La capitana de Costa Rica mueve los brazos de arriba hacia abajo con desesperación, en medio de la cancha. Hace apenas unos segundos, otra jugadora de su equipo le pasó el balón a la portera Yuliana Salas en una fatídica escena en la que la pelota siguió rodando, colándose entre las piernas de la arquera y entrando casi con despreocupación al arco propio.
El error de la portera ocurrió en un suspiro. La capitana, mientras tanto, miraba con impotencia el balón que rodaba despacio hasta tocar la línea blanca, se echaba al suelo y escondía la cara entre la camiseta.
Se llama Gloriana, tiene 15 años y es esa figura menudita que los comentaristas deportivos han comenzado a notar entre el mar de errores técnicos del equipo costarricense.
No está enojada con Yuliana, no. “Eso le pasa a cualquiera”. Lo que siente es frustración porque, después de tanto perder en el Mundial Sub 17, ya no queda nada que ganar.
Meses más tarde, Gloriana será considerada una de las mejores jugadoras de la selección Sub 17 y Sub 20, la FIFA la catalogará como la cabeza del equipo costarricense, la gente hará fila para tomarse fotos con ella y tres fanáticos distintos crearán perfiles en Facebook con el nombre de la capitana, con más de 60 mil likes cada uno. Pero eso ella todavía no lo sabe.
Sabe, sí, que hace algunos días perdieron contra Italia y, otro tanto atrás, contra Venezuela.
Las anfitrionas del mundial Sub17 se habían quedado varadas en la primera ronda y sabían que no pasarían a la próxima vuelta aun cuando le ganaran a Zambia –equipo que ahora celebra el error de las ticas con un bailecito– pero querían demostrar el esfuerzo que les había costado años de madrugadas intensas.
El sacrificio
Durante 24 meses completos, exceptuando fines de semana, Gloriana se levantó a las 3 a. m. Cada día empezó a entrenar a las 5:30 a. m.; dos horas después salió disparada hacia el colegio, en Sabanilla; y regresó a las 4:30 p. m. para el segundo entrenamiento. Cada día, durante dos años.
Junto a ella, otras 23 chicas hicieron lo mismo. “Nosotras sí que no tenemos vida”, le dijo alguna vez Gloriana a su madre, como riendo, como si estuviera diciendo una broma.
Muchas de la jugadoras venían de San Carlos, Atenas, Ciudad Neily… Vinieron a vivir a Alajuela, se matricularon en un colegio nuevo y se dejaron cuidar por una mamá ajena cada semana.
En ocasiones, según Gloriana, sus amigas no tenían ni siquiera la comida suficiente para alimentarse bien.
Entonces el partido no era solo contra las estadounidenses o las mexicanas, sino contra el presupuesto, la administración, los recursos, el sistema.
Por el sueño (y el hambre) de su hija, algún papá vendió su caballo, único medio de transporte para el trabajo diario; algún otro soportó meses lejos de las niñas y alguno más se levantó tan temprano como su hija para servirle de chofer a la propia y a otras más.
“Uno llega a cansarse”, pensó muchas veces Carlos Villalobos, padre de Gloriana. “Es que a veces ya es mucho el estrés, el desgaste emocional”.
Gloriana, escondida entre su camiseta, piensa en todo eso, o quizá solo siente la rabia.
Los teóricos del fútbol han descubierto una cierta cercanía entre el sufrimiento y el triunfo. Nadie que sea futbolista, dicen, es capaz de triunfar sin haber acumulado puntos en frustración. “Una secreta ley de las compensaciones exige que los campeones tengan raspaduras”, dice, por ejemplo, el escritor y sociólogo Juan Villoro.
A esa mezcla, Gloriana suele llamarle injusticia. “El fútbol es lo más injusto que yo he conocido en mi vida”.
El arcángel
Han pasado ya varios meses desde aquel día en que Gloriana y su equipo perdieron por tercera vez en el mundial organizado por Costa Rica.
El arcángel San Miguel levanta su espada contra la nada. Lo han convertido en postal y ahora cuelga, como una medalla, del cuello de un monstruo de Saprissa de peluche. Los hermanos Villalobos están encomendados a la Virgen de los Ángeles, al corazón de Jesús y al arcángel San Miguel para que no se lesionen en los partidos.
A veces, sin embargo, alguno de todos los santos termina sin cabeza en el suelo por el mismo talento futbolístico que ellos tanto cuidan.
Las grandes jugadas que Gloriana o su hermano gemelo, Mauricio, protagonizan en la cancha vuelven loca a su madre cuando se convierten en un gol contra el altar.
No es que les guste andar rompiendo cosas, pero diay, la bola va con ellos y ellos con la bola, que a veces rebota, sin querer, contra un estante. Luego algo se cae y se quiebra. Así es la vida.
Son las 7:30 p. m. de un lunes de noviembre que congela los huesos. Gloriana sale al recibidor, muestra los frenillos de colores y ofrece mostrar medallas y otros logros.
El cuarto tiene campo apenas para cama, clóset y maleta (siempre a medio deshacer); pero todos los espacios son aprovechados para colgar camisetas, preseas y fotos.
Al fondo se escucha el rosario mientras doña Flor, la madre, reza y aplancha. Don Carlos, al mismo tiempo, mira las noticias.
