Sacrificado en la marca como bondadoso en el traslado de la pelota, así lo hace en la cancha como en la vida misma: José Miguel Cubero, el triunfo de una bravura solidaria.
Nació un 14 de febrero en Sarchí, Alajuela, un pueblo de carpinteros, hijo de un mecánico de buses amante del fútbol y una estricta profesora de colegio.
El menor de los Cubero contó con las herramientas para ser el artesano de su destino, su cincel fue la técnica y su martillo la disciplina.
De lo anterior da fe don Miguel, quien rememora a su primogénito de ojos chispeantes y cabello oscuro, cuando se levantaba temprano para prepararse un pedazo de pan con jalea y una cebada licuada. Nunca le gustó el café.
“Desde esta mecedora yo lo veía y le decía que le diera con el borde interno, que mejorara la técnica, era apenas un niño y los vecinos que pasaban alrededor de la casa creían que yo era el entrenador y vacilaban”, recuerda con nostalgia Miguel en la entrada de su hogar.
Hoy los vecinos siguen pasando por la casa ya no para vacilar, sino para llevarse un recuerdo, una camiseta o una postalita con la firma del contención del Herediano.
El carácter y la disciplina los heredó de doña María Isabel Loría, su mamá, una profesora en el Colegio Técnico Francisco J. Orlich. Ella nunca le permitió ir a un partido con la ropa sucia, esa práctica se hizo hábito con el tiempo.
Doña Maritza dice con toda seguridad que ahorita en la concentración de la Selección a su hijo no le falta la ropa bien planchadita.

Su hermana Isabel, quien nació el mismo día que Miguel, solo que un año antes, es el cerebro de la familia, se graduó de farmacia en la Universidad de Costa Rica.
El de la gente. De joven Cubero era el típico bonachón, se reía de todos los chistes, pero nunca los iniciaba, invitaba a todos a la casa y nunca le negaba nada a nadie, siempre y cuando estuviera al alcance.
No fue de pedir muchas cosas, solo lo necesario, su mamá aún recuerda cómo se le pelaron los ojos cuando Miguel le pidió unos tacos de ¢80.000 para poder iniciar los entrenamientos con el Herediano.
Para ese entonces a Maritza no le quedó más remedio que pedir crédito en una zapatería.
Lo apodaban Tigrillo o el Colle, el primero porque al papá le dicen el Tigre, el segundo por una broma con su mejor amigo de la infancia, Ricardo Cordero, mejor conocido como el Toro.
“En la escuela nos escapamos de la profe Lidieth, después de que un pelotazo rompiera las macetas , pero sí, lo de Jose siempre fueron el fútbol y los estudios, incluso cuando alguien se jalaba una torta lo buscaban a él porque la mamá es profesora”, mencionó Toro, el cómplice de Cubero.
Miguel es una persona de gustos sencillos, su comida favorita es el pollo a la plancha con arroz y frijoles y es intolerante a la lactosa.
“Cuando teníamos diez años, el día antes de un partido nos dimos una comilona de pizza y al día siguiente Miguel le dio mal de estómago y no pudo jugar. Desde ese entonces no toma leche y cada vez que pide una hamburguesa revisa que no tenga nada de queso”, recuerda Cordero entre risas.
Una de las primeras experiencias las vivió con una filial de Carmelita en Sarchí. Fue ese el nacimiento del escudero de Sarchí. Del uno para todos y todos para uno, que alguna vez escribió Dumas.
El club se entrenaba en Grecia; sin embargo, la mayoría de los jugadores eran de San José, por lo que Cubero siempre ponía la casa para facilitarle el traslado a sus compañeros.
“Él siempre invitaba como a diez amigos a quedarse a dormir antes de un partido, teníamos que poner un montón de colchonetas en la sala para que entraran todos y al día siguiente estaba yo preparándole desayuno a todos”, recordaba doña Maritza.
“Siempre fue un líder de esos positivos, le recordaba a los jugadores que llevaran frutas frescas al entrenamiento y que a los partidos no se les llama mejengas, porque si no el profe se enoja”, rememoró Juan Carlos Gamboa, el técnico de la filial carmela.
Desde muy chico, Miguel tuvo muy claro a dónde quería llegar y en el recorrido, a diferencia de muchos, no se olvidó de dónde vino.
Hoy ya no suenan los rebotes del balón contra la gastada pared del pórtico de los Cubero; sin embargo, hay cosas que duran para toda la vida como el carácter, precisamente eso último tiene al escudero de Sarchí a las puertas de un mundial