Wílmer López Arguedas es un símbolo de Liga Deportiva Alajuelense, también del fútbol nacional. Muchos lo consideran el mejor mediocampista de Costa Rica, otros lo limitan al mejor de las últimas dos décadas, por lo que su sombra y legado es enorme; no obstante, eso no jugó a favor del mayor de sus hijos: Wílmer de 26 años.
El joven que tuvo su paso por Carmelita y jugó algunos minutos con Alajuelense, hoy, en una edad madura, acepta que vivir con su apellido fue rudo, al punto que cuando tomó la decisión de no luchar más por ser jugador entró en lo que llamó una “depresión silenciosa”.
El exfutbolista no quería comer, no veía partidos y mucho menos iba a un estadio. El fútbol lo había enfermado.
“En la parte deportiva voy a ser sincero, a mí eso me jugó una mala pasada porque llevar el peso de mi papá no fue sencillo. Solo imagínese, yo soy zurdo, jugaba con el mismo número, también actuaba en la misma posición, pero no era mi papá; eso me jugó una mala pasada porque al no ser como él, resultó que era malo. Mucha gente esperaba que yo fuera como él, yo tenía condiciones parecidas a él, pero otras distintas y eso ni la afición, ni los técnicos, ni mis compañeros lo entendieron”, reveló.
Wílmer Júnior tuvo una fugaz carrera, hasta los 24 años, en la Liga de Ascenso, donde jugó en equipos como Alajuela Junior, Jacó, Palmares y Escazuceña; sin embargo, la misma vida se fue encargando de sacarlo del rectángulo de juego.
Todavía hoy, con cierta nostalgia, recuerda cuando hace cuatro años hizo lo que él llama su último gran intento. Con los colores de Escazú estuvo a punto de llegar a la Primera División, pero perder la final del ascenso ante Liberia fue la señal de que todo había acabado.
“Ha sido una de las decisiones más difíciles que he tenido que enfrentar, mi papá pagaba una pensión por mí, entonces él me dijo que me ayudaba un par de años más para seguir jugando, llegué a la final de Segunda División con Escazuceña a los 21 años y perdimos con Liberia. En ese momento mi papá me llamó y me dijo: ‘A partir de acá necesito que se vea solo (...)’. Bueno, ese era el sustento en mi casa, entonces tuve que ver qué hacía y en cuatro meses abrí mi tienda y tomé la decisión de hacerme a un lado; jugué cinco meses de gratis en Escazuceña, pero ya no”, contó.
Ser el hijo de López significó en vez de facilidades, como cualquiera pensaría, una serie de dificultades para El Patito, como le dijeron en su momento.
La etapa más dura le llegó cuando integró Alajuela Junior, porque su padre fue el entrenador y no tardaron en llegar los comentarios negativos.
“Con mi papá tuve una época medio difícil, cuando él se fue de la casa a los 14 años, pero luego se fortaleció nuestra relación cuando fue entrenador mío en Alajuela Junior, ya había un tema de consejos futbolísticos, pero más de técnica - táctica, pero ahí fue dura la cosa con mis compañeros, porque fue muy marcado cómo me excluían por ser el hijo de Wílmer, el hijo del entrenador. Me excluyeron bastante, tenía si acaso dos o tres que no y que intentaban integrarnos, pero el grueso del grupo era muy cruel conmigo”, manifestó.
“Siempre quise jugar como él, demostrar que era como él, pero no tuve la madurez para decir que yo era yo y no él. Fue complicado porque muchas veces pensé que yo estaba en los equipos por ser hijo de quien soy y no por bueno”, enfatizó.
Así, Wílmer hijo no esconde que le gustaría devolver el tiempo y afrontar aquellas pruebas, pero con la madurez que tiene hoy en día, debido a que considera que el resultado sería muy diferente.
“Fue bastante difícil, hoy en día me pongo a hacer un análisis y si tuviera la madurez futbolística que tengo ahora, posiblemente tendría una carrera en el fútbol más fructífera que la que tuve, que fue fugaz. A mí me decían ‘usted está aquí por su papá’ y yo me caía”, profundizó.
Después de la lección aprendida, lo primero que hizo el mayor de los hijos de Wílmer fue aconsejar a su primo Anthony, quien hoy juega en la Liga y es hijo del exfutbolista Harold López.
“Anthony, mis hermanos y yo nos llevamos muy bien. Yo soy el mayor de todos, yo a él le traté de marcar la cancha para que tuviera personalidad y que tuviera más criterio, porque cuando él empezó le decían: ‘el nuevo López’. Yo sí le di ese consejo: ‘Mae, diga que está orgulloso, pero que quiere ser tomado por lo que haga usted, no por lo que hizo su papá o el mío’. Él lo ha manejado muy bien. Su fútbol es muy diferente a lo que tenía mi papá”, recalcó.
A mitad de su tercera década de vida, el mayor de los hijos de Wílmer acepta que tiene la espina de jugar, sabe que pudo dar más y aunque no descarta volver a intentarlo, sí lo ve complicado, porque su ritmo de vida cambió.
“Esa espinita la tengo más viva que nunca, soy honesto, lo que pasa es que físicamente lo pienso, he tenido ganas de tocar puertas en Segunda para ver si uno puede, gracias a Dios yo no me voy a convertir en un gasto para un equipo, pero lo pienso, subí de peso; no es lo mismo que antes”, confesó.
Wílmer tiene una tienda de ropa en Alajuela centro llamada Patos by Wílmer López.
“Siempre fue un orgullo y ha sido un orgullo toda la vida que mi papá sea Wílmer, porque es una figura no pública, sino figura querida y admirada por mucha gente debido a su carrera y por su forma de ser, entonces de manera personal siempre ha sido algo que me gusta afirmarlo, no es un secreto que cada vez que me presento me dicen: ‘¿Usted es el jugador?’ Y yo les digo: ‘Soy el hijo del jugador’. ¿Quién no va a estar orgulloso de eso? Luego tampoco voy a ocultar que ha sido provechoso, no voy a esconder que de mi papá salió el nombre del negocio y le sacamos provecho a esa imagen”, concluyó entre risas.
Wílmer Junior volvió al estadio a ver un partido de la Liga en agosto del 2017, cuando su papá dirigió a la Liga en un clásico que ganaron los manudos 2 a 0. “Hasta ese día volvió la felicidad por el fútbol y gracias a mi papá”; finalizó.
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