Alajuelense no tiene arreglo, eso está claro. El descalabro comenzó hace más de 10 años, y durante todo este tiempo no ha hecho más que empeorar.
Un par de títulos en el último lustro no disimulan el rotundo fracaso en que ha caído un equipo alguna vez grande. Conviene aceptarlo sin paliativos ni excusas.
El fútbol es un juego de suma cero: cuando alguien deja libre un lugar, otros lo ocupan. El declive de la Liga permitió que otros hicieran fiesta. La resaca ha sido larga.
Como en todos los problemas complejos, no hay un único culpable. Han pasado varias administraciones, jugadores de mayor o menor brillo, unos cuantos técnicos e infinidad de episodios de horror en una gestión deportiva que solo puede calificarse de fiasco.
Durante un tiempo, el problema fueron tecnócratas metidos a dirigentes, con mucho conocimiento de mercadeo pero poco de fútbol. ¿Que es imposible ganar títulos sin enderezar las finanzas? Puede ser, pero recuerdo que una vez Herediano quedó campeón haciendo rifas para pagar salarios.
Sin una billetera gorda, es probable que el equipo estuviera peor, pero quizá si hubiese tocado fondo habría habido una verdadera razón para hacer cambios profundos.
De nada sirve un invicto de 27 partidos si no se puede hacer un partido decente en el estadio del archirrival. Titulitos de Centroamérica o de Copa saben a poco si no se consigue, de una vez por todas, ganar los partidos que valen.
Nadie se salva: ni jugadores ni dirigencias ni cuerpos técnicos. Absuelvo a la afición del pecado de la insistencia. Admiro que sigan ahí, cuando la lógica invita a la retirada y no hay nadie capaz de darles una alegría.
* Alberto Calvo es periodista de La Nación, pero no labora para la sección de deportes. En su calidad de aficionado crítico, quiso compartir estas líneas.