La llegada de Inglaterra a los octavos de final se pagó con una cuota extra de sudor entregada como una especie de reconocimiento a la meritoria labor de los debutantes de Trinidad y Tobago.
El grupo comandado por la estrella mediática, David Beckham, pasó apuros para decodificar la estrategia de los caribeños, que se plantaron firmes pero que, además, tuvieron varios fogonazos de buen futbol que, con un poco más de malicia, hubieran volteado la historia final del juego.
La espera de los ingleses para embolsarse el boleto a los octavos de final se prolongó durante 82 minutos cuando ya se presagiaba una resultado de empate que, francamente, en vista de la disparidad de antecedentes deportivos, significaba un mal negocio para los británicos.
El dispositivo táctico de Trinidad resultó sencillo, mas en esa simpleza radicó su eficiencia: la parte baja quedó poblada con cinco o seis hombres que formaron un cerco inexpugnable.
Durante toda la primera parte los pupilos de Leo Beenhakker nunca perdieron la compostura ante una Inglaterra que casi nunca encontró vías claras para montar una ofensiva fructífera.
Esa especie de juego del gato y el ratón se mantuvo a lo largo de los 45 minutos iniciales cuando Beckham quedó aislado en el medio campo, mientras en Dwight Yorke se mantenía como hombre que luchaba en solitario.
Segundo aire. Luego del medio tiempo, los ingleses apretaron el acelerador comandados por un Beckham quien lució un segundo aire, aunque sus pases milimétricos casi siempre eran desperdiciados por un Peter Crouch que mantenía una discreta actuación.
El despliegue físico hizo mella en los arrestos trinitarios, que en los últimos 15 minutos estuvieron bajo una intensa presión. La muralla se empezó a caer con una inspiración de Beckham en el minuto 83, cuando el jugador del Real Madrid puso un centro sobre la cabeza del espigado Crouch.
El toque del Spiceboy encontró a un Crouch que esta vez acertó para liquidar a Shaka Hislop. El alma volvió al cuerpo y, en adelante, en los últimos ocho minutos restantes, la zaga trinitaria perdió la cohesión original.
El honor de los inventores del futbol moderno quedó reparado, al menos por el momento, luego de que en el 91' Steven Gerrard terminara de quebrar cualquier resistencia con un balazo que salió de su pierna izquierda.