Natalia Gaitán en un momento llegó a odiar el fútbol, ella lo acepta sin inconveniente. La separación que tuvo de su exesposo, el exfutbolista Allan Alemán, hace siete años, la condujo a esto. Lo que nunca imaginó es que la pelota se convertiría en su vida, ya que sus hijos se hicieron amantes del esférico.
Pese a que su padre era jugador y brillaba con el Saprissa, los frutos de la pareja —Fabricio de 16 años, Kenny de 13 e Ian de 8—, son amantes del fútbol no por su papá. Quien los hizo futbolistas fue su madre, asegura ella. Ahora, el trío de jugadores pertenece al Saprissa.
Gaitán admite que el gen de deportista lo tiene su expareja, pero comenta que por circunstancias de la carrera del jugador ella fue la que tuvo que impulsar y explotar las condiciones de sus hijos.
“Después del desgaste de finalizar una relación, yo quedé resentida con el fútbol, no quería nada con ese deporte, pero en eso Fabricio un día me dijo que quería jugar y tuve que hacer las paces con el fútbol. Ahí pues maduré y dije: ‘es diferente el fútbol de mis hijos, amo el fútbol de mis hijos y prefiero mil veces esto a vivir el fútbol profesional que tuve con Allan Alemán’”, explicó.
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Además de la ruptura sentimental entre Natalia y Allan, la partida de Alemán a Guatemala y Honduras, entre 2012 y 2014 (ahí jugó con el Xelajú y el Real España) acentuó la labor de ella en la crianza de sus hijos y el impulso para sus pequeños incluso en lo futbolístico.
Aquel día, en la casa en Vista de Mar de Goicoechea, cuando el mayor de los Alemán, Fabricio, le dijo: ‘Quiero ser jugador’, ella lo observó, calló un instante y tomó una decisión: ‘Lo vamos a intentar’.
Desde ese momento la mamá se propuso hacer hasta lo impensado con tal de ver realizado al mayor de sus hijos.
De una vez lo llevó a Saprissa, pero sin mencionar que era hijo de Allan Alemán. La idea de Gaitán es que sus hijos consigan los objetivos por su esfuerzo y calidad, no por su apellido. Asegura, incluso, que no se dieron cuenta que era hijo de Alemán hasta que lo inscribieron.
“Cuando Fabricio inició fue iniciativa propia y dijo ‘quiero meterme al fútbol’. Allan estaba fuera del país y no tuvo nada que ver. Después del divorcio yo comienzo a llevarlo a la escuela de fútbol. Yo sola lo metí y rápidamente lo mandaron a hacer prueba a la categoría élite”, recordó.
Con el primogénito en fase competitiva comenzó la locura por hacerlo cumplir en cada entrenamiento. También llegaron las dudas de cómo trasladarlo a cada juego, sin importar la distancia, ya que fueron a Guanacaste, Limón, San Carlos, otros lugares.
“Yo tenía una carrito con el que iba hasta Belén. Hubo momentos que se quedaba varado, porque era un gajo. Más de una vez, no sé, aparecía gente que lo llevaba. Imagínese que una vez no iba a ir a un partido porque no tenía para arreglar el carro y una persona que conocía tenía una venta de carros y me prestó uno de su negocio para hacer la vuelta”, expresó.
En el carro iba toda la familia: la mamá y sus tres hijos, pese a que solo uno actuaba.
Con el paso del tiempo, Natalia consiguió trabajo y eso obligó al joven, en ese momento de 15 años, a comenzar a madrugar e irse en el primer autobús de Vista de Mar. El transporte salía a las 4:20 a. m. y le permitía llegar al Centro de Entrenamiento Saprissa a las 6 a. m.
Ella, con el corazón partido por el frío de la madrugada al que se enfrentaba su hijo, le alistaba el desayuno y lo veía partir.
El tiempo pasó y los otros dos pequeños crecieron. Kenny e Ian tomaron como ejemplo a su hermano mayor y también enloquecieron por el fútbol.
“Fabricio es la inspiración de Kenny, eso no es duda, quiere ser como él, al igual que Ian, ellos quieren lograr lo que Fabricio consiguió, que es debutar con el primer equipo de Saprissa. Por ejemplo, yo sé que Kenny es consciente que en algún momento le va a tocar viajar a las 4:20 a. m. solo”, contó.
A diferencia de su hermano, los dos menores iniciaron su proceso como jugadores en Uruguay de Coronado, por cercanía; empero, en el segundo semestre del 2019 despertaron interés en los morados, quienes decidieron darles un contrato moral.
Tanto el adolescente de 13 años como el niño de ocho se encuentran entrenando con sus respectivas categorías, pero no compiten, ya que no están inscritos porque llegaron tarde para el actual torneo de liga menor.
“Con ellos lo que hago es que yo les coordino absolutamente todo para que puedan ir. A Ian me lo lleva el abuelo a entrenar y en el caso de Kenny va con el papá de otros compañeros y luego me lo dejan en Guadalupe y de ahí él agarra bus para acá”.
Natalia acepta que es duro buscar la felicidad de sus tres hijos. De hecho ahora sufre porque no puede llevarlos como lo hizo en los inicios con Fabricio.
“Hay mucho sacrificio y cansancio. Vea: yo llego a la casa como a las 7 u 8 y debo esperarlos porque llegan a comer y después de ese largo trayecto... pero bueno usted sabe que uno por los hijos, todo, y una mamá hace lo que sea por verlos felices”.
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En el aspecto deportivo, Fabricio e Ian son delanteros y Kenny extremo. El primero ya consiguió debutar con el primer equipo saprissista; de hecho lo hizo en julio pasado bajo las órdenes de Wálter Centeno. El segundo destaca por ser un depredador del área y el tercero por la habilidad.
“El chiquitillo (Ian) es goleador. En Uruguay lo tenían jugando con los niños de 10 años. Ese salió como más Allan, es rápido, potente, todo el mundo dice que es mejor que el papá y que Fabricio. De hecho, en Saprissa siempre lo habían querido y me lo pasaban pidiendo”, confesó entre risas.
Natalia Gaitán termina con voz entrecortada al revivir cómo vivió el día en que se dio cuenta que los tres estaban en Saprissa. El tenerlos en el equipo tibaseño para ella, a sus 36 años, es el fruto de la perseverancia detrás del sueño de sus hijos, es cumplirlo junto a ellos. Ella es la madre que hizo futbolistas a los hijos de Allan Alemán.
“Es un orgullo indescriptible”, finalizó.