Hay una confusión enraizada en nuestro fútbol que nos hace sumo daño: creer que jugar bien y jugar bonito son lo mismo.
Después del Mundial de Italia 1990, cuando Costa Rica sorprendió al mundo con un maravilloso planteamiento ultradefensivo ideado por el serbio Velibor Bora Milutinovic, al país le tomó más de dos décadas de sufrimiento –alternando eliminaciones y mundiales mediocres– redescubrir que su idiosincrasia es el fútbol estratégicamente conservador, estructurado de atrás hacia adelante, con fulminantes combinaciones de contraataque, tácticamente pensadas de acuerdo con cada rival.
Fue 24 años después, en Brasil, cuando Jorge Luis Pinto depuró la línea del 90, llevándonos al éxtasis de los cuartos de final y el adiós invictos.
Y que no se confunda dicha posición colectiva como un armatoste de leñadores con hachas en lugar de tacos.
No, no, porque es en esos contragolpes que se demuestran la inteligencia para discernir el cuándo y la calidad para desarrollar el cómo.
Entiéndase, la esencia individual del futbolista tico, técnico, pícaro, desequilibrante.
La Tricolor no jugó bonito las copas mundiales de Italia 1990 y Brasil 2014, ¡pero las jugó requetebién!
Para Costa Rica, sus partidos épicos no han sido aquellos que conformaron a la afición en general, principalmente a los hinchas rivales y a los neutrales (como el 5 a 2 que le endosó Brasil en Corea del Sur-Japón 2002), sino las victorias sobre Escocia, Suecia (con Bora en Italia 90), Uruguay e Italia (con Pinto en Brasil 2014), a lo mejor jugando no tan lindo (algunos partidos menos feíllos que otros), pero, indiscutiblemente, jugándolos bien.
Con todo respeto a los amantes del jogo bonito , se puede jugar feo y bien, como Italia en sus cuatro títulos mundiales, Portugal en la última Eurocopa y Costa Rica en 1990 y el 2014.
Por favor –y en esto incluyo a muchos, muchísimos de mis apreciados colegas–: los discursos románticos nos enredan y nos hacen jugar de lo que no somos, y caer en ridículos como el de la última Copa América Centenario, cuando Óscar Ramírez se jactó de jugar mejor que Estados Unidos por tener más la bola... Y perdimos 4 a 0.
Por eso, me tranquilizó la vuelta del Machillo original en Puerto Príncipe, para el juego eliminatorio contra los haitianos.
Me quedo con el Ramírez pragmático, inmune al qué dirán, el que prefiere ganar 0 a 1 –sin sufrir en defensa– que arriesgarse en partidos locos, estilo ping-pong , en los que se podrían hacer tres goles (o ninguno)... Pero se arriesga a recibir cuatro.