– Le hemos enseñado los mejores valores en estos 15 años–, dice el padre. – Siempre tratamos de acompañarla a todo lado y estar presentes. Usted sabe el problema del lesbianismo.
– ¿Cuál es ese problema?
– El mismo al que está expuesto todo el mundo. No deja de precuparnos, pero ella sabe qué está bien y qué, mal.
Las mejores amigas de la jugadora están en el equipo pero, por ahora, sus padres prefieren que no vaya a fiestas ni actividades fuera de la práctica.
Así que Gloriana, en un día normal, se acuesta casi todos los días a las 4 p. m. cuando llega del colegio y pasa directo hasta las 3 a. m. del día siguiente para entrenar con la selección Mayor, que la convoca con mayor frecuencia.
Mauricio, el gemelo, hace la tarea. Él, como Gloriana, juega en el Saprissa y a los papás les ha tocado explicarle que no se puede comparar con Glori, porque el fútbol de hombres, en este país, es mucho más competitivo.
Hace apenas siete años, ambos dedicaban sus tardes a construir gafetes, jugar al mundial, cantar los himnos de los países en cualquier idioma inventado y volar en aviones imaginarios a destinos a los que solo el fútbol puede llevar.
“Yo nunca la discriminé. Jugábamos igual. Para mí era igual que si fuera un hombre”, cuenta Mauricio.
Gloriana, sin embargo, insiste en que jugar fútbol no la convierte en un hombre. “Uno tiene en la mente que siempre tiene que ser mujer y andar bien arreglada y todo”.
Aunque Gloriana emprendió los viajes antes que Mauricio, él la espera durante semanas enteras para matar la fiebre de la mejenga: esos momentos en que el fútbol es solo un juego.
La pasión
La volante Indira González tomó la bola en el medio campo y se la pasó a Gloriana, quien dio tres pasos y la colocó de cara al arco contrario. “¡Qué buen pase, qué buen pase, qué buen pase!”, decía como en cámara rápida el narrador. Gol. “Servicio preciso y precioso de Gloriana que termina aprovechando [Sofía] Varela y gol”.
A los tres minutos del primer tiempo, la selección Sub17 de Costa Rica fue grande y lo demás no importa: los errores futuros estarían por venir y serían irremediables, pero ese momento de gloria pareciera ser suficiente para hacerle justicia al sacrificio.
“El fútbol es como una montaña rusa. En un momento usted está arriba y en un momento va a llegar a estar abajo. Por eso en el Mundial yo dije: ‘Bueno, va a llegar el momento en que tenemos que subir. Nos va a tener que tocar”, dice, meses después de aquel 22 de marzo, Gloriana, capitana del equipo.
Quienes la conocen creen que el secreto de esta pequeña grandeza va más allá de unas piernas hábiles.
De eso se dio cuenta el sicólogo del equipo, cuando advirtió a sus padres que el cerebro de la rubia iba unos cuatro años adelante de su edad biológica.
Lo notaron también sus compañeras, que en su mayoría la escogieron como la capitana de la sub 17.
Lo supieron, desde el principio, entrenadores, deportistas y periodistas. Con estos últimos, advierte don Carlos, hay que tener mucho cuidado. “A como lo suben a uno, también lo bajan”.
Fue testigo, después, el París Saint Germain, equipo francés que la invitó a jugar durante una semana con las suyas y se comprometió a seguir llamándola cada año, hasta que cumpla los 18 y puedan llegar a algún acuerdo.
Rodrigo Calvo, periodista deportivo, lo notó cuando, para un suplemento de La Nación , la muchacha lo llevó a conocer a todas las jugadoras del equipo y lo presentó con ellas con la seriedad del caso. “Es la jugadora más talentosa que yo he visto de esa edad”, dice.
Para los especialistas, la jugadora del mediocampo es una mezcla de creatividad con estrategia y técnica, de liderazgo con visión de juego.
Al exdirector técnico de la Sub 17 Juan Diego Quesada le cuesta hablar de virtudes específicas de Gloriana, porque son muchas. “Mejor pregúnteme las debilidades. Ja, ja”.
Sabe que es líder innata, que tiene actitud de hierro, una disciplina inigualable y una familia que la apoya, pero la dimensión del éxito que podrán alcanzar Gloriana y sus 150 centímetros de talento futbolístico es todavía impredecible.
Esa pequeña figura, que se mueve rapidísimo en la cancha, parece saber exactamente cuándo tocarla para poner el pase. Además de ímpetu –y a falta de fuerza– la táctica es su mejor arma.
Aunque su exdirector técnico insiste en que el cabeceo no es el fuerte de Gloriana, la futbolista más joven del equipo tiene otras ideas sobre cómo usar lo que tiene sobre el cuello.
A todas las interrogantes pareciera responder ahora (7:30 p. m., rosario y arcángel de fondo), con un dedo rebotando sobre su cabeza. “Cuando las otras son muy fuertes, hay que usar esto de aquí arriba”.
Tiene la certeza de que el fútbol es solo una metáfora de la vida y el destino: se gana y se pierde casi sin explicación. Por suerte, todavía hay un gemelo con quien imaginar que el deporte es solo un juego en el que el mayor sacrificio es algún bendito adorno quebrado.