La fecha se oscurece en la memoria, porque ya ha pasado tiempo: por lo menos unos 17 años. Lo que Milena López sí recuerda muy bien es el lugar. Uno que ya no existe.
Los jugadores del Deportivo Saprissa y de la Asociación Deportiva San Carlos saltaron a la cancha del antiguo Estadio Nacional, en La Sabana, rodeando a una figura poco común, particular, llamativa.
"Tenía muchos nervios, claro", recuerda Milena de aquel día lejano, el de su debut como árbitra del fútbol de Primera División de Costa Rica.
No era, eso sí, su primer partido como autoridad en la cancha. Ya había pasado un par de años pitando en fútbol de canchas abiertas, en Alto Rendimiento, en Segunda División.
Pero, como lo dice ella y como lo diría cualquiera de sus colegas –sin importar si se trata de hombres o mujeres–, llegar a Primera es empezar de cero. Así, dirigir el juego entre Saprissa y San Carlos era, para todos los efectos, lanzarse al agua esperando saber nadar.
La metáfora es injusta: antes de pisar el césped del Nacional, López había acumulado horas de preparación, decenas de partidos arbitrados en categorías inferiores, una envidiable condición física; estaba lista, era el momento de dar el salto. Pero la cabeza es tracionera. Los nervios son traicioneros. La adrenalina es camaleónica y puede hacer pasar la emoción por dudas.
Fue entonces cuando, contra todo pronóstico, un actor impensable dio un paso al frente y cambió la carrera de Milena López como árbitra de Primera División del fútbol de Costa Rica.
Desde las gradas, como un tsunami, llegó el clamor de decenas gargantas unidas, personificadas en la Ultra Morada, la barra de fieles al Deportivo Saprissa.
"Vamoooos, vamos Milena", cantaban los fanáticos.
No era posible pensar en una mayor motivación que esa. Las gradas, que tanto atormentan a los árbitros en cualquier partido de fútbol –de cualquier deporte competitivo–, donde nacen los improperios más hirientes –y, hay que decirlo, en muchos casos creativos–, le daban el espaldarazo a ella, a Milena López, en su debut.
Durante los siguientes ocho años, el aliento de aquella ocasión impulsó a Milena en cada fecha que arbitró.
Oficio de valientes
Quien ha asistido alguna vez a un estadio para presenciar un partido de fútbol podría preguntarse por qué alguien, quien sea, se sometería voluntariamente al triste oficio de recibir insultos durante 90 minutos, una o dos veces a la semana.
La figura del árbitro es, por antonomasia, la personificación del dicho que reza "nunca se le queda bien a todo el mundo".
Ser árbitro es ser un villano perenne. Es ser sujeto de burlas e insultos, nunca de elogios. Escoger el oficio del arbitraje es entrar en una cruel ironía: ser blanco de odio o ser un fantasma, porque el buen árbitro es el que pasa mayormente inadvertido; el espectáculo es para los jugadores, su tarea es preservar el orden y el cumplimiento del reglamento.
Así, con todo en contra, uno podría preguntarse quién escogería esa vida para sí mismo.
Ave María Alpízar, Erika Vargas y Milena López no solo decidieron profesionalizarse en esa senda, sino que, tal vez sin proponérselo, asumieron un reto doble: el de echar abajo barreras, el de enfrentarse a estereotipos y a construcciones machistas, el de labrar camino para el futuro.
Ellas decidieron ser árbitras en el fútbol de hombres.
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"Una vez, alguien de la prensa me dijo 'Para mí, las mujeres son muy machistas. ¿Cuál es el capricho de querer arbitrar a hombres y no a mujeres'", recuerda Vargas de sus días como referí profesional. "Yo le contesté que yo no tenía ningún problema, que de hecho sí arbitraba fútbol de mujeres. Pero cuando nosotras empezamos, no había ligas organizadas de mujeres. Si uno no se fogueaba en partidos de hombres, entonces no había forma de crecer, foguearse a buen nivel".
En efecto, las tres mujeres, ya retiradas de las canchas, recuerdan multitud de expresiones y comentarios en esa misma línea, producto de una gran resistencia al cambio.
"Al principio, los jugadores no me reclamaban y me decían 'sí, señora'. ¡Qué cólera me daba eso! Yo quería que me vieran como una figura de autoridad, no como hombre o mujer", recuerda Ave María Alpízar. "Otros árbitros me decían 'ay, qué fácil para usted, nunca le van a reclamar nada porque usted es mujer'".
Pionera
Es precisamente con Ave María que comienza la historia del arbitraje femenino en Primera División.
