La bola va en el aire, a 6 grados centígrados y casi sin viento. Costa Rica está clasificada a la Copa del Mundo Sudáfrica 2010. Es de noche y acaba de lloviznar en la costa Este; el ambiente es hostil como siempre para los jugadores costarricenses en suelo gringo, pero dos goles de Bryan Ruiz y 16 remates fallidos en el marco de Kéylor Navas tienen a la Sele metida en el festival universal del futbol. Hoy es miércoles 14 de octubre del 2009 y esto está cocinado.
La bola va globeada desde el córner, dirigida al área pequeña al minuto 95 del encuentro de un deporte cuyos juegos deben durar solo 90. El balón podría, ojalá, caer por enésima vez sobre los puños del arquero, que lo rebotaría fuera del área y entonces Benito Armando Archundia soplaría por última vez su silbato. Se acabaría el partido en el estadio Robert F. Kennedy de Washington DC y a 3.300 kilómetros de distancia todo un país saltaría, se golpearía el pecho como los gorilas victoriosos y empezaría a proyectar los partidos en Sudáfrica. La Sele estaría en su cuarto mundial y en la gradería los aficionados costarricenses acabarían de beberse el tequila José Cuervo que les permite ahora estar calientes aún al minuto 95, cuando esa bola va en el aire observada por millones de ojos. Y por un tal Bornstein.
Ya la Sele ha defendido siete tiros de esquina y no tiene por qué ocurrir nada grave en el número 8. Parece que el futbol es sensato y justo. La bola liviana, una de esas que ahora fabrican para que viaje vibrando por el aire y angustiando la cara de cualquier portero, va globeada mientras el marcador electrónico mantiene congelado el 1-2 a favor de los ticos y el minuto 90, como si Costa Rica ya hubiera triunfado, como si Archundia, el mexicano Archundia, ya hubiera pitado el final del juego.
El córner de Robbie Rogers se elevó diez metros rumbo al área pequeña convertida en un vagón de migrantes apretujados. Miles de hombres ticos esperan ahí reventarla a donde sea y otros miles de gringos pretenden hundirla en el arco de Navas. Ahora o nunca. Era el momento de evitar que Costa Rica ganara por primera vez en suelo propio y de garantizarse así el primer lugar de la hexagonal de Concacaf. El derecho a Sudáfrica ya estaba en sus manos, pero otras cosas también importaban. En la madrugada anterior su compañero Charlie Davis, el 9, se rompió el cuerpo en un accidente de tránsito en la avenida del monumento a George Washington. Bob Bradley no quiere dedicarle una derrota.
Todo esto lo sabe Armando Archundia, el abogado y economista que hoy también se juega su propio pase al Mundial de Sudáfrica. Viste camiseta amarilla de manga larga y lleva un reloj que ahora, con la pelota en el aire, le indica que aún falta más de un minuto para que se venzan los cinco extra. Costa Rica está casi clasificada, Estados Unidos está decidida a impedirlo y México, el México de Archundia, está en este momento encabezando la clasificación mundialista.
Acaba de expulsar a René Simoes, el técnico de la Sele que apenas dirigía su segundo partido y que quiso meterse al campo para impedir como sea el gol de Estados Unidos. La presión es tremenda. Estados Unidos es un ejército enfurecido contra los guardias rurales y nerviosos vestidos de rojo que cuidan su marcadorcito. El jugador de menos es una fuerza de más: Oguchi Onyeyu, ficha del Milan italiano, se torció la rodilla y ya no hay más cambios. Es todo un alivio no tener en el terreno a un tipo de barba que mide 1,92 ahora que el balón viene en el aire y caerá en la cabeza más alta o que mejor salte.
