En medio del torrente de banalidades que circulan en redes sociales, me llegó el enlace de una entrevista a María Céspedes, jugadora de Municipal Pococí FF (MPF), que me conmovió.
María es la menor y única mujer de una familia de 7 hermanos, de la comunidad indígena cabécar de Tayni, una de las más aisladas del país. Trasladarse de su hogar a Pococí, consume alrededor de siete horas, primero caminando varios kilómetros por comunidades donde no llega transporte público, para luego tomar varios buses que atraviesan pueblos del Valle de la Estrella y de Limón.
En su hogar solamente se habla cabécar, y precisamente uno de sus retos fue expresarse bien en castellano. Su madre le cuenta que antes de caminar, jugaba con una balón de sus hermanos, intentando patearlo, posiblemente copiando lo visto en ellos.
A los 11 años ya jugaba junto a sus hermanos, cuando se enfrentaban a equipos de adultos de otras comunidades.
El fútbol tiene esa particularidad. La de surgir en el más remoto lugar. Ahí donde dos pares de piedras o palos puedan colocarse frente a frente a una determinada distancia, y se disponga de un balón gastado o algo que ruede y pueda ser pateado, incluso a “pata pelada”, para hacer surgir la alegría del fútbol.
Jimmy Núñez, el técnico de MPF fue quien la descubrió y la convenció de integrarse. No es la primera vez que el profesor, y el Municipal Pococí nos proveen de magníficas jugadoras, particularmente de zonas indígenas.
Nuestro torneo de fútbol, en sus diferentes equipos, posee una importante representación de ellas, algunas con cosecha de campeonatos, integrantes de la selección nacional, y hasta legionarias. Muchos de estos casos fueron producto de la visoria del profesor Núñez, un auténtico caza talentos y formador.
Por amor al fútbol, por seguir su sueño, por su intenso deseo de superación, María Céspedes se ha enfrentado a todo, a los tabúes de la sociedad patriarcal, a la discriminación racial y de género, a las inclemencias del tiempo y las dificultades propias de las zonas agrícolas.
Y aún más cuando se proviene de una comunidad indígena de tan difícil acceso. Ella combina su pasión por el fútbol, con sus estudios universitarios en Educación Física.
No sé cómo lo hace. Me hace sentir vergüenza conmigo mismo de todas las veces que he dicho: “Qué pereza, qué cansado, qué sueño, qué lejos, qué miedo”.
María lleva en su ADN, con orgullo, los genes de su raza indígena. De esa cultura ancestral que funde al ser humano con el río, el árbol, los animales, el sol y la montaña.
Los mismos genes que también llevamos todos en este país, porque somos producto del mestizaje de una extensa lista de antepasados de las más diversas razas y culturas y entre ellas, dignamente la de nuestros indígenas. Este es el ADN verdadero, el que debemos portar con honor, el que es científica y genéticamente comprobable. Lo demás es ilusión, fanatismo y palabrería.
El autor es economista.