Ella fue la pionera.
"Yo era profesora de Educación Física en el Instituto Nacional de Aprendizaje (INA)", recuerda, lugar al que ingresó a trabajar en 1990.
En el INA, precisamente, se abrió un curso para ser árbitro de fútbol, y el esposo de Ave María decidió matricularse. A él recurría ella cuando, en sus clases de educación física, se formaba un colectivo de fútbol.
"Me decían 'profe, offside', y yo le tenía que preguntar a mi esposo qué era eso", cuenta Alpízar.
Su esposo le sugirió enrolarse en el curso de arbitraje. Fue cuestión de tiempo para que Ave María se apasionara por el deporte y por el arbitraje.
"Yo desde niña competía en atletismo y jugaba voleibol. Cuando entré a estudiar en la universidad, también jugaba balonmano y baloncesto. Siempre estudiaba y competía. Y salía toda moreteada, hecha un Cristo", cuenta. "Con el arbitraje sentía que podía hacer un buen ejercicio, pero sin exponerme a tanto morete. Eso me gustó".
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El camino de Erika tuvo algunas similitudes con el de Ave María: ella también competía en atletismo, voleibol e incluso fue a los Juegos Centroamericanos participaba en boliche. Con el fútbol, sin embargo, poco tenía que ver. O, mejor dicho, poco quería ver.
"Mi papá jugó en Primera División hace muchos años. Se llamaba Johnny Vargas, era portero de Gimnástica Española", dice. "Cuando yo era niña, él ya no vivía con nosotros. Los domingos, cuando me llevaba a pasear, era para verlo jugar fútbol. Yo, tan pequeña, pensaba que mi papá quería más al fútbol que a mí".
Pero Vargas es fiel creyente de las señales, incluso cuando toman años en materializarse. La vida, dice, la estaba preparando para reencontrarse con el fútbol. En su adolescencia, pasó un año de intercambio en Suecia, donde solicitó quedarse con una familia deportista. Cuando la recibieron, todos eran futbolistas.
"Al momento de mi primer trabajo en educación física, me recomendaron hacer el curso en el INA. Cuando lo terminé, me dijeron que no me podían dar el título hasta que hiciera 10 partidos en canchas abiertas".Cuenta que desde el primer momento en que se puso un uniforme encima, la gente le gritó cosas. El reto no la echó para atrás, sino que la hizo querer demostrar que sí podía.
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En cambio, a Milena López el fútbol siempre le había gustado. Todavía hoy cuenta que, cuando lee el periódico, lo primero que busca son las noticias de fútbol. También es entrenadora de un equipo femenino de niñas de quinto y sexto grado.
Quien hoy es su exesposo también se dedicó a arbitrar, lo que hizo que a López le picara el bichito y decidiera, a mediados de los noventa, inscribirse en un curso en su natal San Ramón para convertirse en réferi.
Su pasión por el deporte la impulsaron a perseguir retos cada vez más complejos –de pitar en partidos de Juegos Nacionales a Segunda División; de Alto Rendimiento a su debut en Primera–, pero fue su vida personal la que mayor impacto tuvo en su carrera.
"Yo estaba sola y tenía un hijo que mantener. Entrenaba en las madrugadas y cuando tuviera oportunidad para poder ser mejor y que me siguieran llamando a partidos", recuerda.
Nervios y estrés
Cuenta Erika que la inclusión de mujeres en el arbitraje del fútbol de hombres comenzó por una iniciativa propuesta por la FIFA, que requería una mayor presencia femenina en el deporte.
"La Federación (costarricense de fútbol) se encargó de reclutarnos rápidamente para que el país tuviera una representación femenina", cuenta.
La primera fue Ave María, quien debutó el 15 de setiembre de 1996, en el antiguo Estadio Nacional. El cotejo enfrentaba al Municipal Goicoechea contra Pérez Zeledón.
"Iba un 80% preparada, pero el resto eran puros nervios y estrés. Por dicha me pusieron dos muy buenos asistentes y, aunque no fue un derroche de talento, saqué la faena. Eso me dio mucha confianza para el futuro. Ya después yo entraba como... bueno, no como un toro, porque ese es un macho, pero sí con mucha energía".
También era fundamental la concentración y la calma, según señala Milena, para hacer caso omiso de los gritos e insultos que provenían de los aficionados.
"Yo le pedía al de arriba para que me ayudara a hacer las cosas bien. Era como si me metiera en un caparazón de tortuga, ahí nadie me podía molestar y yo sacaba la faena en paz".
