Durante 37 días el futuro del futbolista Jonathan McDonald pendió de un hilo. Ese tiempo duró sin saber con cuál equipo jugaría. Alajuelense lo declaró transferible, pero, al mismo tiempo, impedía, a toda costa, que se fuera a jugar con otro club, pese al interés de equipos grandes como Saprissa, Herediano y Cartaginés, o del Columbus Crew, de la MLS. 37 días de estiras y encoges, de si se queda o se va, de si pesó más su indisciplina que sus goles. Al final quedó en nada. La directiva de la Liga cedió, por segunda vez, y el delantero viste aún la camisa número 19 rojinegra. Pesó más el clamor de un sector de la afición y del técnico argentino José Giacone, quien desde un principio pidió su permanencia. Desde entonces, Giacone ya no es técnico de la Liga Deportiva Alajuelense, McDonald ha marcado nueve goles, es segundo en goleo y sigue dando de qué hablar por sus altos y bajos en la cancha.
El futbolista Jonathan McDonald Porras impuso a su alrededor una especie de burbuja imaginaria. Una muralla. En su entorno levantó barreras ficticias que limitan su diámetro de movilidad a la extensión de la provincia de Alajuela.
Pocas veces sale de ese territorio de casi 10.000 km²; cuando lo hace, reconoce, es por cuestiones de trabajo. La razón es una: evitar roces e insultos de los aficionados de equipos adversos a Liga Deportiva Alajuelense, donde milita desde diciembre del 2010, con un impasse de dos años en el fútbol de Suecia.
“Evito esos momentos, evito lugares, no voy a ir a un restaurante en Tibás. No voy a ir a Correos de Costa Rica en Heredia, que está al puro frente del Parque Central. No voy a ir al supermercado en Heredia, ¿para qué? Si aquí en Alajuela encuentro lo que necesito”, admite McDonald.
En ocasiones, incluso, se abstiene de salir de su casa, especialmente cuando se acerca una serie final o un clásico contra el rival más odiado, el Deportivo Saprissa, o bien, contra el Club Sport Herediano, donde se inició en el fútbol de Primera División, tras un debut fugaz en el extinto equipo de Santa Barbara.
“No es fácil ser Jonathan McDonald, que vayás donde vayás, todo el mundo te reconoce para bien o para mal”, confesó el delantero de 29 años.
Y es que, aunque ahora puede salir a la calle sin que le griten improperios o le lancen miradas “enjachadoras”, lo cierto es que en algunos momentos, especialmente durante el último año, no ha podido ni salir del condominio donde vive para ir al cine o a para jugar con sus hijos, Emelyn y Jayden, de 10 y 2 años.
De esa tensión con un sector de la afición rival, quizás su familia es la más afectada, especialmente su hija Emelyn, quien en la escuela sufrió el bullying de sus compañeros de clase y hasta de grados superiores.
“Me vale cuando salgo solo, pero no cuando salgo con mi familia. Esa situación también cansa, yo no voy a andar peleando con cualquier persona que me grite en la calle. Pero es difícil: no me dejan disfrutar ir al cine, ir a un tope o ir una corrida de toros. Si salgo a tomarme un par de copas de vino con mi esposa, ya soy un borracho”, enfatizó el ariete.
Pero esa situación no es antojadiza; una serie de hechos –justificados o no– lo convirtieron en un jugador querido y a veces odiado, tanto por la afición manuda como por las hinchadas rivales. Así como puede marcar un gol decisorio y convertirse en héroe, también es capaz de vestirse de villano por una roja innecesaria en un partido decisivo, o por botar un penal en un momento crucial.
Uno de los episodios, el que más desató críticas y memes en redes sociales, ocurrió después de que le lanzó uno de sus tacos al saprissista Andrés Imperiale, en diciembre del 2015, en la final del Torneo de Invierno que, a la postre, la Liga perdió.
