El final del juego de 90 minutos es inevitable, pero la espera se extiende con notoria desesperación.
Los minutos y segundos van acompañados de angustia, hasta que se escucha el pitazo final de Henry Bejarano por todo el estadio Ebal Rodríguez, del Santos de Guápiles.
Entonces Jéssica, Hillary y Herny brincan sobre las gradas y un llanto de emoción instantánea se derrama sin contención. La esposa y los dos hijos se abrazan con fuerza, pretenden secarse las lágrimas pero, en su lugar, riegan otras más. Es una fiesta sobre una grada de concreto.
Vuelven la mirada hacia la cancha, en busca de Cristhian. Pasarán escasos minutos para que el futbolista los encuentre con la mirada, le haga señas a su esposa para que acerque a su hijo menor al enrejado que separa la gramilla de la gradería. Cristhian besa a Herny a través de la malla, le sonríe a la hija y le guiña el ojo a su esposa. Él y sus compañeros siguen hacia el camerino.
Así concluye la semifinal del Torneo de Verano 2015 para la familia Lagos Flores. Dos partidos más tarde, el cuarteto repetirá la escena pero con mayor euforia. Cristhian Lagos y el Herediano son campeones.
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Han pasado dos días desde que el Team triunfó en penales ante la Liga Deportiva Alajuelense.
Las calles de Heredia no han podido descansar y la familia Lagos Flores tampoco. La provincia de las flores no tiene interés en dejar de celebrar, mientras que el futbolista anhela la vacación poscampeonato. Su familia también quiere saborear el reposo.
Dicen en el Mercado Central de Heredia que Cristhian es el primer jugador rojiamarillo que se deja ver por los pasillos de las frutas y vegetales. Aseguran en esos corrillos que, antes de él, ningún otro lo había hecho.
Jéssica agrega que hasta hacer compras se vuelve una misión difícil de llevar a cabo cuando va con su esposo. Todos lo reconocen, todos lo saludan, todos quieren fotos con él. Lagos accede y no se rehusa a dar una sola firma.
“Hay unos jugadores agrandados pero yo no”, dice el futbolista de 1.87 metro; el mismo que, a sus 30 años, tiene apenas seis vueltas al sol desde que debutó a nivel profesional.
Ricardo Fuentes es su cuñado, y lo conoce desde que el alto futbolista apenas era un jugador aficionado, en el equipo de “don Rigo”, en el barrio San Martín de Siquirres. Flores ahora, además de familiar, es un fan de su cuñado, y colecciona camisas que él ha usado en todos los equipos por los que ha pasado: Turrialba FC, Brujas FC, Liga Deportiva Alajuelense, Santos, Deportivo Saprissa, Herediano y el Churchill Brothers, de India. No tan rápido. Volvamos atrás.
Cristhian nació en Puerto Cortés de Osa, pero apenas tenía dos años cuando su familia se fue para Siquirres, a las zonas bananeras Imperio I e Imperio II, donde, eventualmente, su padre consiguió casa propia.
Cada 15 días, cuando llegaba el salario al empleado bananero, Cristhian, sus dos hermanas y un hermano sabían que había altas posibilidades de que el papá regresara a casa con alguna golosina o tal vez una comida “especial”. La sorpresa, si se repetía, sería 15 días después.
Por la situación familiar, los dos varones de la casa no podían esperar mucho para comenzar a trabajar.
A los 14, Cristhian se convirtió en empleado de bananera jalando semillas durante las vacaciones del colegio. Con eso se aseguraba la compra de los útiles.
Por primera vez en la vida, alguien notó el desarrollo físico acelerado de aquel muchacho, y lo empleó como jalador de fruta.
“Una vez, guindando la fruta, me quedé ‘engazado’ en la cadena con un racimo al hombro. No podía soltarlo porque si no, los bananos se perdían. Tuve que pegar gritos para que viniera el cortador”, cuenta entre risas.
Su siguiente paso fue el de carreador: jalaba 25 racimos de banano sostenidos de su cintura con una faja que se ataba a un cable. Corría con ellos unos cinco kilómetros hasta llevarlos a la empacadora. Volvía trotando al inicio de la cadena por más.
“Todo eso me hizo más hombre, y cuando aprendí a hacerlo bien, era de los mejores”, confiesa.
Cristhian no dejó las bananeras sino hasta los 24 años. Poco después obtuvo una plaza en el ICE , en el departamento de mantenimiento dedicado al “descuaje”, macheteando las ramas cercanas a los cables para evitar accidentes.