Gracias a eso, cuenta, pudo dedicarse a lo que le apasionaba y, al mismo tiempo, brindar un ejemplo para su hijo e hija. "Siento que dejé una huella", cuenta.
También recuerda con cariño que la gente la reconociera en la calle. "Todavía me pasa de vez en cuando. Una vez estaba en una soda en el centro de Alajuela y un señor se me acercó. 'Perdone la molestia, pero dígame una cosa: ¿verdad que usted fue árbitra?'".
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Para Ave María, lo más importante cada vez que pisaba el césped era tener el control del partido e imponer su autoridad, sin dejar que nadie le intentara pasar por encima pero, al mismo tiempo, evitando broncas gratuitas.
"Hay árbitros que entran deseando sacar rojas. Yo prefería evitar eso y más bien prevenir para no manchar el partido".
Por supuesto, mantener el control no siempre era fácil, en especial cuando la presión venía de quienes estaban en la cancha.
Erika, por ejemplo, recuerda un partido entre Saprissa y Osa, el primero del equipo morado que ella arbitró. Antes de que comenzara el juego, se le acercaron dos importantes figuras saprissistas, el arquero Erick Lonis y el volante Walter Centeno.
"Venimos a decirle que le vamos a ayudar", le dijeron. "Si un jugador nuestro la molesta o le habla mucho, usted nos dice y yo lo paro. Sabemos que es su primer partido con Saprissa".
Erika guardó silencio, limitándose a escuchar. Cuando los jugadores acabaron, les soltó: '¿Podemos empezar el partido?'. En el segundo tiempo, Centeno hizo una entrada a un rival que merecía tarjeta amarilla. Erika, de inmediato, sacó la tarjeta de su bolsillo y se la mostró.
"Me dijo '¿Usted me va a sacar tarjeta a mí? Yo que la he ayudado tanto'. La gente escucha lo que quiere escuchar. Yo nunca firmé un contrato con él. Yo nunca acepté ninguna ayuda. Así que sí, Centeno, esa amarilla era para usted".
En otras ocasiones, los comentarios pasados venían de los colegas. La misma Erika cuenta que, en una ocasión, otro árbitro –cuyo nombre prefiere guardarse– se le insinuó, algo a lo que ella no accedió.
"Yo le dije 'en primer lugar, usted está casado; en segundo, yo también tengo mi vida. Usted se equivocó conmigo. Él me odió para siempre y me hizo la vida imposible".
Cuenta Erika que el hombre le dijo que, cuando llegara a la comisión de arbitraje, se iba a encargar de sacarla "y lo voy a disfrutar".
"Una vez, me habían felicitado por un partido que arbitré, y él fue mi cuarto árbitro. Cuando estábamos en el camerino, dijo: 'Bueno, se la jugó, pero a ella se le facilita; los jugadores no le reclaman porque pretenden lo que ella tiene en medio de las piernas'".
Mucho por hacer
Ave María, la primera en arbitrar, fue también la primera en retirarse: en el 2004. Milena y Erika lo hicieron en el 2008; la primera, luego de construir su casa propia, la segunda por su embarazo.
Entre las tres, arbitraron en Copas de Oro, premundiales, las Olimpiadas de Pekín y el Mundial Femenino de Chile, Juegos Centroamericanos y varios centenares de juegos de Primera División en nuestro país.
Sin embargo, subrayan la flaqueza de los procesos en Costa Rica para el desarrollo del arbitraje, así como lo que consideran movidas diseñadas para mantener a las mujeres lejos de las canchas de los hombres.
Una era, por ejemplo, enfocarse únicamente en los requisitos físicos para escoger árbitros, sin tomar en cuenta la experiencia o la inteligencia emocional para pitar.
"En el arbitraje impera la ley del más fuerte. A mí me hicieron a un lado", dice Ave María.
"Nostras cumplíamos con las mismas marcas que los hombres e igual no nos ponían a arbitrar. No había pautas firmes ni lineamientos claros de los requisitos para estar en Primera División", asegura Erika. "Dar una oportunidad no es dar un partido, es empezar un proceso que involucra muchos partidos y comer mucho zacate".
De su paso por el fútbol, las tres guardan grandes recuerdos; a la fecha, sin importar que ahora vistan sus ropas particulares y no los uniformes que comanda la FIFA, las tres mantienen al deporte y al arbitraje en sus corazones.
Coinciden, eso sí, en que falta mucho por mejorar en pos de la igualdad de posibilidades para hombres y mujeres sobre el césped de un terreno de juego.