Archundia, en la cima de su carrera a los 44 años, está sobre el semicírculo del área grande viendo la pelota y los jugadores. La pelota y los jugadores. Dentro de cuatro años, convertido ya en analista arbitral para televisoras mexicanas y en juez penal en un juzgado del DF, recordará con detalles los minutos finales de ese partido, en parte porque después de lo ocurrido verá varias veces el video. Dirá que todo estuvo correcto. Que expulsó bien al brasileño Simoes y que los cinco minutos de reposición fueron absolutamente justos. Tendrá para siempre su conciencia tranquila.
Cientos de costarricenses acompañan a la Sele en Washington. Envueltos en gorros y bufandas compradas a última hora, se disponen a vivir una noche histórica. Están a punto de poder decir 'I was there' hasta el último día de sus vidas. No son pocos. Son suficientes para corear aullidos multitudinarios en estadio ajeno. Lo demostraron ya a los minutos 20 y 23, con los dos goles de Ruiz en esta su noche espectacular. Estamos sometiendo a Estados Unidos en su propia cocina, en su capital con su Lincoln, su Pentágono, su Casa Blanca y sus monumentos. Ay, las metáforas.
Están viendo el último córner y deseando oír el pito de Archundia. En Guadalupe de Costa Rica, un tipo que se llama Pastor Fernández ve el partido solo en su sofá color negro. Fue el hombre cuyo gol permitió a Costa Rica ir al primer Mundial, aquel Italia 90 de pantalonetas demasiado cortas cuando Checoslovaquia aún era Checoslovaquia. Ahora es solo un aficionado. Ya se le pasó el resentimiento por no haber sido incluido en el equipo de Bora Milutinovic. Llegó incluso a arrepentirse de haber sido futbolista porque no le dejó nada. Llegó a concluir a fue un error dejar su trabajo en el ICE por dedicarse a jugar futbol. El juego no le dejó nada y ahora es solo un aficionado sufriendo por este partido. Fue futbolista y sabe lo que significa una pelota suelta en el aire.
Está tenso con su cervecita a mano. Tiene pegados los ojos en esa bola aérea como los tuvo en los últimos dos minutos. Aquí va esa bola que ya no pertenece a Costa Rica. Hace un ratico Navas puñeteó dos veces y Cristian Bolaños recogió el rebote. Era el minuto 92 según la transmisión televisiva, pero en el reloj de Archundia todo ocurre un minuto antes. Bolaños recibe con el borde externo de la derecha y cruza la línea media del campo a toda velocidad. Los gringos lo persiguen como abejas. Mira a su izquierda y nadie lo acompaña. Nadie tenía piernas ya para montar un contraataque en momentos en que nadie necesitaba anotar. Solo querían que todo acabara ya. Por favor, ya.
Nadie lo acompañó por la izquierda, pero miró a la derecha y ahí volaba un muchacho de 22 años con cara de niño asustado que, cuentan, ganó todas las carreras de velocidad en su escuela en Coronado. Steve Cherundolo y Carlos Bocanegra alcanzaron a prensar a Bolaños y lo obligaron al pase. Archundia también le llegó cerca. Con el borde externo del taco lanzó rastrero hacia el muchacho que frenó para recibir por la derecha. Se llama Pablo Herrera, le dicen 'Pecas' y ha jugado un partido casi impecable. Recibió con el interior de su derecha y dio do pasos al lado. Estaba solo por la banda y decidió llevarse la bola lejos. Bolaños, Pastor Fernández y todos los aficionados querían que Herrera escondiera la bola bajo tierra o sacara un foul capaz de consumir los últimos segundos. En el reloj de Archundia era el minuto 93 y el cronómetro del televisor decía 94. El marcador electrónica estaba congelado: 1-2 y minuto 90. Sudáfrica en el bolsillo.
