La fidelidad tiene un límite y más cuando quien se entrega en alma y cuerpo y sacrifica todo, no recibe absolutamente nada a cambio; es por esto que se puede asegurar que la afición brumosa no se merece lo que Cartaginés le hace.
El equipo de la Vieja Metrópoli no merece que niños, adultos, hombres y mujeres derramen lágrimas, llenen su corazón de dolor y tengan que marcharse a sus casas desilusionados y sin encontrar explicaciones por un fracaso más. Así como tampoco es justo para esta hinchada que deban ponerle el pecho a las miles de burlas de los seguidores de otros clubes, luego de otro episodio imperdonable en el Fello Meza, como el que ocurrió contra Santos.
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Más allá de los 75 años sin títulos, la fanaticada de los centenarios sigue llenando los estadios (lo demostró en el Torneo de Invierno en el que fue la tercera que más dinero le generó a su club), paga lo que sea necesario, colabora para que no remate el reducto blanquiazul, se traslada a diferentes partes del país y sigue creyendo que todo lo que genera desde las gradas podría ser emulado algún día por sus ídolos.
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La exigencia ya no es el campeonato, al menos no es el primer objetivo, sino por el contrario, la hinchada lo que ruega es que al menos clasifiquen. Sin embargo, ya ni con esto puede cumplir una institución que suma cuatro certámenes al hilo sin meterse a la segunda fase y en los últimos 11 solo avanzó en cuatro ocasiones.
Cartaginés es un privilegiado, cuenta con un activo invaluable, que incluso los equipos no tradicionales se desean y que a pesar de los múltiples traspiés, nunca abandona. Muestra de ello es que este domingo, después de vivir uno de los tragos más amargos en la historia, algunos hasta esperaron a los jugadores para levantarles el ánimo, apoyarlos y reiterarles que nunca estarán solos.
Sin embargo, todo debe tener un límite en la vida y ya es momento que estos seguidores reclamen que les retribuyan con lo mismo que ellos entregan, que se acaben las excusas y los análisis, para que finalmente les den los dividendos de todo lo que han invertido, una inversión que no es económica porque es imposible de cuantificar.
Llegó la hora de que esta fanaticada deje las lágrimas de lado, que los rostros de amargura y desesperación desaparezcan del Fello Meza y que puedan celebrar como se lo merecen, pero para esto se necesita que el equipo al que apoyan les responda, al menos una vez en su vida.