Desde ese momento, el ambiente fue álgido y se agudizó aún más, cinco meses después, cuando la Directiva de Alajuelense lo declaró transferible, el 18 de mayo, por segunda vez, decisión que fue revertida 37 días después.
Dos en uno
En su defensa, McDonald alega ser dos personas: una cuando entra a la cancha de fútbol y otra afuera de ella, cuando se quita los tacos.
En el terreno de juego admite que se transforma, que se convierte en algo así como Hulk, el superhéroe, que no da un balón por perdido y que en ocasiones pierde la cabeza y se excede en la fuerza cuando “le entra” a un jugador rival.
“Yo detesto perder. Lo que sea que haga, lo quiero ganar”, se justifica.
Su dolor de cabeza ahora es alcanzar el título nacional número 30 de la Liga, el cual estuvo cerca de acariciar en los tres últimos torneos pero, al final, la Liga perdió, primero contra Herediano, después contra Saprissa y, por último, una vez más contra Herediano. Sus dos archirrivales. Desde diciembre del 2013 los rojinegros no acarician el trofeo de campeón y esa ansiedad y sequía afecta a Jonathan.
“Sentí un momento de tanta frustración, de tanta presión, de que la gente me dijera que tenía que ser yo el que sacara esto, que yo era el obligado, que si yo no ando el equipo no anda... Todo eso no lo sabía canalizar y andaba desesperado y si me quedaba una opción y la fallaba me lamentaba y andaba frustrado y tenso.
”Los últimos seis meses de la época de Javier (Delgado, técnico de la Liga entre diciembre del 2015 y mayo del 2016), no por Javier sino por todo lo que venía de lo anterior, el querer tanto el título y la 30 y obsesionarme con esa copa, me terminó pasando la factura”, relató el manudo.
Fuera de la cancha
Fuera del rectángulo de juego Jonathan es algo así como el doctor Bruce Banner, el álter ego de Hulk. McDonald se describe como una persona totalmente diferente, tranquila, que no guarda rencores, que hace el jardín, que lee la Biblia con frecuencia, que reza en la noche antes de dormir y que acostumbra ir a la iglesia evangélica una vez por semana.
Eso sí, no acude a la iglesia donde su papá Jasper McDonald es pastor.
“A veces siento que todo el mundo tiene los ojos puestos en uno y si soy el hijo del pastor, ya piensan que debo ser santo, que tengo una aureola, alas y una luz resplandeciente, y yo creo que nadie llega a ese punto de santidad y perfección (…). Mi relación con Dios es personal. No soy de andar divulgando mi credo”, aseguró.
En una entrevista de casi 90 minutos con La Nación , de manera espontánea, solo una vez mencionó a Dios. A él le atribuyó su llegada al equipo de Liga de Deportiva Alajuelense.
“Fue un regalo de Dios llegar acá”, enfatizó McDonald, quien no descarta ponerse la camiseta del Saprissa, equipo que asegura lo buscó en mayo cuando la Liga lo declaró transferible.
Si bien él llegó al primer equipo rojinegro en diciembre del 2010, su ligamen se remonta desde 1997 cuando con solo 10 años debutó en las ligas menores del Alajuelense, en una filial que se denominó Proyecto Alejandro Morera Soto 97, la cual dirigía su papá.
Desde entonces, en la primera división contabiliza 63 goles en 117 partidos. En el actual torneo ha hecho nueve y es segundo en la lista de máximos anotadores.
Asegura que lo juzgan de primera entrada, sin darle la oportunidad de conocerlo; que solo basta conversar con él cinco minutos para llevarse una impresión distinta. “A veces juzgan el libro por la portada, sin antes leerlo”, aduce.
Y no deja de tener razón. En persona el jugador de largos dreads cafés luce más pequeño e inofensivo a como lo muestran las cámaras de televisión. No se percibe distinto a cualquier otro jugador del fútbol tico. No es cortante, más bien se excede en sus respuestas y habla de su vida personal sin ningún reparo.
