Con aires de suficiencia que sorprenden o poses de prepotencia que pretenden intimidar, muchos personajes del fútbol y de la prensa deportiva pregonan que el fútbol es un negocio y que quienes valoramos la ética, las buenas formas, el amor por la camiseta y vainas así, estamos fuera de onda.
Claro que el fútbol es un negocio. Pero no significa que para ejercer exitosamente este negocio, haya que aplicar la ley de la selva, como se ha visto en nuestro país, donde la mercancía deportiva es patente de corso para imponer la ley del más fuerte.
Un negocio es una transacción entre personas u organizaciones que, en buena ley, debería regirse por códigos éticos, señorío, discreción (si la índole del trato lo amerita) y consideración al otro.
En su columna “Viviendo entre números”, don Gerardo Corrales, experimentado economista, consignó en La Nación del sábado 10 de diciembre los mandamientos bancarios. Solo como ejemplo, los mandamientos 1, 2 y 6 dicen, respectivamente: ser honesto, respetar tu palabra, no dejarás que te presionen ni que te apuren a tomar decisiones.
Al contrario, en el mundillo futbolístico criollo priman el cálculo oportunista y el golpe de efecto para desestabilizar y sacar ventaja, al tiempo que con tal procedimiento se expone a figuras en disputa por dos clubes a sufrir el escarnio de la gradería, como aconteció en el torneo recién finalizado, con los fichajes de José Luis Cordero, de Belén a Alajuelense, y de José Guillermo Ortiz, de la Liga al Herediano.
La gente del fútbol profesional tico haría bien en leer a expertos en economía y negocios, como don Gerardo Corrales, don Álvaro Cedeño, o consultar con estrategas empresariales de la dimensión de don Roberto Artavia, por ejemplo. Nutrirse de sabiduría ayudaría a nuestros dirigentes futboleros y a muchos colegas de la prensa a interpretar la ecuación entre fútbol, mercancía y negocio, en el contexto universal de las relaciones entre personas y organizaciones.
Si miramos el tema con la óptica precisa, tanto en el comercio como en el deporte son indispensables la ética, el respeto y el amor por la camiseta, entendido ese amor como lealtad a una empresa, institución o club deportivo. Se trata de valores eternos, norte y timón de cualquier grupo humano civilizado.