En aquella selección sub-20 de Costa Rica que ganó el cuarto lugar del Mundial de Egipto 2009 había un férreo volante que luchaba por cada pelota como si fuera la última, él era Daniel Varela. Hoy,este excontención, de 27 años, vive lejos de las canchas de fútbol y se dedica a criar cerdos.
Tomó la decisión de colgar los tacos agobiado por los malos ratos que lo hizo pasar el deporte, tanto en la cancha como en la vida personal.
Varela se cansó de pelear por no descender y además de pasar penurias económicas por estar en los clubes pequeños, equipos que, asegura, viven constantes problemas económicos.
Un día , cuando militaba en la Asociación Deportiva San Carlos, en la temporada 2011-2012, el mediocampista no aguantó más y decidió buscar un segundo oficio.
Ante la angustia de tener cuatro meses de salario atrasado, Varela conversó con su padre, don Joaquín, y él le recomendó el negocio de la granja porcina.
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El papá del futbolista había trabajado en un sitio similar en Zarcero, por lo que conocía al dedillo el proceso de cría y engorde.
“Mi papá siempre ha sido peón de lechería, pero luego se puso a trabajar en una granja porcina, entonces me enseñó todo lo que había que saber. Luego del retiro del fútbol, hace como dos años, decidí dedicarme a esto”, reveló.
La ilusión por jugar fútbol se había perdido completamente, así no duda en confesar que ya no era feliz vistiendo la camisa de un equipo de Primera División, y todavía, hace 15 días, rechazó la posibilidad de jugar con San Ramón en la Liga de Ascenso.
Daniel se presentaba a los entrenamientos con desgano y la ambición por crecer era inexistente.
El campeón nacional con Brujas en 2009 vio en la crianza de chanchos la posibilidad de volver a sentir pasión por la labor que hace.
Con sus propias manos hizo los galerones, donde hoy tiene su granja y su padre ha sido el gran apoyo, pese a que en principio se mostró desilusionado por la decisión de su hijo de dejar el balompié.
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“Mi papá es futbolero, aún más mi mamá, en el momento se resintieron mucho porque querían verme en la Liga, mi papá estuvo como ahuevado, pero después entendieron que no era lo mejor para mí porque yo ya no lo disfrutaba”, relató.
Con el sonido de los chanchitos de fondo, el exdeportista revela que el negocio no es sencillo; sin embargo, todos los días se levanta a las 5 a. m. con la convicción de consolidarlo.
Atrás quedaron las épocas en las que se trabajaba dos horas al día y quedaban 8 horas libres. Normalmente los futbolistas entrenan 120 minutos al día y luego descansan.
Sus jornadas ahora son hasta las 4 p. m. como las de la mayoría de los trabajadores del campo, y solo se detiene al medio día para almorzar.
“Desde uno que entra a las 6 a. m. ellos (los cerdos) tienen un horario de comida, luego van a alimentarse a lechones de inicio (los chanchitos pequeños), luego vamos a buscar a los que están en desarrollo y terminamos con los de engorde, que ya están casi listos para ir al matadero. A ellos les doy comida, les limpio la zona donde están, todo eso”, describió.
Pepillo y Pan Blanco son sus dos animales chineados y padrotes, esos que se encargan de mantener el criadero.
Una palmadita para cada uno en la mañana y el tradicional chillido de ambos cuando ven a Daniel, es el saludo de buenos días.
Aunque hay un cariño especial por cada animal, en el negocio de la carne de cerdo no hay tiempo para sentimentalismos.
“Cuando uno llega al matadero, porque esa parte no la hago yo, pues es difícil y da lástima, ellos huelen la sangre y entonces se ponen como locos; los cerdos no son tontos y saben a lo que van... A veces hasta se me han muerto por estrés de un infarto o una cosa así, antes de pasar al matadero”, expresó.
Al final, por el bienestar económico de su familia Varela entiende el sacrificio que hay que hacer con cada bestia.
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Un lechón (cerdo pequeño) puede costar entre ₡25.000 y ₡30.000, pero un cerdo de engorde mínimo deja ₡100.000. La clave del negocio está en tener todas las semanas un chancho gordo.
Así como libra una batalla llena de sentimientos encontrados cada vez que entrega uno de sus cerditos, el oriundo de Zarcero siente en ocasiones que le pican los pies por volver a una cancha.
Las mejengas no se le olvidaron, más bien cada vez que puede actúa en algún campeonato de barrio y mantiene su relación con la pelota cuatro veces por semana en un fútbol 5.
Daniel Varela no se arrepiente de salir del fútbol con escasos seis años de carrera y sin hacer mucho escándalo; por el contrario, acepta que el paso fue el correcto.
Ahora desarrolló su negocio, tiene tiempo para su pequeño Emiliano de ocho meses y para su esposa Andrea Blanco. También volvió a sus raíces zarcereñas y desarrolló el trabajo de campo que su papá le enseñó... El fútbol para Varela solo representó un juego y cuando se aburrió lo dejó.
El mundialista sub-20 no cambia sus días con Pepillo y Pan Blanco; ya recuperó la sonrisa y sueña en un corto plazo con una carnicería propia; de momento él mismo distribuye su producto por diferentes carnicerías.
Él encontró la felicidad que le quitó el fútbol, en una granja porcina.