Andrea Ortiz es una mujer que le araña minutos al día para atender múltiples frentes: se dedica a su hogar, imparte clases de primaria y todavía le queda tiempo para ganar medallas de oro.
Ortiz integró el equipo tico de raquetbol que gobernó esta disciplina con puño de hierro en los pasados Juegos del istmo.
En tierras canaleras la escazuceña arrasó con todo el metal disponible: fue oro en individual, dobles, mixtos y por equipos.
Semejante cosecha no se fragua de un día para otro. La huella de Ortiz en el raquetbol empezó hace más de dos décadas; como ocurre muchas veces en el deporte, germinó por una casualidad.
“Cuando tenía 17 años unas amigas del colegio me dijeron que las acompañara a las canchas del Indoor Club. Me gustó y a partir de ahí empecé”, comentó ayer.
Entendió pronto que aquello no era un hobbie de la adolescencia. Recibió la ayuda de Sergio Fumero, nombre legendario en el raquetbol costarricense, quien le ayudó a romper el cascarón y convertirse en atleta de élite.
Participó en numerosas competencias internacionales, entre ellas tres campeonatos mundiales. La repisa de trofeos se le hizo pequeña, pero a los 27 años decidió retirarse para darle más tiempo a su familia y su profesión.
Fue un largo paréntesis de diez años, hasta que un día se animó a desempolvar la raqueta.
Casi se pierde los Centroamericanos por una fractura en un dedo. El retraso en la fecha de las justas le permitió recuperarse a tiempo para la enorme extracción de oro en territorio panameño.
Ortiz hace largo el día para que le alcance el tiempo: da clases de educación física en la primaria del Colegio Lighthouse, va a entrenamientos y se encarga de atender a su familia.
“Es un sacrificio. Pero yo siempre trato de aprovechar las horas”, aseguró esta mujer de muchos retos y muchas victorias.