Viste ropa sport a la última moda, calza tenis, anda una “mariconera”, usa dos teléfonos iPhone 6, viaja en un pick up blanco de modelo reciente y en una de sus muñecas lleva dos pulseras de cuero de la marca Pandora, con dijes de plata.
Su paso por el psicólogo
Después de que le propició el zapatazo a Imperiale comenzó a ir al psicólogo. En total fue a 17 sesiones, 10 más de las que su doctor le recomendó. Fue decisión suya ampliar la terapia, que ya terminó pero no descarta volver.
Ahora, solo recibe ayuda de una consejera espiritual, de una pastora evangélica de Grecia, quien también lo ayudó a reconciliarse con su esposa Andrea Duarte, de quien se separó por año y tres meses.
Se reconciliaron hace poco más de dos años. A ella la conoció cuando asistía a la iglesia de su papá. Mantienen una relación oficial desde que tenían 16 años.
Insiste en que tanto la ayuda del psicólogo como la de la consejera lo han hecho cambiar y que ahora es otra persona. Dice que en los últimos meses ha aprendido a lidiar con la presión de jugar en la Liga y lo cierto es que, no la ha visto fácil.
Una y otra vez a lo largo de la entrevista, sostiene que cuando va por una bola nunca tiene la intención de lesionar al jugador rival, pero que cuando se excede en la fuerza, se tortura y se recrimina una y otra vez cuando ve la repetición de la jugada, ya en la tranquilidad de su casa.
“Dejé de disfrutar el fútbol por algunos lapsos. Ahora no, ahora me río, pero no es una risa de burla o de que me vale, sino de disfrutar. El fútbol es que te peguen, te insulten, te traten de provocar; el fútbol es de vivos y a veces uno tiene que ponerse para que le den”, dijo McDonald.
En el pasado
También es reiterativo en que no se le puede juzgar por los últimos dos años; que su carrera va más allá de eso. Culpa en cierta parte a la prensa, la cual ha hecho fiesta con sus actos de indisciplina.
“Hubo un tiempo donde me estuvieron persiguiendo mucho, por eso me cerré y dije ‘no habló con la prensa’ y no por desquitarme, simplemente que no quería vivir lo que vivió Wálter Centeno (exjugador de Saprissa) en su momento, de que en plena conferencia de prensa yo le tiro y usted me tira. Yo no quería vivir eso. No me sentía preparado para las críticas fuertes, buenas o malas”, confesó.
Los altos y bajos en la carrera de McDonald, y su continua transformación de héroe a villano, han sido la marca constante de su vida.
Hace dos años también acaparó las portadas de los periódicos y los titulares de los noticieros por lanzarle, esa vez, un codazo a otro jugador de Saprissa, David Guzmán. En esa ocasión, también estuvo a punto de ser despedido de la Liga.
No obstante, tanto en esa oportunidades como en mayo pasado, la directiva rojinegra pidió mucho dinero por su ficha y cuando tuvo la oportunidad de ir a jugar para otro equipo –dentro del país y en el extranjero–, aunque parezca contradictorio, Alajuelense evitó a toda costa que las negociaciones cuajaran.
En su primer año en la Liga, en el 2011, ocurrió el primer episodio bochornoso, el presagio de lo que ha sido su paso por el equipo de los mangos.
En esa ocasión, protagonizó una pelea con Jorge La Flecha Barboza, del Herediano, en un partido en el que la Liga tuvo que “sacar lesionado” a un jugador para que el encuentro terminara antes y así, evitar una goleada catastrófica, peor de la que vivía.
“A mí igual eso no me afecta. Me afectó un tiempo; mucho me afectaba, me enojaba mucho, como loco me ponía, y ahora ya no me afecta, me da totalmente lo mismo. Tengo que crear una nueva historia para que la gente tenga en la mente algo igual de grande pero positivo, eso es en lo único en lo que yo me enfoco”, finalizó.