Daniel Fonseca es un licenciado en Administración de Empresas que trabaja en una firma de abogados, tiene 26 años y jugó fútbol hasta los 17 con Santa Ana en Linafa. Él también es el hijo de Rolando Fonseca, el máximo goleador histórico de la Selección Nacional con 46 celebraciones y mundialista de Corea y Japón 2002.
Daniel es claro que siempre quiso ser futbolista, al tener una relación directa con un balón prácticamente desde que tiene uso de razón, no esconde que lo intentó, empero su padre, jugador destacado, siempre le dijo: ‘Estudie primero, después puede hacer lo que quiera con su vida, pero yo quiero verlo profesional’.
Ante la insistencia de su ejemplo a seguir, el joven nunca descuidó su educación y siempre la priorizó por encima de la carrera deportiva, al punto que con 17 años y después de una fractura del quinto metatarsiano (dedo pequeño del pie) decidió colgar los tacos y centrarse en su desempeño universitario.
“Yo no voy a mentir, sí quería ser futbolista. Aquí en Costa Rica fue un poco más difícil porque siempre me comparaban con él, entonces mi papá me dio el consejo que terminara de estudiar y que después viera qué hacía con mi vida. Recuerdo siempre cuando me dijo: ‘Puede topar con suerte como yo o puede que no y que tenga que trabajar en otra profesión’”, revivió.
El exdeportista mencionó que siempre tuvo un enfoque profesional y lo deportivo quedó en segundo plano.
“No quedé con la espinita, es que mi papá me metió la espina de estudiar y desde ese momento me enfoqué. Sí me hubiera gustado ser jugador, pero si estuviera jugando, sacrifico el estudio. Ahora prefiero tomar experiencia laboral. Con el fútbol siempre estaré agradecido porque gracias a esa actividad soy lo que soy ahora”, dijo.
El mayor de los hijos de Fonseca jugó en ligas menores del Comunicaciones de Guatemala, Alajuelense y Saprissa, así como con Santa Ana en Linafa. Actuaba en la misma posición que su padre, como delantero.
“Desde pequeño todo eran bolas, de hecho hay vídeos o fotos donde me daban regalos y siempre buscaba el regalo con la silueta de una bola de fútbol, siempre me decían que para qué comprar un videojuego si iba por la bola. Lo que me encantaba era acompañar a mi papá a los entrenos, verlo jugar, en la casa siempre había adornos quebrados por lo mismo”, recordó.
Lo más difícil de intentar ser jugador y tener un papá futbolista es acostumbrarse a recibir comentarios de todo tipo.
Desde la escuela, en el colegio y todavía en la actualidad la gente se le acerca para molestarlo o hablar de su padre.
“Desde pequeño él me explicó cómo debo reaccionar a los buenos y malos comentarios, porque hay que prepararse para todo. Él me enseñó cómo actuar en diferentes instancias que podían pasar”, confesó.
“Mi papá siempre me dijo que podían decir algo malo de mí, mi familia o de él, pero sabíamos lo que él era. Cuando jugaba en la Liga me molestaban, entonces yo decía que era saprissista, y si ganaba la Liga decía que ganó mi papá y los que me molestaban se enojaban porque no podían molestarme porque siempre ganaba”; agregó entre risas.
La mejor época como jugador para Daniel fue cuando integró un cuadro universitario en Estados Unidos, ya que ahí no contaba con la presión de ser el hijo de Rolando.
“Ahí me veían por lo que era, no por ser el hijo de un jugador. Fue diferente, tal vez me sentí como más normal y jugaba con más libertad”, señaló.
En su familia, su madre, Gabriela Lépiz, lo molesta afirmándole que el primer nieto que le den él o su hermana, Karina, será el que consiga llegar a la Primera División.
“Puedo decir que se siente orgullo ver toda la trayectoria de mi papá, para mí es un ejemplo en lo deportivo, pero en lo de afuera del campo también. Tal vez mi hijo, el nieto, salga futbolista, dice mi mamá”, concluyó entre risas.
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