Si es de los que imaginó y hasta soñó cómo sería el festejo el día en el que el Cartaginés derribara la gigantesca muralla que le impedía ser campeón, se quedó corto. Créamelo, se lo digo con conocimiento de causa y como testigo directo de la fiesta más linda, conmovedora y una que tenía y seguirá teniendo un sentimiento casi imposible de describir.
No importa cómo lo haya imaginado; nada le llega a un festejo que empezó pasadas las 10:30 p. m. del 6 de junio del 2022 y aún no para este 7 de julio en las principales calles de Cartago. La forma más simple de decirlo es que Cartaginés hizo de la Vieja Metrópoli la ciudad más feliz del mundo.
De verdad que fue épico y por más fotos o videos que observe, no le hace justicia. Quienes lo vimos con nuestros propios ojos presenciamos historia pura, una que no tuvo violencia, en la que todos parecían conocerse, se cobijaban bajo los mismos colores, cantaban las mismas canciones y desbordaban felicidad.
Realmente le digo que nunca antes vi a tantísimas personas con un nivel de felicidad tan elevado y disfrutando de esa manera. Con la música de fondo por los conciertos que se prolongaron también hasta la madrugada, el baile fue la constante y donde no se escuchaba la música, aparecían comparsas, tambores y carros con parlantes con las canciones de los brumosos. El éxtasis fue tal que de un momento a otro alguien aparecía corriendo con una bandera gigante, luego venían las lágrimas incontrolables de algún grupo y de nuevo el mismo que lloraba brincaba y coreaba su añorado “Vive, vive, Cartago vive”.
Es más, en 38 años de vivir en Cartago nunca, jamás y en ningún momento observé a un mar de gente de tal magnitud reunida por un amor que no conoce fronteras. La lluvia y el frío de la madrugada no doblegaron a nadie y más allá de que la espera se hizo eterna, ver al equipo que se trajo abajo 81 años sin campeonatos valió para que en el centro de la provincia se mantuvieran miles de fanáticos hasta las 4:30 a. m., cuando finalmente los inmortales del conjunto blanquiazul pudieron bajarse del vehículo que los llevó hasta la Plaza Mayor.
Si usted presenció un nivel de pasión similar antes, entenderá, pero en mi caso, no. Ver a adultos mayores cobijados en las banderas del Cartaginés, portando sus camisetas y sus bufandas del club; jóvenes, adolescentes y hasta niños muy pequeños que luchaban contra el sueño y el clima, pero le suplicaban a sus padres que por nada del mundo los llevaran a las casas, me impresionó como nunca. Ellos, al igual que todos, querían ser parte de la historia.
De no ser por el trabajo de la Fuerza Pública y un despliegue de cientos de oficiales que abrieron campo en medio de la multitud, el equipo encabezado por el presidente Leonardo Vargas jamás hubiese ingresado a la que es su casa. El traslado fue tan eterno como épico, con los futbolistas agradeciendo, bricando y saludando a quienes no dejaron de creer y en el centro de la carroza que los transportó de la Lima al corazón del festejo relucía el cetro del Torneo de Clausura 2022 que le ganaron a Alajuelense.
Extasis que no tiene fin
Los miles de fanáticos que ya habían llorado con el gol de Arturo Campos, para imponerse en la serie ante Alajuelense 2 a 1 en el global, pensaron que ya no tenían más lágrimas para derramar luego del pitazo final que acabó con la ‘maldición’ que los perseguía desde 1941.
Sin embargo, cuando los campeones se bajaron en la Municipalidad de Cartago, subieron al balcón y enseñaron el cetro, de nuevo brotó el llanto en la mayoría de los presentes. Eso sí, fueron lágrimas diferentes a las de 81 años atrás; estas fueron de alegría, de desahogo y de asombro por ver que sí se pudo y que la bandera del Cartaginés ahora ondeará en todos los estadios, para orgullo de la afición más fiel.
Cuando Paolo Jiménez se asomó a saludar y salieron Géiner Segura, Mauricio Wright y la familia Vargas, la ovación fue ensordecedora.
Claro, ese fue el punto más alto del éxtasis, pero aunque el plantel se fue a las 5:30 a. m. de la Municipalidad, a las 7 a. m., a las 9 a. m. y aún en este momento que lee esta nota sigue la fiesta. Los pitos de los vehículos no paran, los seguidores hoy lucen sus camisetas con una sonrisa que no se les borra y están casi levitando; así será por muchos días más.
Reitero, presenciamos historia pura y no hay la más mínima duda de que Cartago es la ciudad más feliz del mundo en este momento, todo por culpa del Cartaginés.
Ya lo dije en otro momento: ¡Es real, grítelo a toda voz: Cartaginés campeón!