Estamos asistiendo a una época en la que rendir cuentas es casi un pecado y, en cambio, victimizarse resulta la fórmula ideal para evadir ese careo frente a la tribuna popular.
El fútbol es una de las actividades más proclives a esa evasión de responsabilidades. Y en el nuestro es pan de cada día, gracias a quienes, por sus cargos de mando, deberían dar ejemplo y al menos sonrojarse cuando el error se asoma con frecuencia al espejo de sus vidas.
Lo que ha ocurrido con Rodolfo Villalobos es un buen ejemplo. Cuestionado y criticado por sus yerros, ha reducido esa petición de cuentas a un simple delirio colectivo, en donde se enlistan todo tipo de envidiosos, incoherentes e ignorantes del fútbol.
Don Rodolfo, cabeza de la Fedefutbol, dice estar cansado de explicar las cosas una y otra vez y ser víctima de quienes le culpan de todo: desde un derrumbe en la 27 hasta las lluvias prematuras de marzo.
Se dejó decir que un periodista le mencionó que lo criticaba pese a considerarlo “amigo”, porque hablar mal de Rodolfo Villalobos le daba “likes”.
Otro día comentó que en este país hay una cultura de piñata y que a muchos les encanta darle palos a él.
Las múltiples eliminaciones en los eventos mundiales, la estafa millonaria a la Fedefutbol, el escándalo y pérdida de dinero por el partido de Catar, la pifia con Matosas, el permitir que la Selección se convirtiera en un gran negocio para el representante del técnico Suárez, pagándole a varias empresas suyas y de la familia por partidos de dudosa calidad. Ante esos y muchos otros yerros tendría que haber asumido responsabilidad, solo o con sus compañeros de dirigencia, pero no con el discurso de “aquí estoy dando la cara y poniendo el pecho a las balas”, que no es más que un saludo a la bandera.
Esa auto percepción de mártir del fútbol le permite, además, reducir las cuestionamientos a una cacería de su cabeza en la Fedefutbol. Como un grupo de ex aliados quiere quitarlo de la presidencia, insinúa, lo ha convertido en esa piñata nacional que lo tiene tan triste.
Seguramente don Rodolfo sufre de pérdida de memoria a largo plazo. Solo recuerda las críticas de ahora, detrás de las cuales de seguro están también sus rivales políticos. Pero olvida que el aguacero de cuestionamientos viene desde antes de asumir la presidencia, cuando en el 2015 Eduardo Li se tropezó con sus errores y la justicia neoyorquina le pidió cuenta por ellos.
Desde entonces, la era de Villalobos ha estado bajo la lluvia ácida de un país , no de unos pocos periodistas -como lo ha dicho a veces- que perciben esa ausencia de responsabilidad ante los fracasos deportivos y los errores, que duermen en el cajón del olvido.
“Pero si he llegado a FIFA es por mis méritos”, dirá con ínfulas nuestro presidente, y repasará todos los exámenes de integridad y los atestados que la entidad rectora del fútbol le ha hecho, antes de sentarlo en la mesa de los ungidos, compartiendo banquete con el señor Infantino.
Habría que recordarle que un grupo de dirigentes iban a ocupar esas mismas sillas en el 2015, desprovistos de solvencia moral, que doña FIFA los había ya bendecido y de no ser por los “metiches” del FBI, hoy todos ellos serían dirigentes inmaculados de la sacrosanta Federación Internacional de Fútbol.
No digo que Villalobos haya incurrido en tan graves prácticas como aquellos. Solo que la rendición de cuentas no hace falta para acceder a la FIFA. O al menos no como en el mundo real se exigen y se dan (El reino del fútbol pertenece a otro Mundo).
Por dicha, contrario a ese amigo periodista de don Rodolfo, yo no le debo ni un “like”. No tengo redes sociales y entiendo el periodismo como un ejercicio permanente de escrutinio y no como una colección de caritas felices, corazones o “me gustan”.