La final femenina del fútbol es una lección de dignidad para los hombres de ese deporte. Las jugadoras defendieron las camisetas de La Liga y Saprissa con la bravura que demandan ambos escudos, pero con la entereza, entrega y lealtad que necesita cualquier disciplina.
Días atrás, manudas y heredianas tuvieron un comportamiento similar, al dirimir a las ganadoras del Torneo de Clausura. Sin trampas, sin perder tiempo en el campo del adversario, sin fingir lesiones o teatralizar caídas y choques.
Cada bando con sus estrellas: Shirley Cruz y Priscilla Chinchilla de rojo y negro. Gloriana Villalobos y Carolina Venegas de morado. Pero girando en torno a ellas, dos batallones de guerreras, nobles, aguerridas, en un ida y vuelta que despintó un vertical manudo y que vio hecho gol uno de los muchos intentos del cuadro de casa.
Cualquiera que hubiese ganado, después de un primer juego de rompe y rasga en el Saprissa, sostendría la corona con los méritos de un gran equipo. Así lo sintieron las derrotadas al agradecer al público que, aunque adversario, no solo engalanó el espectáculo, sino que las aplaudió por su apuesta futbolística.
La Liga no fue al Saprissa a especular, ni las moradas enfriaron el juego en el Morera para buscar penales. 90 minutos de ambición por el marco rival, de correr y correr sin otro norte que no fuera la victoria.
¡Cuánto extraña uno esos comportamientos en la rama masculina! Sin insultos, sin peleas, apostando a la calidad futbolera, al pulmón, al choque sin miedo pero con lealtad, extendiendo la mano para levantar a la adversaria caída, agradecidas y entregadas al graderío, sin gestos provocadores ni aspavientos de divas.
Estos partidos nos dejan la esperanza como legado. No ganan mayor cosa, no tienen carros ni casas gracias al fútbol, son aficionadas que van y vienen entre el campo de juego y el trabajo, pero aman y viven el balompié con la intensidad de la que muchos profesionales carecen.
Por si fuera poco, el arbitraje en manos de mujeres, también fue de nota 10. Acertado en la apreciación de jugadas, sincronizadas central y líneas, respetuoso con las jugadores, sin encararse Rebeca Mora con futbolista alguna, atenta y atinada en cada intervención.
No solo por la presencia de casi 17.000 aficionados. La noche del Morera Soto, televisada a todo el país, será recordada por esa lealtad de todas y cada una de las mujeres que se ofrendaron por el fútbol a corazón abierto.