Saprissa engaña a cualquiera. Me engañó a mí; tal vez a usted no, pero engañó a muchos, a propios y extraños. Engañó a los periodistas deportivos de este país, excepto a un puñado de aquellos que siempre creen que “Saprissa es Saprissa” y que tiene ese tal “ADN” que, de tanto repetirse, convierte en verdad el mito. Ahí está la evidencia a la mano: solo 14 de 65 comunicadores veían a Saprissa como campeón, y no me incluyo entre ellos, en el ya tradicional sondeo de La Nación previo a cada campeonato.
Ese Saprissa que intentaba justificar su modesto mercado de fichajes, a punto de recurrir a la frase del Chavo del 8 “al cabo que ni quería”, en alusión a Joel Campbell, con refuerzos discretos y aparentemente menos banquillo que Alajuelense, ¡y ni qué decir que Herediano!, nos engañó a muchos. Aunque al final no le alcanzó para llevarse el torneo de Copa nacional ni la Copa Centroamericana (porque Saprissa lo quiere todo, hasta un campeonato de cromos, y que no me digan otra cosa los morados), terminó merecidamente con el trofeo más deseado por la afición costarricense: el de campeón nacional.
No aposté por Saprissa y mucho menos lo habría hecho de haber sabido que perdería por tanto a Mariano Torres, después a David Guzmán y, por último, a Orlando Sinclair y Ariel Rodríguez. Saprissa me engañó. O me engañé solo, al no sospechar que le alcanzaría con la continuidad del plantel, la buena gestión de camerino de Vladimir Quesada y la solidez táctica, a veces nada vistosa pero efectiva, sobre todo en los primeros juegos. Empecé a entenderlo a mitad del torneo, al verlo ganar una y otra vez hasta los partidos complicados.
Cuando le faltó filigrana (dícese de una “obra formada de hilos de oro y plata, unidos y soldados con mucha perfección y delicadeza”), la inspiración y el vértigo de jugadores como Paradela, Javon East (el mejor Javon East que he visto), Orlando Sinclair o Ariel Rodríguez resolvían el embrollo. Claro está que uno peca de indiferente ante la escasez de goles en contra (solo 20 en 26 juegos), que al final permite la jornada épica del atacante.
Así, hasta los partidos que debía empatar, los terminaba ganando.
No lo recordaré como el mejor Saprissa, superado en mi memoria por al menos cuatro versiones moradas: la de Enrique Rivers y Carlos Santana en los ‘80 (sí, ya sé, me estoy volviendo viejo). La de Juan Cayasso, Evaristo Coronado, Róger Flores (1989-1990). La de Erick Lonnis, Mauricio Wright, Rónald González, Jeaustin Campos (1994-1995 y 1997-1998). Ni qué decir la del flamante tercer lugar en el Mundial de Clubes (2005), con La Bala Gómez, Álvaro Saborío, Christian Bolaños, Víctor Cordero, Wálter Centeno, Randall Azofeifa...
El Saprissa de hoy, sin embargo, puede jactarse del casi inigualable 86% de rendimiento, del récord de 55 puntos en una primera fase de 22 jornadas, del tricampeonato no logrado por la mayoría de los Saprissa mencionados. A este meritorio campeón contra pronósticos lo recordaré como el engañoso Saprissa del humilde Vladimir Quesada.
posdata. Al final me quedé sin hablar de Vladimir Quesada, pero dejémoslo para un día de estos. Merece comentario aparte