Cuatro años después, Herrera estará jugando con Cartaguito y preferirá no recordar ese momento; acabará huyendo de la entrevista con los ojos vidriosos. Hoy, miércoles 14 de octubre del 2009, está viendo con mirada tensa esa bola aérea y el desorden en el área pequeña un minuto después de que recibió solo por la banda y decidió correr cabizbajo a donde nadie lo pudiera alcanzar. Costa Rica estaba en Sudáfrica y solo quedaba gastar el tiempo. Trotó sin pegarse a la línea y sin buscar decidido la esquina. Cuando el gringo Francisco Torres lo alcanzó, Pablito había dado doce pasos y se aprestaba a dar el trece. Ni una gambeta, ni una bicicleta, ni el pase de vuelta a Bolaños que siguió corriendo por el centro. Torres le zafó la bola justo frente al rótulo de tequila José Cuervo. Pablito caía al suelo sin poder reclamar ninguna falta. Fue la última vez que Costa Rica tuvo la bola.
Landon Donovan, que llegaba a asistir a Torres, corrió a montar el ataque. Por Charlie Davis, por el orgullo o por esa competitividad anglosajona, querían empatar. Quedaban dos minutos o algo así. Pablito corrió detrás a media máquina y dejó que Torres lanzara desde la línea media una pelota larga. No había tiempo para pasecitos ni tonterías. El cierre de este partido se parecía a los finales del baloncesto de la NBA.
Michael Bradley recibió allá por la derecha y con un quiebre le hizo la verónica a Junior Díaz. El reloj de Archundia marcaba el minuto 93 y en el palco de prensa los periodistas ticos tenían casi lista una crónica triunfante, cálida y bella; heróica, sonriente. Costa Rica aseguraba los asientos hacia Sudáfrica ganándole a Estados Unidos in your face. En Tibás, el jefe de cierre de la edición de La Nación cuadraba en la portada el título principal del diario. Un título de fiesta.
Bradley la pasó a Donovan en la esquina derecha del área grande tica. Era una papa caliente. Donovan dió los dos toques necesarios que enseñan en toda escuela de futbol del hemisferio norte y lanzó un centro globeado hacia la derecha. Estados Unidos completaba un zigzag con cuatro pases y hacía llegar la bola a una zona rara del área. Ni tan cerca para que Navas volviera a manotear ni tan lejos para que el defensor tico lanzara al saque de banda.
Ese defensor tico es Douglas Sequeira. Había entrado un minuto antes y no dudó en cabecear hacia el tiro de esquina creyendo que Kenny Cooper lo acosaba por la espalda. No estaba equivocado, pero el acoso no era solo de Cooper; también le exhalaba en el cuello un negro robusto de 1,85 de estatura llamado Jozy Altidore, que debajo de su uniforme llevaba una camiseta dedicada a Charlie Davis, internado en el hospital con dos fracturas en la pierna y heridas en la vejiga. Cuatro años después, Douglas Sequeira estará a punto de retirarse y pensará que volvería a negociar ese tiro de esquina.
Era solo defender el último córner y listo. Casi no había viento y los seis grados centígrados no enfriaban la fogata que ardía en la cabeza de cada costarricense. Ya está, ya está. Tenemos buenos cabeceadores y tenemos a Navas y sus guantes gastados de tanto despejar. Tenemos el boleto a Sudáfrica. Tenemos que aguantar un minuto más y no dejar a nadie suelto. Tenemos un hombre de más y listo. Ya está, ya está.
El asistente de la Sele Marcelo Tulbovitz (uruguayo en cada una de sus células), está a cargo del equipo desde que expulsaron a Simoes. Alguien le sopló al oído que El Salvador había vencido a Honduras. Así no importaría el resultado aquí en Washington. Estábamos clasificados aunque ese córner, ese maldito córner, acabara en un gol que valiera por cinco, como en los juegos de niños. Pero segundos después, le corregirían el dato: no, el gol fue de Honduras y todo es al revés de cómo se pensó. Tulbovitz se concentró entonces en el córner de Rogers confiando en que todo acabará bien.
Rogers lanzó de izquierda el córner y la pelota está ahora en el aire. Debería de haber dos ticos en la frontera del área grande por si entra a cabecear algún inesperado, pero el desorden es monumental y casi todos defienden hundidos en el fondo. El fotograma muestra la pelota congelada a diez metros del suelo y a Michael Barrantes pasivo, parado sobre la línea del área grande. Las miradas sobre la bola son millones, pero hay una que importa más que el resto.
