Ricardo Blanco recibió la etiqueta de jugador rudo e incluso malintencionado cuando apenas jugaba los primeros torneos en el fútbol nacional. Debutó con Saprissa en el 2009 y en julio de 2010 vivió uno de los momentos que marcaron su carrera, tanto, que este año vino de nuevo el recuerdo de aquella época, cuando apenas tenía 21 años.
Las críticas empezaron muy temprano y le tocó bregar contra su propia afición, la misma que hoy lo reconoce como el peón morado. De esa misma forma lo ve su esposa, Brenda Calvo, y él mismo. Blanco juega de lateral derecho, pero también lo ha hecho de izquierdo; así como sube al ataque, defiende, difícilmente da una bola por perdida y aparece en cualquier sector de la cancha. No será el jugador más fino, pero sí el que muchos técnicos desean tener.
Pero llegar a ese nivel y al reconocimiento de seguidores morados o hasta de otras aficiones le costó mucho trabajo, reconocer errores y, sobre todo, cambiar. En la primera fecha del Invierno 2010 empezaron los señalamientos, luego de provocar una grave lesión al delantero de San Carlos Kenneth Vargas. Esa acción hizo que no fuera “muy querido”, asegura Calvo.
No importó que solo días después del partido, el mismo Vargas asegurara que se trató de una jugada sin mala intención. Blanco se disculpó, pero en la mente de la afición quedó grabado. El futbolista morado siente que lo marcó en los siguientes años de su carrera, aunque en varias entrevistas insistió en no ser un jugador “rudo”.
“Este año le tocó marcar al hijo de Kenneth Vargas y Ricardo sentía susto y presión; ya había recibido algunos comentarios de que iba a marcarlo, pero le fue muy bien. En el partido sí se le vino a la mente lo que le había pasado con Kenneth”, confesó Calvo.
Apenas dos años después de aquella fatídica jugada salió de Saprissa para buscar más minutos. Ese cambio también se convirtió en un momento determinante para él, porque la fama le había jugado una mala pasada. Debió devolverse a la casa de sus papás y jugar en Belén, un equipo con recursos mucho menores a los acostumbrados en la S. Su mamá, Sonia Mora, tenía muy claro que su hijo debía cambiar.
“Siempre le decía que no le gustaba ver cuando él se enojaba y lo expulsaban. En ese momento le dijo las verdades en la cara y ahí le abrió los ojos y le dijo que era hora que pusiera los pies en la tierra. Él se calmó y cambió”, cuenta Brenda. Aún doña Sonia no ve los partidos completos, se pone nerviosa y prefiere preguntar cómo está jugando, pero ya sabe que Blanco sale a la cancha con otra actitud.
Antes de volver al Monstruo, en 2018, pasó por Herediano y Cartaginés. Regresó sabiendo que parte de la afición morada no estaba de acuerdo con ese fichaje, pero seguro de que era la oportunidad de ganarse el respeto que le faltó en la primera etapa. Finalmente lo consiguió, destacando con buen rendimiento, una actitud de incansable y alejado de la polémica.
“Cuando andamos en la calle se le acerca gente, incluso hemos recibido comentarios, no solo de saprissistas, sino de liguistas, heredianos, de mucha gente ...”, añade su pareja. Diez años después, su presente es muy diferente a como empezó.
El 2021 le trajo varias satisfacciones, entre esas jugar su primera eliminatoria mundialista. De la misma forma le tocó vivir otras experiencias, como terminar sin el título, y perderse la primera graduación de su hija, Antonella. Esa última sí es capaz de sacarle las lágrimas; para el resto, lo bueno y lo malo del fútbol, procura mantenerse tranquilo.