Si no iba a quedarse en Costa Rica, Jorge Luis Pinto merecía hacer maletas, viajar lejos, llegar a Europa, quizás al Sur, por qué no a México.
Merecía un equipo pequeño de alguna liga grande, donde suelen lucirse los ajedrecistas del fútbol, los científicos de la táctica, los discípulos de Sun Tzu, el mítico general chino a quien se le atribuye El arte de la guerra.
Pinto merecía ser de esos técnicos que juegan al David contra Goliat y convierten al cuadro de media tabla en portada, revelación de temporada, al estilo de la Sele en Brasil 2014, contra todos los pronósticos.
Merecía, en el menor de los casos, viajar a un torneo de poco nombre y mucho dinero, algún destino asiático con petróleo, islas artificiales, hoteles en pleno mar, mágicos edificios que retan a la imaginación y la ingeniería. Quizás (y solo quizás), la cuenta bancaria le habría compensado el frustrado deseo de dirigir una gran selección o en un campeonato de renombre.
Pinto merecía algo más como merecía Alexandre Guimaraes después de la mejor campaña -hasta entonces- de una selección tica, con Aztecazo incluido, un inédito y aún inigualado primer lugar en la hexagonal eliminatoria y un mundial más que digno, como la única selección capaz de anotarle dos goles al Brasil de Roberto Carlos, Rivaldo, Ronaldinho y Ronaldo, a la postre campeón del mundo.
Recuerdo los elogios de periodistas uruguayos y argentinos sentados a mi lado en el estadio de Suwon. Los piropos, sin embargo, no le alcanzaron al equipo tico, eliminado en primera fase por diferencia de goles. Tampoco le alcanzaron a Guimaraes, contratado por el muy modesto Irapuato azteca. Algo le faltó... y no fueron elogios.
A Pinto, en cambio, no le faltó nada. Se sacó la lotería cayendo en el Grupo de la Muerte, donde las derrotas habrían sido perdonadas y las victorias magnificadas, alabadas, comentadas, transmitidas.
Pinto merecía más que la actual Honduras, donde hoy registra su peor rendimiento al mando de una selección nacional con el doble de derrotas que victorias (10-5). Merecía al menos una generación catracha talentosa. No sé si terminó en ese banquillo por falta de opciones o en busca de una pronta revancha; lo cierto es que Pinto no tiene lo que merecía, pero sí lo que se buscó.