El defensa central del equipo A acaba de patear a uno de los delanteros de la escuadra B en las inmediaciones del área grande. El árbitro pita de inmediato para señalar la falta.
Mientras tanto, el futbolista agredido se revuelca en el suelo, gira sobre la gramilla como si lo hubiera embestido un toro de casta. El silbatero autoriza el ingreso del médico y de los cruzrojistas.
Al mismo tiempo se desata una discusión con empujones y recriminaciones entre jugadores de ambas oncenas. Reclamos van, reclamos vienen.
No faltan quienes encaran al réferi para reprocharle no haber sancionado con tarjetas amarillas y rojas algunas agresiones antideportivas de los rivales. Se quejan, patalean, lloran y acusan como niños.
Los gritos desde los banquillos atizan la hoguera. Directores técnicos, asistentes, jugadores suplentes, utileros y aguateros se esmeran por carbonear al cuerpo arbitral.
Por fin cesa la bronca; bueno, al menos en apariencia…
El juez principal saca el tarro de aerosol y traza una línea blanca en el punto en el que debe colocarse la barrera. Para variar, no falta algún vivillo que se adelanta dos o tres pasos, lo cual provoca reclamos por parte de quienes se disponen a ejecutar el tiro libre. El árbitro insiste en la distancia correcta una y otra vez, una y otra vez, hasta que se ve obligado a mostrar una tarjeta amarilla para que se respeten los nueve metros quince.
Nuevo silbatazo para dar luz verde al cobro. Casi de inmediato, varios pitazos seguidos: el réferi corre hacia el área para tratar de separar a los futbolistas que se empujan, agarran, dan codazos y pisan como chiquillos malcriados. Todos levantan los brazos para indicar que son inocentes, que no han tocado a nadie. Se señalan unos a otros.
Justo cuando las aguas parecen volver a su nivel, el portero cae y se retuerce como una lombriz a la vez que cubre su rostro con ambos guantes, como si acabara de recibir un gancho de izquierda de Floyd Mayweather Jr. ¡Nuevo pleito de perros y gatos!
El cuarto árbitro llama al central y le dice algo al oído. El silbatero camina hasta el banquillo del equipo B y expulsa al director técnico.
¡Ahora sí, todo listo para que por fin se ejecute el tiro libre! Los alumnos del kindergarten deciden portarse bien. El réferi pita y el balón alza tanto vuelo que sale del estadio…