialmente por la conexión especial con Tibás. Reconozco mi egoísmo al preferir mantener el estadio cerca, porque sé que Saprissa tiene miles de aficionados en todo el país, y estoy seguro de que en cualquier lugar en el que se construya, los morados y moradas estarán ahí llenándolo y celebrando.
LEA MÁS: La afición de Saprissa no es un solo sentimiento al hablar de una nueva Cueva
El impacto de la construcción del nuevo Estadio Nacional es un testimonio del cambio, muchas veces necesario, aunque tristes para algunos.
Admito que tengo sentimientos encontrados respecto a la posible construcción de un nuevo estadio: estoy indeciso entre la emoción de un espacio renovado, la nostalgia de permanecer en el actual Ricardo Saprissa, la posibilidad de cambiar su ubicación; pero lo que sí tengo claro es que, no importa dónde esté ubicado el nuevo estadio, Saprissa es una familia y mi casa estará donde esté mi familia.
El autor de esta columna es jefe del departamento audiovisual de La Nación, pero escribe a título personal como aficionado al Deportivo Saprissa.