Hay un estadounidense número 12 que jamás sube a cabecear, pero hoy es un día para romper los hábitos. Nadie lo espera, pero Bob Bradley dirá, cuatro años después, que estando sin Onyewu, no quedaba más que mandar adelante a este muchacho de 24 años, judío, nieto de rumanos y de mexicanos. Él también lleva la vista atornillada en la pelota, sin nadie que lo marcara. Michael Barrantes lo ve a cuatro metros. El que más cerca estaba era el capitán costarricense, Luis Marín, ocupadísimo con Altidore. Cristian Montero también querrá llegar, pero el intruso saltará oportuno y logrará cabecear picado hacia el palo izquierdo.
Él se llama Jonathan Rey Bornstein y ha participado en las Macabeadas, los juegos internacionales de los judíos. Es ficha de Jorge Vergara en el Chivas USA en la liga gringa. Rechazó un contrato de millones en Israel con el Maccabi Tel Aviv para seguir cerca de la selección que dirige Bob Bradley y que hoy miércoles casi a las 10 p. m. está perdiendo contra Costa Rica. Es un jugador opaco, pero cumplidor. Quiera jugar en Inglaterra o Alemania, pero acabará calentando banca en el Tigres de Nuevo León de la liga mexicana.
Su selección estará en el 2013 disputando la clasificación para el Mundial en Brasil y él no estará, pero hoy en el estadio Kennedy ya pisa el área cerca del punto de penal y cabecea hacia el costado izquierdo, donde el 10 tico, Wálter Centeno, custodia el primer palo con el mínimo de energías.
Ya el reloj de Archundia marca el minuto 94 y los demás dicen que es el 95. La pelota va en picada y todavía la Sele va ganando 1-2 en Washington. Los pensamientos pasan como fogonazos por la cabeza de Navas, que hace a salir, titubea y da un paso atrás. Ve a Centeno y lo cree capaz de rechazar. O piensa que puede llegarle. No recordará bien. Todavía no sabe de dónde salió ese tal Bornstein y Borstein no sabe tampoco cómo la pelota va cruzando entre el gentío del área pequeña, pero prepara una carrera festiva por si acaso.
Talvez sí entre esa pelota. Por Charlie Davies y su estado crítico o por orgullo. La bola parece destinada a cambiar el ánimo apagado con que llegaron al atardecer al estadio. Parecía posible evitar la derrota que a todos angustiaba en el camerino local al medio tiempo, cuando Bob Bradley intentaba animar a los suyos. Altidore se sobaba la cabeza agachada. Donovan escuchaba quieto con solo un boxer blanco. Stuart Holden tenía cara de llanto. Estaban como derrotados antes de ser derrotados.
Ahora, 50 minutos después, han anotado ya un gol, han derrochado energía y han logrado ganar la pelota en el último minuto. Lograron cabecear en el borde del área pequeña; a seis yardas, dirán mañana los diarios locales. Archundia ve todo perfecto. No hay infracciones. La jugada está dentro del tiempo de reposición. En su reloj es el minuto 94 y siente que se ha ganado su derecho a arbitrar en Sudáfrica. Estados Unidos ya se había ganado el boleto semanas atrás y Costa Rica se lo está ganando con este marcador de 1-2. Histórico.
Los periodistas ticos escriben eufóricos una crónica alegre en el palco. No tienen tequila, pero tienen calefacción. En Tibás, el título principal del diario está ya bien encajado en el espacio. La buena noticia está lista para complacer a la afición futbolera y a los que reniegan del futbol pero que hoy se dejaron emocionar.
