Son las 11:15 a. m. del miércoles 9 de noviembre. Hernán lleva puesta una gorra negra con el logo del ICE incrustrado en su parte frontal, una elegante camisa de manga larga de rayas verticales, blancas y rosadas, y un pantalón crema. En el dedo índice de su mano derecha porta un peculiar anillo de oro que le regalaron sus hijas y no se quita desde hace 10 años, ni siquiera para bañarse.
El anillo es grande, tiene una forma similar al que reciben los jugadores de fútbol americano cuando ganan el Súper Tazón. Este anillo es, quizás, el único simbolismo que perdura en su vida. Hace unos años, le regaló a unos allegados la medalla que recibió por ganar el tercer lugar en el Mundial de Clubes, y la camiseta que sudó cuando le anotó a Suecia en el Mundial de Italia 90.
No conserva ningún recuerdo, ni siquiera la casaca del Aztecazo, esa que se quitó para celebrar cuando silenció a México con un gol que aún le eriza la piel.
Solo tiene dos gorras en su armario, el resto las ha regalado todas (ya olvidó cuántas ha tenido). Asegura que sus amigos cuidan los símbolos mejor que él.
Solo de vez en cuando, mira por Internet los videos de sus goles más importantes. Los mastica como al platillo más exquisito. Aún se emociona.
El anillo es especial porque representa a sus “niñas” Rashany y Kaneesha, de 17 y 21 años. La vida de Hernán gira únicamente en dos vías: el fútbol y sus hijas. Ellas fueron el motivo de su regreso al país, después de cinco años de dirigir en el exterior.
Con 48 años encima y un puñado de historias por contar, Medford se toma las cosas con más calma que antes. Tira menos la gorra pero también come menos. Desde que el médico le hizo los exámenes del colesterol, le recomendó empezar una dieta para mejorar su alimentación.
Tampoco le ha sido fácil: es la comida su mejor remedio para bajar la tensión antes de cada partido. Como quien dice, “para no volverme loco”. Y por el momento, le ha salido bien o muy bien.
Desde su precoz inicio como técnico al frente de Saprissa, en el 2003, cuando recibió por accidente la dirección técnica, tras una negociación fallida entre el entonces gerente Jorge Alarcón y el “elegido” Alexandre Guimaraes, las alas del Pelicano se mueven con fuerza.
Él mismo recomendó a Guima, pero luego, ante su sorpresa, el gerente mexicano le ofreció el equipo. En un principio pensó que era una broma, pero unas horas después, el empresario Jorge Vergara lo presentó públicamente ante los medios.
Han pasado 13 años, 11 camisetas, cinco títulos y un cúmulo de aciertos y errores.
Al peor de sus errores le pone nombre y apellido: haber aceptado la Sele sin la experiencia suficiente para manejar la crítica de los periodistas.
En una ocasión, Óscar Arias, entonces presidente de la República, le dijo: “Hernán, no quisiera estar en tus zapatos”.
“El Pelícano” reconoce que no pudo controlar el entorno pero asegura que la próxima vez será distinta.
—¿Por qué está tan seguro de que va a volver a dirigir a la Sele?
—Por mi currículum. Hay otros que han hecho menos que yo y le han dado una segunda oportunidad. Yo soy uno de los ticos que más he defendido este país. Dejé mi carrera en Italia por defender a Costa Rica”, afirma sin contemplaciones, serio, sin arrugar la cara...
“La gente tiene que saber que el Estadio Nacional existe por mí”.
Hernán afirma ser el creador intelectual de “la Joya de La Sabana”, pues en media negociación del TLC con China le solicitó una cita a Óscar Arias para convencerlo de que incluyera dentro del tratado la construcción del estadio.
Cinco días más tarde, el presidente anunció públicamente la creación del reducto, sin darle mayor mérito. Unos meses después, le mandó una entrada para que asistiera al partido inaugural frente a los chinos, pero a Hernán, literalmente, no le dio la gana ir.
Los tacos rosa
Círculo cercano. Lo han llamado presumido, agrandado, 'juega vivo' pero él se percibe muy distinto.
Mientras digiere un batido de fresa y se acomoda el cuello de la camisa, me “reta” a que le pregunte a sus amigos si realmente lo consideran un agrandado.
Hernán es un retador. Lo recuerdo así desde que era un niño y me gané un concurso de un restaurante de comida rápida para ser el junta bolas de un partido eliminatorio Costa Rica–Honduras.
De ese memorable día (todo niño fiebre del fútbol debería ser junta bolas alguna vez) recuerdo tres cosas: la camiseta fosforescente con el logo de FIFA que me regalaron y que llevaba puesta con orgullo (dudo que hoy me la ponga), los ligeros escombros que caían sobre mi pelo a causa de la vibración de la gradería de sol de la “Cueva”... y los tacos de Hernán Medford.
Estaba justo en el pasadizo que une los camerinos con el campo de juego, cuando Hernán salió a aflojar piernas con unos tacos rosados. ¡Sí, unos tacos rosados en los noventas!
Ese día, entre todos los futbolistas titulares y suplentes de Costa Rica y Honduras, Hernán era el único que no portaba zapatos negros. Él es así, desde siempre. Con esa misma autonomía logró y presume el campeonato nacional de verano al frente del Club Sport Herediano.