Él sí sufrió dos: una cortada que le partió la oreja derecha y otra en el tendón del meñique de la mano del mismo lado, que le quitó la movilidad de forma permanente. Mientras tanto, como fiebre del fútbol, jugaba en canchas abiertas. Así, en dos de partidos de exhibición en los carnavales de Siquirres, un desconocido se le acercó al final del juego en el que le anotó a Herediano.
A Cristhian le pasó algo impensable: aquel hombre le ofreció llevarlo al Turrialba FC a hacer una prueba para jugar en Segunda División.
tiempo de mejengas
Los primeros tacos que Cristhian Lagos se compró eran marca Kelme. Los estrenó a los 18 años en un partido de los Juegos Estudiantiles en Matapalo de Quepos.
A esa misma edad, Lagos se casó con Jéssica, a quien había conocido en el Colegio Nocturno de Siquirres. Fueron novios por ocho meses y luego pasaron al altar.
“Me gustó porque era humilde y siempre estaba pendiente de mí. Salíamos a bailar mucho, pero ya no porque nos hicimos cristianos”, cuenta la técnica esteticista.
Hace once años la pareja tuvo a Hillary, quien parece sacada de un molde de su papá. Es futbolista cada vez que su madre le da permiso y, en las gradas de cualquier estadio, es capaz de hacer un análisis técnico del partido en el que está jugando su padre, de quien revela sus mayores aficiones en la casa: cocinar, ver fútbol y ver las películas de Rápido y Furioso. Hace cinco años nació Herny, que, dicen, solo piensa en fútbol y no se cansa de pedirle a su padre que lo llevé al parque a “patear bola” cuando llega a la casa tras un entrenamiento.
Herny llegó al mundo con una situación particular que le cambiaría el rumbo a la familia: nació con pie bot, un síndrome de pies torcidos.
“Esa época fue un calvario y a mí me partía el alma verlo así, con las dos piernas enyesadas. Eran noches duras en las que yo no dormía, y al día siguiente tenía que ir a entrenar”, cuenta Cristhian.
‘Lagol’
Irónicamente, el sufrimiento del menor le dio carbura al goleo del progenitor.
En un año, anotó 38 dianas (19 en cada torneo corto) y así, por razones fáciles de deducir, en Turrialba lo apodaron “Lagol”, tras iniciar el campeonato como titular y terminarlo como estrella.
Su éxito meteórico le permitió estrenarse en Primera División al siguiente torneo, vistiendo la camisa del Brujas FC, un equipo al que llegó por solicitud expresa del entonces presidente del club, Minor Vargas.
“Me pidió que rompiera la hegemonía y costumbre de que los goleadores de segunda llegaban a primera y no pegaban. Yo le cumplí”.
Tan solo seis meses después, en el 2011, Lagos era ficha de la Liga Deportiva Alajuelense. Un verdadero deseo cumplido.
Entrar a uno de los grandes del fútbol criollo era de los principales sueños del futbolista soñador.
Llevaba apenas un torneo en Primera y la Liga del Macho Ramírez era su casa.
Hoy Lagos la describe como su escuela de fútbol. La que no tuvo en el Caribe, la que tampoco tuvo de joven.
“Me quedaba horas extra pegándole a una bola contra la pared y aprendiendo a recepcionar. Óscar (Ramírez) me enseñó a acomodar el cuerpo para definir, para cabecear”, cuenta.
Sin embargo, nunca antes había sentido lo que era pasar tantas horas sentado en la banca.
“Fueron momentos difíciles, como de llorar. Yo sentía que me hacían a un lado y no me daban importancia”.
En la cancha no estaba lo peor. Jéssica, su esposa, revela que en aquella época le dijo a su marido que le dejara de pedir que fuera al estadio. Estaba cansada de ser motivo de burlas de la afición manuda, que cada vez que podía la increpaba y le hablaba mal de lo que hacía (o no hacía) su marido en la cancha.
“Cuando me ponían, me abucheaban cada vez que tocaba la bola”, dice él.
Hoy, Cristhian sabe dejar pasar de largo las burlas, incluso las de algunos imitadores profesionales, como Gustavo Ramírez, de Pelando el Ojo , quien tiene a Lagos entre una de las 15 voces de su repertorio.
