Nadie podía haberlo adivinado. El 13 de enero del 2009, un avión Falcon 2000 aterrizó en el Aeropuerto Juan Santamaría y, en Base 2, se detuvo para que un alto y simpático hombre alemán bajara y fuera recibido como un visitante de lujo en nuestro país.
No había ninguna indicación, ni una sola pista que permitiera adivinar que a ese hombre la vida se le torcería –se le pondría en pausa indefinida– cuatro años más tarde. Nada en su trato con la entonces ministra de Obras Públicas y Transportes, Karla González, quien lo recibió en Base 2 y lo acompañó durante buena parte de su visita al país, indicaba que algo anduviera mal.
No había señales porque, en enero del 2009, cuando arribó a Costa Rica, todo andaba bien en la vida de Michael Schumacher.
¿Cómo no iban a estar bien las cosas? Era una leyenda viviente. El rostro del deporte de motores. El piloto de Fórmula 1 más exitoso y dominante de todos los tiempos. Siete veces campeón mundial, 91 veces ganador de grandes premios, 68 veces ganador de la primera posición de salida, 77 veces ganador de la vuelta más rápida de una carrera y ganador de 13 carreras en una misma temporada; todos los anteriores, récords universales que le siguen perteneciendo. Un embajador de Unesco. Un buen tipo.
Schumi arribó al país para promover la campaña Carreteras Seguras, de la cual era miembro, por medio de la Comisión de Seguridad Vial Mundial de la Federación Internacional de Automovilismo. Entre otras actividades, Schumacher venía a inaugurar una ciclovía urbana entre los Hatillos y el Rancho Guanacaste (algo que resultó imposible por la cantidad de gente que llegó a verlo).
La casualidad lo llevó a Alajuela. Solo seis días antes de que el alemán pisara suelo nacional, un terremoto había dejado en ruinas los poblados de Cinchona y alrededores del volcán Poás. Schumacher viajó hasta la zona y compartió con los afectados.
“Hicimos un recorrido por aire y nos mostraron la escena. Estamos realmente impactados”, dijo Schumacher a La Nación . Abrazó a niños y ancianos. Saludó a los curiosos. Durante un breve tiempo, Schumi –no el campeón, sino el buen tipo– se encargó de darle un rato de felicidad a gente que se enfrentaba a la peor tragedia de sus vidas.
Schumacher jugó un partido de fútbol, dio una conferencia de prensa y firmó autógrafos;
Nadie podía haberlo adivinado. Nadie sabía que, cuatro años después, el 29 de diciembre del 2013, un grave accidente de esquí le dejó un trauma cerebral y fue necesario inducirlo a un coma.
Hoy, permanece en su casa, frente al lago de Ginebra, en Suiza. No hay noticias sobre su salud, pues su familia decidió que fuera un tema absolutamente privado.
Nadie sabe si despertará de nuevo. Nadie sabe si recordará los días en que estuvo en un pequeño país centroamericano.