Su personalidad lo lleva a mostrar dos caras distintas. La del fútbol, que enseña frente a la prensa, en la televisión y los periódicos: la confrontativa. Y la otra, la del tipo de buenos sentimientos, ferviente creyente de que los hombres también lloran y que los hombres también se dejan apapachar por sus hijas.
Hernán dice que pese a las incontables frases polémicas que han salido de su boca, al cruce de palabras con periodistas y a cuantas hogueras prendió con su discurso, al dejar el vestuario, al abandonar la sala de prensa, su vida ha dado un giro radical.
En ocasiones, sale “a tomarse una birra” con periodistas que considera sus amigos, pese a que los ha escuchado criticarlo. Asegura que entiende la posición de los comunicadores, siempre y cuando no lo metan en chismes, ni utilicen lo que el llama “titulares mala leche”.
Su madre, doña Gloria, es la que no aguanta nada. En una ocasión, escuchó en un programa radiofónico que estaban cuestionando a su hijo con dureza y no lo pensó dos veces para dirigirse al lugar en que se producía el espacio y reclamarle al conductor.
Hernán solo sonríe: “Es que ella tiene su carácter”.
Ella nunca ha asistido a un estadio a verlo: ni cuando fue futbolista, ni ahora que es entrenador. Su temperamento no se lo permite y Hernán lo comprende. Debe ser difícil para una madre escuchar los insultos hacia su hijo desde las gradas, inevitables en cualquier estadio de nuestro fútbol.
Irónicamente, cada vez que lanza su gorra al suelo se gana una “bronca” en la casa. Primero, lo regaña su primogénita, Rashany, estudiante de psicología y principal crítica de sus “colerones” mediáticos. Después, viene el sermón de su segunda hija Kaneesha y, por último, nunca falta la llamada de atención de su madre, doña Gloria, de la que heredó su carácter explosivo.
En la andadura de Hernán Medford en los banquillos es cada vez menos común que se sulfure y tire la gorra. Pero nunca falta, y como él mismo dice, todo acto tiene su consecuencias.
“Soy géminis”, confiesa. A su manera, el signo zodiacal es muy fácil de entender: “Tengo dos caras. La de mi vida normal, la de un ser humano común y corriente, feliz, con mis broncas. Y la otra, profesional, en la que defiendo a muerte la comida de mis hijas”.
El camino que intenta tomar dentro del campo es el de aguantarse el colerón. Rashany se lo explica con frecuencia basada en las teorías de la inteligencia emocional que aprende en la universidad, pero a su padre no se le hace fácil ponerlo en práctica.
Fuera de la cancha, se considera totalmente distinto. Después de sufrir dos divorcios, un golpe financiero en sus negocios casi devastador en el 2008 y de probar las mieles del éxito y el fracaso al pie de la línea de cal, sigue en plena lucha.
El dinero
Hace unas semanas, Hernán se escapó temprano de la conferencia de prensa posterior al enfrentamiento ante Saprissa (su primer triunfo frente a su exequipo). Su argumento sorprendió a todos los presentes en la conferencia: debía ‘ponerle’ para llegar a tiempo al baile de graduación de su hija.
Unas horas antes del partido, se tomó la tradicional foto con Kaneesha; luego se dirigió al Rosabal Cordero para dirigir a su equipo, y unos minutos después estaba bailando con ella.
Aún transpiraba cuando se colocó el saco, pero al menos llegó a tiempo.
—¿Por qué no pidió libre y asistió a la graduación?
—Mis hijas comprenden que este es mi trabajo. Que de lo que yo hago pagamos las cuentas de la universidad y los gastos. La gente piensa que uno gana un montón de plata, pero no.
Me disponía a preguntarle sobre su presente financiero, cuando le ingresó una llamada telefónica, la tercera en menos de 50 minutos de entrevista. Sin conocer a fondo el contexto, lo que hacía era negociar, era un estira y encoje constante con el hombre que estaba al otro lado del teléfono.
Aparte del fútbol, Hernán pulsea los “camaroncitos”. Jugó en México, Croacia, España e Italia pero su condición actual no le permite vivir solo de sus ahorros.
Reconoce que se está levantando de nuevo, después de sufrir en carne propia la crisis financiera del 2008, cuando sus negocios en comercio (prefirió no especificar) lo hicieron vivir angustias económicas.
Aún está pagando una de esas deudas, pero de a pocos, se acerca a la estabilidad.
No se queja. Tiene casa propia y le alcanza el dinero para chinear a sus hijas.
Sus anhelos también son distintos. Aún con la presión del fútbol encima, trata de vivir la vida con normalidad. Cuando sale a la calle, la gente suele saludarlo. Dice sentirse muy querido. Curiosamente, su “club de fans” más prolífero son las señoras mayores de 60 años, por las que se siente muy apreciado. Nunca falta un saludo o una palmada en la espalda.
Para Hernán es muy difícil no sentirse acompañado, aún cuando vive solo. Tiene pocos pero buenos amigos, una familia cercana y decenas de recuerdos imborrables. Un anillo y una gorra parece ser lo único que necesita fuera de ello.