El futbolista de timbre agudo dice que no ha escuchado una sola imitación que le haga gracia pero, a fin de cuentas, todas le dan igual. “Sé que es una burla pero también entiendo que ellos lo hacen porque es su trabajo. Cada quién sabrá porqué lo hace”, se limita a comentar.
‘CL9’
Aclara que no puede hablar mal de la Liga pues recibió el apoyo que nunca antes había tenido por parte de los compañeros. “En realidad es que me faltaba experiencia para estar en un equipo grande. Al tiempo entendí que tenía que madurar y crecer”, dice.
Su siguiente capítulo, sin embargo, le dejaría volver a soñar.
Tras salir de la Liga, se retiró de nuevo a Siquirres con la intención de regresar al ICE, dejando botado –de por vida– el fútbol.
Su vacación se acabó rápidamente con una llamada de César Eduardo Méndez: “No me conocés y yo no te conozco y quiero hacer un dueto con vos, que te demostrés lo que sos capaz de hacer”, le dijo el técnico por teléfono.
Santos de Guápiles, entonces, fue su casa, y lo sería en tres fases diferentes. Allá se hizo líder y además capitán. Alcanzó el goleo de Primera anotando 18 tantos en una de esas temporadas, una cifra récord en los torneos cortos.
Cristhian Lagos pasó a ser conocido popularmente como “CL9”. El gran “CL9”.
Su éxito era difícil de ignorar, lo que lo llevó a Tibás, a jugar al Saprissa. Empezó como titular y terminó en la banca. La frustración de no “pegar” en un equipo grande era un sentimiento repetido. Entonces, tras seis meses, pidió que lo cedieran al Santos, donde anotó 13 goles.
“Quedé de goleador de nuevo, haciendo 13 goles. Todo mundo se le fue encima al presidente de Saprissa y a Rónald González porque no me aprovecharon en el Saprissa” , confiesa orgulloso.
–¿Qué había de especial en Guápiles?
–“No me cansaré de decir que cuando usted tiene continuidad y tiene la dicha de ser titular, usted cumple, y en Santos siempre me han dado esa oportunidad”.
Jéssica dice que ella y su familia se adaptan con facilidad adonde sea que tengan que seguir a Cristhian, quizá excepto por aquel primer abrupto traslado de Turrialba a San José que impidió que Hillary pasara primer grado.
La mudanza más complicada, sin embargo, fue el viaje a India (sí, el país), cuando a Lagos lo contrató el Churchill Brothers, monarca en aquella nación.
No era la tierra más atractivo en términos futbolísticos pero era el primer horizonte lejano que quería hacerse de sus servicios.
“Desde que él llegó al aeropuerto y vio todo seco, se sintió mal por habernos llevado con él”, dice la esposa.
Le pagaron solo un mes y medio de salario, se intoxicó con un pescado y hasta sufrieron un intento de agresión en plena vía pública.
India fue un infierno.
Al cuarto mes, con los bolsillos vacíos, l os Lagos Flores volvieron al país ; es más, a Guápiles.
Saltaremos al más reciente capítulo de su carrera, en el que Cristhian Lagos supo que sí podía campeonizar siendo protagonista en la cancha .
“Él es un jugador letal. Le das un espacio libre y te termina matando. Tal vez no dribla, pero es un rematador que, la jugada que tiene, la culmina”, dice Omar Hernández, su compañero en el Herediano que se convirtió, quizá, en su mejor amigo.
Llegó al Team , frío, acarreando una lesión, pero a la vez llegó encendido.
Ahora dice que incluso sabía que sobre sus hombros iba a recaer la responsabilidad de sacar al equipo de una mala racha. Lo consiguió anotándole un gol triunfador al Saprissa.
Más adelante, en un partido de la Concachampions contra el América de México, en el Rosabal Cordero, recibió una patada artera que le quebró la nariz , pero él siguió jugando: “La afición me decía que yo tenía los huevos más grandes. Yo quería trascender en un equipo grande, incluso poniendo en riesgo mi vida”, sostiene.
Cuando esta conversación tuvo lugar, se acababa de cumplir un año desde que Lagos regresó de India. Su vida, había dado un giro de Oriente a Occidente pero, además, de lo peor a lo mejor. Lagos es parte del equipo campeón y la provincia de las flores se lo celebra.
En la calle donde está su casa, la noche del campeonato lo recibieron con banderas y pancartas y él, como es costumbre, se quedó hablando con cada uno de los vecinos hasta que se fue agotando la energía, mas no la emoción.