La cancha se inundó, pero se inundó de ilusiones que se cosecharon durante cuatro años y que al fin encontraron escape. Saprissa es el primero en llegar al 30, porque lo quiso más, lo luchó más y el fútbol eso lo premia.
La ansiedad llovía en Tibás, los morados se volcaron al estadio a ver eso que tanto esperaron, que siete torneos les habían negado y que ya empezaban a crear frustración.
Desde el primer minuto se inició una lucha intensa, el aguacero provocó jugadas peligrosas y remates desde largo. Se beneficiaban jugadores como Jerry Palacios y Carlos Saucedo que con su fuerza eran los más peligrosos.
Allí llegó la infantilidad de Jonathan McDonald, apenas al minuto 13. Envió un codazo a David Guzmán y o le dio tiempo a su equipo ni de atacar, ni un solo remate hizo el delantero y dejó a su conjunto con todo cuesta arriba.
Si la Liga llegó con un planteamiento defensivo, la expulsión provocó una compresión como si fuera un camión de basura, casi con el mismo olor nauseabundo para los manudos que veían el bicampeonato complicarse en terreno extraño.
La defensa se mantuvo ordenada, al estilo del técnico Óscar Ramírez, quien lucía angustiado en el banquillo. A él no le molesta jugar al filo de la navaja pero McDonald se encargó de darle un ligero corte por donde su equipo se empezó a desangrar, Saprissa estaba cada vez más cerca.
Fue entonces cuando llegó el golpe morado, al 40' con crueldad antes de que la víctima tuviera ese respiro de 15 minutos. Heiner Mora se encontró sin marca por la izquierda y mostró su buena capacidad de ayudar en el ataque al lanzar un centro perfecto al punto de penal.
Hanzell Aráuz se levantó sobre dos defensores manudos y cabeceó, ahí llegó el error del que no puede equivocarse, del que juzgan todos al final: el portero. Patrick Pemberton no calculó bien la pelota y en lugar de utilizar su puño fue con la palma abierta. La pelota lo golpeó en la muñeca y terminó en la redes.
Una expulsión, un error del arquero y hasta la lluvia se le vinieron encima a Alajuelense, que nunca pudo reaccionar y el mayor peligro que tuvieron los defensas saprissistas en el primer tiempo fue el de adquirir un resfriado por la fuerte lluvia.
Llegó la segunda mitad y poco cambió, un visitante avasallado se refugió en su área, y al 60' estuvo muy cerca de sentencia el Saprissa cuando un esforzado Daniel Colindres lanzó un centro raso que ni Saucedo ni Arauz pudieron definir pese a que solo enfrentaban a Pemberton.
El Machillo lo intentó, sacó a Luis Miguel Valle y metió a Armando Alonso, pero el local no sufrió cuña de su mismo palo y el espigado atacante provocó poco o ningún peligro.
Los aficionados saprissitas observaban felices pero con algo de reserva, después de todo esta es la Liga de los milagros, del gol de Pablo Gabas al 89', de la crueldad en los penales, esa que les había robado la famosa "Saprihora".
Pero los milagros no llegan si usted no los busca y en todo el segundo tiempo no hubo siquiera un remate a marco, ni uno desviado y ningún vaquero gana un duelo sin disparos.
Llegó el 80', el 85' y el 90' y la voz de las graderías se convirtió en un escudo invisible que protegía ese gol, cada grito de un aficionado auguraba esperanza, esa que tenía escondida el estadio Ricardo Saprissa y que al fin salía.
Los tibaseños estuvieron tan cerca de otro, como cuando Manfred Russell la pegó en el palo al 89', pero eso le hubiera restado protagonismo al gol de Aráuz y ese momento habría sido menos heroico.
El descuento fueron como tres siglos, pero en realidad eran tres minutos.Y entonces llegó el pitido final, ese sonido agudo que inició la melodía de más de un millón de personas que soltaron un grito que tenían clavado desde hace cuatro años. Un grito al que Rónald González al fin le abrió paso.
Saprissa es el equipo con más trofeos de campeonato de toda Centroamérica. Hoy logró su 30 porque lo quiso más, lo mereció más y eso ni el más manudo lo puede cuestionar.