Ningún rival ha golpeado tan duro a Hanna Gabriel como la vida misma. La puso de rodillas, en la lona, la hizo tambalear y dudar de sí misma e incluso enojarse con Dios.
El vivir una violación a los cinco años de edad, el racismo, una relación tóxica en su juventud que terminó en agresión y el deseo de quitarse la vida son solo algunos de los pasajes que atravesó la actual campeona del mundo y que a sus 38 años la hacen reflexionar del significado que le dio el boxeo a su vida, cuando todo parecía derrumbarse.
Hanna volvió el sábado al cuadrilátero, después de dos años sin combates oficiales, en disputa de dos títulos mundiales, el semipesado de la Asociación Mundial de Boxeo y el pesado o completo de la Organización Mundial de Boxeo (OMB). Enfrentada con la mexicana Martha Lara Gaytán, soñaba sumar quinto título mundial, en cuatro diferentes organizaciones boxísticas.
El regreso no era fácil, pero pocas cosas lo han sido su vida. Al contrario, tiene etapas tan duras como un combate a 12 asaltos, encarnizado intercambio de golpes, a los cuales pudo sobrevivir, para terminar en paz, perdonarse así misma y a aquellas personas que la dañaron. En el ring, la pelea resultó más breve de lo esperado, detenida por réferi en la mitad del segundo asalto cuando la azteca quedo a merced de los contundentes golpes de la costarricense. En la vida, en cambio, los primeros asaltos fueron los más difíciles.
“En mi caso fue una acumulación de situaciones desde los cinco años. Sufrí de un abuso sexual y mi refugio era el atletismo, pero cuando a los 17 años me tuve que retirar sentí una gran frustración, un gran dolor. Estaba molesta con Dios, con el mundo que no hacía nada por mí o por mis hermanos. Además el deseo de mi familia de ayudarnos hizo que en cuatro ocasiones estuviéramos a punto de perder la casa y finalmente todos aquellos problemas desembocaron en la separación de mis padres”, relató Gabriel.
Hanna aclara que nunca ha sido religiosa, pero entiende a la gente y cree firmemente en el Todo Poderoso, por lo que puede hablar de su propio testimonio y las vivencias por las que atravesó.
“Lloré porque estaba brava con Dios, me preguntaba: “¿Por qué permite esa doble moral? La hipocresía de permitir que aquella persona que me violó se convirtiera en un líder religioso y después me llamara por teléfono y me dijera que Dios me ama. Son cosas que uno no comprende hasta que va madurando, con el paso del tiempo la vida te permite aprender a defenderte, a perdonar y ayudar a los demás”, afirmó Gabriel.
La pugilista hace un alto en el camino y afirma que cuando se dan este tipo de situaciones lo más fácil es culpar a Dios, pero se olvida a los familiares de los victimarios y sus sufrimientos posteriores.
“Es más fácil señalar a Dios, culparlo de nuestros errores, hacerse de la vista gorda y pensar que eso solo me pasó a mí. Lo difícil es confrontar al agresor para que asuma las consecuencias para que no se repitan los patrones. Esas situaciones deben afrontarlas también las personas que nos rodean, que muchas veces no nos creen o no saben que hacer y los familiares de los victimarios que son señalados”, reflexionó Gabriel.
Malos caminos. Antes de reencontrarse con su paz interior, por aquella frustración de tener que alejarse de su sueño de ser campeona olímpica y con el alma destruida, los pesares la llevaron por rumbos equivocados, arrastrando sus propios miedos y demonios, que incluso la hicieron pensar en quitarse la vida.
“Me fui para los Estados Unidos donde, como todos saben, trabajé para ayudar a mi familia a pagar las deudas, pero me involucré en una relación tóxica que desencadenó en violencia doméstica y agresión, por lo que el deseo de suicidarme pasó por mi mente. Fue entonces que decidí escapar y darme una nueva oportunidad, buscar un camino diferente”, acotó Gabriel.
La monarca afirmó que después de vivir pasajes tristes y depresivos, e incluso conocer a personas peligrosas, el volver a casa fue la mejor decisión y más aún empezar a boxear, lo cual marcó su vida.
“El boxeo me abrió una oportunidad y aceptar a Dios en mi corazón, me dio la opción de avanzar, aunque ese cambio no fue de la noche a la mañana, fue un proceso. También me ayudó a dotar de herramientas físicas y emocionales a las personas para que puedan desarrollar inteligencia emocional y generar una red de apoyo. Es uno de los mayores triunfos, tan grande como ganar un campeonato mundial”, considera Gabriel.
Pero con los títulos llegaron las responsabilidades, algo con lo que Hanna no estaba lista para lidiar, aunque más tarde aprendió que era la mejor manera de encausar a otros.
“Cuando me convertí por primera vez en campeona mundial, una señora me dijo que yo era un ejemplo. ¡Casi me muero al escuchar esas palabras! Sentí una gran responsabilidad y miedo, porque yo había cometido muchos errores y sentí temor que me señalaran por ellos. Pero comprendí que Dios tenía esa puerta abierta para mí y que no hay personas que no hayan cometido errores, mentido o lastimado a otros. Podía dar mi testimonio y que muchas personas aprendieran mediante este a ser mejores y afrontar la vida a pesar de las dificultades”, admitió Gabriel.