Cartago. Una goleada como la de ayer en el Fello Meza solo puede explicarse a partir de dos factores: el hambre y la contundencia de un equipo arrollador, y la patológica debilidad de un rival enclenque, sin capacidad para darse a respetar ni en casa.
Ambos clubes son “culpables” de este 1-4. Saprissa, porque se mostró insaciable apenas logró abrir el grifo de los goles.
Cartaginés, porque se desplomó y le dejó a su oponente causar daño con una mínima oposición.
La reserva anímica del cuadro brumoso pareció agotarse luego del primer gol. Es cierto que un tanto en contra siempre duele, más aún en casa, pero apenas se jugaban 24 minutos y había tiempo suficiente para tratar de recomponer el juego.
Por el contrario, a los blanquiazules se les vino el mundo encima. Admitamos que hasta ese momento no lo hacían tan mal: controlaban el balón y sus llegadas al área rival le ponían la temperatura ofensiva al encuentro.
Parecía que el juego se disputaba entre dos equipos de capacidades similares. Que en cualquier momento los brumosos podrían poner en jaque a su oponente.
Mas, era solo un espejismo.
Alonso Solís se encargó de poner las cosas en su justa dimensión. Alejandro Alpízar ganó una pelota por alto, el Mariachi madrugó a los defensas y anidó el primero.
Ahí llegó el descalabro para el bando cartaginés. Empezaban 66 minutos de sufrimiento.
Sin tregua. En lugar de encuevarse a defender la anotación como visitante, Saprissa comprendió que podría causar más daño.
En 15 minutos de ráfaga, anotó dos veces más y terminó de resolver el encuentro. Los morados castigaron duro a una zona defensiva endeble, la peor línea del Cartaginés.
Y si los brumosos soñaban con algún tipo de milagro en el complemento, cualquier intento de reacción que hubieran preparado quedó hecho añicos al 47’, cuando Solís anotó el cuarto de los tibaseños.
Fue una brillante acción colectiva, que aplicó principios básicos de este deporte: jugar rápido, desahogar la acción con el compañero que esté libre y moverse al vacío para sorprender a los rivales.
Con los puntos más que asegurados, Saprissa le permitió a su rival manejar la pelota en bastantes tramos del segundo tiempo.
Siempre quedó abierta la ventana del contragolpe, y en un par de escapadas la cuenta estuvo cerca de llegar a los cinco goles.
Cristian Bolaños refrescó el engranaje de ataque, con piernas frescas y veloces que terminaron de desconcertar a los celadores de la Vieja Metrópoli.
Cuando Cartaginés consiguió su gol de descuento ya el pitazo final estaba demasiado cerca. Fue apenas para decorar las cifras; el conocido “gol de la honra”.
Saprissa puso el turbo en 15 minutos de la primera parte que le bastaron para hacer trizas a la floja zaga local. Después cambió el libreto, menos acelerado pero tentando siempre la opción de un gol más.
Y Cartaginés, que otra vez hizo el papel de víctima ante un rival muy superior, quedó en el sótano de su grupo, en un estado que no le ha sido desconocido en los últimos años: al borde de la crisis.