La bola cruza entre cuatro hombres y no hay quien la detenga. Las crónicas quedan en pausa y los narradores de radio costarricense, mudos. En Honduras hay otros miles atentos a esto. Centeno muestra que no tiene más fuerzas y apenas alcanza a reclinarse y levantar la pierna izquierda. La bola va en el aire, pero toca suelo diez centímetros después de la línea fatal y ya Bornstein levanta las manos como todo un goleador inexperto. Pica adentro y rebota alta en las redes. La foto mostrará por siempre a Navas, a Centeno y a Azofeifa viendo hacia arriba con cara de quien pide misericordia, como los dolientes en las pinturas religiosas.
Centeno se derrumba como un muñeco de hule y Sequeira sigue dos segundos agarrado de la camisa de su marca, Kenny Cooper ,para no derrumbarse también. De fondo, un rótulo de Nike y otro de Budweiser. El rostro de Tulbovitz es un sarcófago abierto. Archundia tiene en alto la mano derecha para indicar gol válido, sin sospechar que en unos días un directivo de la Federación mexicana le recriminará por no ayudar para que México acabara de primero en la hexagonal clasificatoria.
El gol es legal y el estadio enloquece con el empate como si el rival fuera Brasil o como si hubieran recién obtenido el tiquete a Sudáfrica sacándolo del mejor escondite costarricense. Cristian Bolaños se vuelve naturalmente egoísta y piensa "se me fue el Mundial". Celso Borges, tirado en un sofá en Noruega con un esguince de tobillo también piensa que se quedó sin Mundial. Altidore celebra golpeándose el pecho y mostrando el número 9 de Davies, que volverá a las canchas en seis meses. El defensor tico Dennis Marshall salió hace dos minutos del campo, aún suda y morirá 20 meses después en un accidente de tránsito en el cerro Zurquí, a los 25 años.
El reloj del abogado Archundia indica que se venció el tiempo extra y apenas da tiempo de mover la pelota y ejecutar un saque de meta. En el palco de prensa, un periodista abre en su computadora la pestaña de los marcadores de FIFA y ve que Honduras acaba de ganar con el 1-0 ante El Salvador; así los catrachos arrebatan la silla que Costa Rica lleva calentando desde hace rato. Era una silla falsa. La victoria no era cierta. La crónica adelantada era inútil. "Demasiado cruel", titulará La Nación. En la portada dirá que todo se derrumbó en 20 segundos. La tentación de otros reporteros es usar la palabra "pesadilla", pero las pesadillas tienen por regla un final feliz, el despertar.
Archundia se sobrecoge con el cuadro de dolor ajeno. Marín, el "capi" y veterano Marín, llora como en una tragedia. Es una tragedia futbolística. Cuatro años después, como asistente técnico de la Sele y a dos días enfrentar de nuevo a Estados Unidos en un juego que parece clave para clasificar a Brasil 2014, Marín rechazará recordar esta noche. En el mundo del fútbol cunden los agüizotes y prefiere no arriesgarse. "Por vibra no hablo de eso".
Este camerino desgarrado y despalabrado cree que no hay un mañana, pero se equivocan tanto como cuando creyeron que estaban clasificados para Sudáfrica. Falta la derrota en el repechaje con Uruguay, que irá a Sudáfrica y será el cuarto lugar del mundo. Tulbovitz lo celebrará. Estados Unidos quedará en la posición 12 con un rendimiento del 41,7%. México será el 14 y Hondurás, el 30, solo mejor que Camerún y Corea del Norte. Costa Rica verá el Mundial por tele y esperará las eliminatorias del 2013 para intentar ir a Brasil. Este proceso siempre coincide con la campaña política.
Vendrá un partido surrealista en la nieve de Colorado (marzo del 2013) y vendrá otro juego determinante el viernes 6 de setiembre en un Estadio Nacional que hoy, un miércoles del 2009, ni siquiera existe. Habrá sangre en el ojo. Pastor Fernández, el pobre héroe de hace 20 años, habrá fallado en su intento de convencer a su hijo de que no es bueno ser tan fanático del futbol. De Bornstein, se supo que llegó a ser el único judío inscrito en la liga mexicana.